Tras el duelo de miradas, unas cargadas de promesas sangrientas, los dos adversarios tomaron posición de ataque.
—Espero que esto no nos lleve demasiado tiempo —comenzó a decir Castiel—. Estoy ansioso por acabar contigo de una vez por todas, para poder ir de nuevo a por la chica —La mención de Jennifer enfureció más todavía al exterminador—. Pretendía preñarla y luego entregársela a ese inútil humano —continuó diciendo mientras mantenían las miradas ancladas la una en la otra—. Pero tras rozar su apetecible y cálido coñito con mi polla, creo que me la quedaré por una larga temporada...
El primero en dar el pistoletazo de salida fue Mitchell, que tras escupir un: Ni en tus mejores sueños, y con esa agilidad innata suya, se lanzó contra su oponente. Lo hizo empuñando las dagas con tal velocidad que, aunque el destinatario logró apartarse por los pelos, lo consiguió lisiar con una herida superficial en el hombro derecho. Castiel respondió alzando una pierna para darle una patada en el estómago. El golpe seco provocó que el exterminador exhalara el aire de sopetón. Cuando se hubo recuperado del impacto y pudo alzar de nuevo la vista para clavarla en el Ángel Caído, descubrió que este sonreía con suficiencia.
—¿Eso es todo lo que tienes para ofrecer? —preguntó con sorna el Ángel Caído.
Mitchell no se molestó en responder. Lo que hizo en su lugar fue cuadrarse, inspirar, y ya con los pulmones hinchados de oxígeno, arremeter otra vez. En esta ocasión, cuando se encontraba a escasos centímetros de su objetivo, se agachó para hundir los filos de sus armas en el vientre del ahora sorprendido alado.
A Castiel le había pillado tan desprevenido ese cambió inesperado de táctica, que recibió de lleno ambas puñaladas. En un acto reflejo, se echó mano al estómago en un intento de detener la hemorragia que sangraba profusamente.
—¿Mejor así pues?
No esperó repuesta alguna.
Y cuando el exterminador cogió impulso para atacar otra vez, este quedó sorprendido al encontrarse con que el herido había logrado esquivar su arremetida. Es más, tras ladearse a una velocidad inhumana hacia un lado, y antes de que Mitchell recuperase el equilibrio, Castiel levantó la rodilla para golpearle en la mandíbula. Eso lo dejó por unos instantes desorientado. Cosa de la que se aprovechó el Ángel Caído, que viéndolo aturdido, arremetió otra vez. En esta ocasión lo golpeó con el puño en la cara logrando que este echara la cabeza hacia atrás mientras rugía de dolor.
—No, mejor así —fue lo único que pronunció Castiel.
Este, que ya no sangraba ya que sus heridas comenzaban a cicatrizar, intentó aprovechar su racha de suerte para procurar golpearlo otra vez viendo que su oponente seguía recuperándose de las agresiones. No obstante, no consiguió su objetivo, puesto que Mitchell, anticipando lo que él iba a hacer, se dobló hacia atrás en una pose imposible, tipo Mátrix, para esquivar el nuevo puñetazo que iba una vez más directo a su rostro.
Ahora el que había perdido el equilibrio tras lanzar un puñetazo al aire fue Castiel. Y el que se aprovechaba en esos instantes de las circunstancias era el exterminador, que tras incorporarse con una agilidad asombrosa, se lanzó con sus queridas armas afiladas en mano hacia las alas oscuras de su ferviente rival.
El alado rugió de dolor, ya que esas extremidades eran las partes de su anatomía más susceptibles, las más frágiles. Mitchell, al darse cuenta de ese detalle, se cebó con ellas. Mientras pudo, estuvo clavando una y otra vez las dagas hasta la saciedad. Ignorando el dolor de su magullado cuerpo, continuó arremetiendo sin descanso alguno. Se encontraba con las piernas entrelazadas sobre las caderas de Castiel. Le estaba rodeando la cintura con las mismas, y así, desde atrás, se hallaba destrozándolas sin piedad alguna. Ni retorciéndose con brutalidad, el Ángel Caído lograba quitárselo de encima. No había manera de librarse de él.
Debido a las múltiples heridas recibidas en tan poco lapsus de tiempo, Castiel no pudo seguir aleteando, de ahí que ahora los dos comenzaran a caer en picado. En pocos segundos ambos cuerpos entrelazados y sangrientos impactaron contra el suelo. El golpe fue amortiguado por una montaña de cadáveres apilados. La caída produjo que el herido de gravedad lograra zafarse del exterminador. Este, que involuntariamente había rodado lejos de él, una vez recuperado del impacto comenzaba a incorporarse para retomar la pelea. No obstante, Mitchell no pudo hacerlo, puesto que él, aprovechando el momento, huyó amparándose en la oscuridad de la noche; necesitaba recuperarse de los daños sufridos. Ya otro día continuarían por donde lo habían dejado.
