Capítulo
16
(Ally Owen)
Su corazón se oprimió ante la sorpresa. Si no fuese
por el subir y bajar del pecho de Diana, no la creería viva. La chica parecía
un delicado ángel, con la tez blanca al punto de brillar, el cabello castaño
ondulado y radiante, casi como si lo cuidara cada día, los labios carnosos y —a
pesar de su estado—, de un bello rosa carmesí, como si lo hubiese maquillado
aquella mañana. Era hermosa, tanto que Jessica no pudo evitar imaginarla vivaz,
alegre y perfecta para Jack.
Jessica sintió vergüenza de sus pensamientos, pero en
estos no pudo evitar los celos que se introdujeron, ni el extraño desazón de
que Diana ya no pudiese estar junto a Jack.
«¡Oh, Por Dios! Jessica, eres lo peor», se dijo al
tiempo que sintió la mano de su padre tomar la propia.
—Vamos, cariño. No creo que sea apropiado que estemos
aquí, espiando.
Pero antes de que lograsen avanzar siquiera un par de
pasos, la puerta de la habitación de Diana terminó de abrirse, dejando salir a
una hermosa y elegante mujer. «Su madre», se dijo al ver el enorme
parecido de la mujer con la chica que dormía ausente en la habitación.
—¿Lucius? —la escuchó decir, quitándole la respiración
al ver la expresión de reconocimiento en su padre.
—Elizabeth… —la voz de su padre parecía compungida, al
tiempo que sus mejillas se coloreaban cargadas de un pesar que Jessica no
comprendió—. Tanto tiempo, no… no pensé… Extraña forma de encontrarnos.
—Sí —respondió la mujer, intentando arrebatar el
silencio del aire y rellenarlo con algo.
—¿Papá? —quiso recordar su presencia y la razón por la
que estaban ahí, y los ojos de su padre le dijeron que le salvaba el momento.
—Lo siento, Elizabeth. Mi hija viene a ver a uno de
sus amigos…
—¡Oh! Entiendo, ve tranquilo. Otro día podemos
conversar, hace mucho que no nos vemos. Me encantaría hablar con Flavia.
Su pecho volvió a oprimirse al escuchar el nombre de
su madre. ¿Qué acaso esa mujer no la sabía fallecida?
—Creo que eso será imposible, Elly —El repentino tono
cercano de su padre la sorprendió. ¿De dónde demonios se conocían ellos?—.
Flavia nos dejó hace ya cuatro años.
Los ojos de la que antes creía una completa
desconocida, se volvieron vidriosos, derramando lágrimas en cosa de segundos.
Pudo notar el dolor que le producían las palabras de su padre, era evidente que
para esa mujer su madre había sido alguien importante. ¿Cómo era entonces que
no se había enterado de nada?
—Dios. Yo… yo no sabía nada. ¿Cómo fue? ¿Qué pasó? —Un
silencio se formó entre ellos, al tiempo que Jessica miraba a su padre
compungida. ¿Cómo volver a hablar de aquello?—. Creo que estoy hablando de más
—agregó la mujer al reconocer en sus expresiones la incomodidad.
—Juntémonos otro día para hablar, Elly. Hoy no es
momento.
Se despidieron de la mujer sin que Jessica pudiese
despegarse de sus preguntas en torno a ella, por lo que al momento que se
alejaron un par de metros se lanzó a preguntar:
—¿De dónde y desde cuándo os conocéis?
—Elizabeth era la mejor amiga de tu madre. Se conocían
desde niñas. Los tres pertenecíamos a un grupo de amigos dentro de la facultad
de educación, todos jóvenes con sueños pedagógicos.
Sueños pedagógicos” era la frase típica de su padre.
Como profesor siempre le había hablado de sus ideales, los que había compartido
con su madre y que ahora sabía se iniciaron en la facultad junto a la tal
Elizabeth.
—Si eran tan buenas amigas, ¿por qué dejaron de verse?
—Peleas de juventud, Jessi.
—¿Qué pudo ser tan grave como para dejar de verse
tanto tiempo?
Su padre pareció incomodo, desviándole la mirada. ¿Qué
había sucedido entre su madre y Elizabeth como para que a su padre le costara
tanto confiárselo?
—Elizabeth fue mi novia inicialmente, Jessi. Todo lo
que puedo decirte es que las cosas entre ella y yo no terminaron de buena
manera, y tu madre quedó metida en medio de mis indecisiones.
***
Sentía el cuerpo hecho trizas, como si un camión lo
hubiese aporreado, aunque lo que había ocurrido no era muy diferente a ello.
