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sábado, 16 de mayo de 2015

Indecisa - Capítulo 11 (Elizabeth Luna)

Capítulo 11

(Elizabeth Luna)

Richard la miró. Era verdaderamente hermosa. No se refería solo a sus ojos en forma de avellana color miel. Tampoco a sus cejas arqueadas o su pequeña y recta nariz. Ni a sus dulces labios, húmedos y rosas, que escondían una tímida sonrisa de dientes alineados. Ni siquiera eran los hoyuelos que decoraban sus mejillas. No tenía que ver con nada de eso, era su luz. La que irradiaba. Esa luz en la que él deseaba envolverse y junto a ella convertirse en el big bang del siglo XXI.

—¿Y bien? —la voz de Jessica lo sacó de sus pensamientos—. ¿Qué era eso tan importante que querías decirme? ¡Ya sé! ¡Qué eres imbécil! Ah, no, eso ya lo sabemos. ¡Qué eres un Yony Melenas Terror de las Nenas! Ah, no, eso también lo sabemos, te vi la otra noche con Emy. ¡Ya sé! ¡Qué...!

—¡Ya basta! —Richard no la dejó continuar—. ¡Lo siento! ¡Joder! Lo de Emy fue solo para darte celos. Fue una gilipollez.

Jessica lo observaba. Parecía sincero. Tenía ojeras y el rostro abatido. Deseó abrazarlo. Fundirse contra su pecho y aspirar su aroma. Acompasar su respiración con los latidos de su corazón y permanecer allí de por vida. En el mejor lugar del mundo, su pecho.

—Disculpa. Están siendo días muy duros para todos.

—Jessi, Jack no es la persona que tú crees. —La expresión del rostro de la joven le indicó que no iba por buen camino—. Te lo digo en serio. Es un tipo peligroso. A su lado corres peligro. Se rumorea que él, el curso pasado...

Al muchacho le costaba mencionar las atrocidades que supuestamente había cometido el guitarrista del que iba a ser su nuevo grupo. Pero si no lanzaba el mensaje rápido sabía que la chica se levantaría de su asiento y se marcharía sin volver la vista atrás.

—Acabó con la vida de una muchacha de nuestra edad —soltó de sopetón.

Ella permaneció inmóvil. Las palabras resonaron en sus oídos como un eco lejano de voces deformadas. Experimentó en pocos segundos un aluvión de emociones. Primero la atrapó la ira. ¿Cómo era capaz de inventar algo así de Jack? De su Jack, ese chico amable y sensible que tocaba la guitarra. Luego sintió deseos de salir corriendo y no parar hasta llegar a ningún lugar que se convirtiera en algún sitio donde encontrarse. Porque sabía que se estaba perdiendo. Lo sabía. Lo que no se imaginaba cuánto.

Y, por último, le fallaron las fuerzas y dudó. Quizá Richard no le estuviera mintiendo. No tenía ningún sentido, ¿para qué exponerse así? Como le solía decir su madre en vida: «la mentira es como la mierda, siempre flota». Inventar un rumor de ese tipo le podía costar muy caro a cambio de nada.

—¿Quién te ha dicho eso? ¿Por qué me haces esto?

Richard sintió como se le encogía el corazón. Provocándole un inmenso dolor en el pecho. Él no quería dañarla. No quería que sufriera. Aunque al parecer era lo único que sabía hacer.

—Se dice, Jessi, y te aseguro que mis fuentes son fiables, que el año pasado Jack y una tal Diana, salieron una noche...

 

***

 

En otra parte de la ciudad, mientras tomaba su taza de café de media tarde, observó cómo alguien introducía bajo la puerta de su casa, la que podía ver desde el sillón que está al lado de la chimenea, un sobre. Se acercó a recogerlo no sin antes abrir la puerta para intentar descubrir al mensajero. Pero era demasiado tarde. Unos pasos lejanos le indicaron que el cartero sospechoso no quería ser visto. Y recordó un dicho: se dice el mensaje, pero no el mensajero. Rio para sus adentros. Realmente, el refrán rezaba de la siguiente forma: se dice el pecado, pero no el pecador. Pero a él le encantaba jugar con las palabras.

Cerró la puerta y volvió al sofá. Abrió el sobre y extrajo unas fotos desgarradoras. ¿Quién era esa chica? ¿Por qué le mandaban imágenes de una joven hospitalizada?

Terminó de vaciar el contenido del sobre. Había un folio doblado en cuatro partes. Lo abrió. Era una carta escrita a ordenador. Con letra Arial 12 e interlineado sencillo. Se llevó una de las manos a la frente y se la frotó con fuerza. ¿De qué iba aquello y qué tenía que ver con su hija?

La llamó al teléfono móvil. No respondía. Siguió insistiendo mientras permanecía horrorizado con lo que acababa de leer.

 

***

 

En el baúl se había detenido el tiempo. Por las mejillas de Jessica resbalaban lágrimas de desconcierto. La pantalla de su móvil se encendía incesantemente. Su padre no dejaba de llamarla y ella tenía la voz demasiado quebrada como para fingir que todo estaba bien.

—Lo siento, pero consideré que debías saberlo.

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