Había estado ofuscado, lleno de rabia después de ver
la foto que había llegado a su WhatsApp. Se cegó observando los labios
de su Jessica pegados a los de Richard. Horas atrás, al ver partir a la
chica que amaba sin perspectivas de que esa relación pudiese continuar, se
había prometido no volver a defraudarla, pero en cuanto la vio pegada a ese
imbécil, toda promesa autoimpuesta desapareció de su mente, llevando a sus pies
directo hacia las llaves de la empolvada camioneta de su padre y al garaje del
taller. Sin haberlo pensado mejor, se montó en la vieja Chevrolet roja sin
miramientos.
¿Qué diría su fallecido padre de aquello? Sí, estaba
metiendo la pata nuevamente y sabía muy bien que el viejo no estaría orgulloso
de él, pero no escucharía sus palabras para frenarlo. Hacía tres meses que ya
no estaba ahí para aquello, así como ya no estaba para ayudar a Eduardo —su
hermano mayor—, a alimentarlos, ni para frenar el dolor que consumía a su
madre, quien aliviaba sus penas tomando pastillas día a día después de su
pérdida.
Llegó a la zona industrial en la que siempre se
reunían a apostar en peligrosas acrobacias y carreras.
—¡Ey, Jack! —lo había llamado Eddy, el viejo con
pintas de joven que cobraba las apuestas—. ¿Vienes a apostar o a derrapar un
rato?
—¿Es noche de derrapes? Entonces, apúntame, viejo.
Y esas palabras sellaron su error. Dos horas más tarde
había terminado en el hospital luego de estrellarse contra aquel estúpido muro
de contención. Y aunque sus intenciones al salir de casa habían sido
precisamente esas —precipitar su cabeza contra algo—, el plan había fallado.
—¿En qué demonios pensabas ahora? —le decía Eduardo
dando zancadas por la habitación. Llevaba ya veinte minutos regañándolo—.
¿Cuándo vas a crecer de una vez, hermano? ¿Cuándo dejarás de ser una carga para
mí? Mierda, Jack. ¿Qué le hubiese dicho a mamá si te hubiese pasado algo?, ¿eh?
—Cómo si ella fuera capaz de entender algo de lo que
decimos —ironizó ofuscado.
—¡Demonios, Jack!
—Déjame en paz, Lalo. No quiero hablar ahora.
—¡Agradece
que puedes siquiera hablar! Maldita sea, Jack... —«Aquí vamos de nuevo», pensó
Jack con pesar. Pero antes de que Eduardo pudiese seguir con su bronca, unos
golpecitos en la puerta interrumpieron la caldeada conversación—. Pase —dijo su
hermano, recobrando la compostura.
Cuando vio sus bellos ojos miel cruzar el umbral de la
puerta no pudo más que suspirar; Jessica estaba ahí para verlo. Había sentido
tanta rabia hacia ella al ver la fotografía que le envío Noelia, que creyó que
jamás se le pasaría. Sin embargo, todo ese enfado desapareció con solo verla
ahí, con el rostro lleno de preocupación y lágrimas amenazando con salir.
¿Cómo si quiera había llegado a pensar en la idea de
dejar este mundo estando ella ahí?
—Jessi, pequeña. Yo…
Sus palabras se detuvieron al ver entrar a un hombre
tras ella. Su padre, no podía ser otro, se dijo al ver la expresión de enfado
en el rostro de éste. La mirada del hombre pasó por la habitación como haciendo
un escaneo de la situación, encontrándose entonces con la presencia de Eduardo,
que lo miraba a él a su vez con curiosidad también.
—¿Elson? —Jack se sorprendió al ver que el padre de
Jessica conocía a su hermano, pues lo había llamado por su apellido, y que,
tras el reconocimiento, una sonrisa amigable se formaba en sus labios—. ¿Qué
haces...? —Sin esperar repuesta alguna, el hombre dijo mirándole con seriedad—.
Con que este es tu famoso hermano...
«¿Famoso?, ¿yo? ¡¿Qué demonios?!».
***
Miró al atlético muchacho que acompañaba a Jack en la
habitación del hospital donde se encontraba ingresado. Un moreno tan guapo como
él, su hermano menor, quien al instante de ver a su padre sonrió de oreja a
oreja. ¿A cuántos conocidos de su padre descubriría ese día?
—¿Papá? —llamó intentando buscar una respuesta a la situación.
—¡Oh!, lo siento, hija, este es Eduardo Elson, el
mejor estudiante de la facultad de leyes y un genio en mi clase de ética.
—Y mi hermano —agregó Jack con la voz compungida—. Mi
magnifico y ejemplar hermano.
—Calla tú, enano, aún no te doy permiso para hablar
con libertad —gruñó Eduardo en broma, sonriendo luego hacia Jessica.
—Y tú debes de ser Jessica, ¿no? La devoción del señor
Clason y la culpable del corazón roto de mi hermano.
—¡Ey! —Jack se ruborizó por completo, sin poder evitar
que una sonrisa se formase en los labios de Jessica.
Estaba bien, él se hallaba a salvo, y aunque no se
sentía aún segura de cómo continuarían su relación, no podía evitar el alivio
en su corazón al verlo sano, quizás algo magullado y con un yeso en la pierna,
pero vivo, al fin y al cabo.
—Vamos, enano, no mientas. Deja de hacer estupideces y
resuelve tus problemas como corresponde.
—Y deja de darle problemas a tu hermano —dijo Lucius—.
Y ya que estamos, a mi hija también —agregó.
—¡Papá! —exclamó ella; Eduardo y su padre rieron al
unísono ante su chillido.
***
Risas se escuchaban en el interior de la habitación.
Richard estaba seguro de que entre las voces estaba la de Jessica. Estaba seguro
de que ella ya había llegado, y por cómo se escuchaban las cosas, el ambiente
ya no estaba como antes.
¿Acaso había ayudado al imbécil de Jack avisando a
Jessica de su accidente? Se preguntó gruñendo, aunque de todas maneras la chica
se enteraría de una forma u otra.
—O encuentras alguna manera de que esa niñata se aleje
de mi hombre, o me encargaré yo misma de no ponerle las cosas tan fáciles —la
voz de Noelia lo sacó de sus pensamientos. Se giró, encontrándose a la rubia
con una sonrisa ladeada y la mirada llena de oscuras promesas.
—Le tocas un pelo y te prometo que no pensaré en ti
como una chica a la hora de tomar represalias.
—Vamos, hombre, solo te pido que empieces a controlar
a tu amorcito, si no quieres que la controle yo.
—¡¿Qué demonios hace ella aquí?! —Richard había
llamado también a Emy, buscando apoyo para consolar a Jessica; la chica había
llegado en el mejor momento—. Desaparece, zorra.
—Qué miedo, Dios mío, ¡sálvame! —ironizó la rubia con
malicia en la expresión.
—¡Desaparece, si no quieres verte con mi palma en tu
cara!
La puerta de la habitación se abrió ante el grito de
Emy, asomando por ella un moreno al que no conocía. Este miró la situación,
sopesándola.
—Noelia, Jessica está aquí para ver a mi hermano. Tú
sobras, así que, si me haces el favor de irte y desaparecer para siempre, sería
magnífico para todos.
—¿Cuánto te gustaría eso, no, Eduardo? —la voz
amenazante de Noelia habría dado escalofríos a cualquiera, menos al moreno, que
solo sonrió agregando:
—Vamos, Noe, deja de hacer una vergüenza de ti misma y
desaparece.
Noelia gruñó con desesperación, girándose al tiempo
que sacaba su móvil.
—Ya les advertí, luego no vengan llorando y suplicando,
rogando perdón.
—Sí, sí, gatita malgenio —El moreno llamado Eduardo
terminó de abrir la puerta, despegando su mirada de la enfurecida Noelia—.
Supongo que son amigos de Jack, ¿no? —Sin esperar respuesta del par que
observaba la escena en silencio, añadió—: Pasen, por favor.
«¿Amigos? Primero muerto».
***
Cuando vio entrar a Richard no pudo evitar sonrojarse
al recordar el beso que éste le había dado en la plaza, y el hecho indudable de
que Jack ya lo sabía acentuaba su azoramiento.
Ambos chicos se miraron como dispuestos a lanzarse el
uno encima del otro, solo frenándose por la presencia de más gente dentro de la
habitación y la imposibilidad de Jack para levantarse de la cama.
—Tienes más visitas de lo habitual, enano —comentó
Eduardo sentándose junto a su hermano.
«Lo habitual», pensó Jessica mirando a Jack con
reproche en los ojos, provocando que las mejillas de este volvieran a
sonrojarse, haciéndolo lucir tan niño, tan indefenso. ¿Sería capaz de alejarse
de Jack cuando todo su cuerpo le decía que debía abrazarlo? Lo cierto era que
solamente la presencia de su padre y la de Richard, la refrenaban de hacerlo y
de besarlo.
«Estás mal, Jessica».