—¡Maldición! —bramó Mitchell mientras lo buscaba con la mirada— ¡Castiel, regresa aquí!
No obtuvo repuesta alguna. Entornó los ojos, escaneando el lugar buscando su paradero. El tipo no debía de andar muy lejos.
—Eh, amigo, ¿se te ha perdido algo? —era la voz de Dylan la que le preguntaba no muy lejos de su posición— ¿Buscabas esto? —Traía consigo a Castiel. Lo llevaba a rastras sujetándolo del cuello con el látigo. El arma se encontraba rodeándolo—. Por cierto, no tienes buen aspecto —añadió cuando se puso a su altura con su presa apreciada a cuestas.
Su compañero era un cabrón con suerte, pensó Mitchell al comprobar que continuaba con vida, además de afortunado por haber logrado atrapar al Ángel Caído.
—¡Mira quien fue a hablar! El tuyo no es mejor que el mío —repuso al mismo tiempo que clavaba sus ojos negros en el cautivo—. Y el de él menos todavía —Esto último iba dirigido a Castiel.
Arrodillado, con todo el cuerpo manchado de sangre y polvo mezclados, las alas destrozadas y medio desplumadas, intentó decir algo, pero no pudo. El látigo enroscado en su garganta oprimiéndola no se lo permitía.
—Todo tuyo —convino Dylan. Se había posicionado detrás del sometido, y tras apoyar la bota de cuero del pie derecho en la espalda del mismo, procedió a patear con fuerza para que este cayera de bruces a los pies de Mitchell.
En cuanto Castiel recuperó el equilibrio, quedando otra vez de rodillas, pudo comprobar para horror suyo que el morenazo que se la tenía jurada desde siglos atrás, blandía de nuevo con determinación sus apreciadas armas.
El destello plateado que produjeron ambas cuando un halo de luz se reflejó en ellas, fue lo último que vio el Ángel Caído antes de que Mitchell lo decapitara con un golpe certero y letal.
Una vez muerto, tanto el cuerpo como la cabeza comenzaron a arder, desintegrándose por momentos. Una pluma negra rodó hasta quedar pegada a una de las botas de Mitchell, él se la quedó mirando. Instantes después, la cogió para guardársela de recuerdo.
—Gracias, amigo, sin ti esto no hubiera sido posible.
Dylan le sonrió. Acto seguido sacó una petaca de uno de los bolsillos internos de su desgastada y ahora sangrienta gabardina oscura.
—Esta vez merezco un trago —convino Mitchell, aceptándola cuando este se la ofreció tras haberle dado previamente un largo trago. Él le dio otro, dejando que el licor le quemara la garganta con su ardor—. Bueno, es hora de hacer recuento y valoración de daños.
Su amigo asintió conforme. Luego, juntos, fueron a ver si todavía quedaban más vampiros o demonios a los que exterminar, y a comprobar el número de bajas de los suyos. Los dos exterminadores esperaban que no fueran demasiados.
***
Un rayo de luz reflejándose en su rostro fue lo que la despertó, arrancándola de los brazos de Morfeo. Parpadeando con lentitud para lograr enfocar la vista al mismo tiempo que bostezaba, Jennifer se desperezó.
Poco a poco se le fue despertando todos sus sentidos. Los sucesos de la noche anterior también acudieron en tropel a su mente. Recordar el momento en el que casi era empalada provocó que se estremeciera. Alejando esos desagradables recuerdos, cayó en la cuenta de que no sabía qué hora era. Con el ceño fruncido, miró el reloj digital que había sobre la mesilla de noche. Este marcaba las once de la mañana. Aquel dato la dejó confundida. No se esperaba que fuera tan tarde. Recrear la imagen de Mitchell abrazándola mientras levitaba con ella, y el recordatorio del olor que desprendía el hombre cuando ella acunó el rostro en su cuello, la hizo reaccionar y ser consciente de que no había vuelto a saber nada más de él.
De un brinco, se puso en pie. Cuando ya las sábanas no la cubrían, su cuerpo desnudo quedó expuesto. Eso le hizo darse cuenta de que había estado horas atrás entre los brazos de su salvador con esa guisa. Ruborizada, se dirigió al armario en busca de algo qué ponerse. Sin embargo, ver una cosa negra encima de la cómoda que se encontraba al lado de dicho mueble, la hizo detenerse en seco. Se acercó más todavía para poder verlo mejor. La mandíbula se le quedó desencajada cuando reconoció de qué se trataba.
Mientras no apartaba la vista de aquella suave pluma de color negro, la joven se preguntó cómo había llegado hasta allí. Varias posibilidades se le pasó por la cabeza: ¿habría estado el Ángel Caído ahí, en sus aposentos, mientras ella dormía? O, quizás, ¿Mitchell ya estaba de vuelta? De ser esto último, ella tendría que haberlo sabido. Solicitó se le avisara cuando el hombre estuviera de regreso. Dejando de lado el tema, retomó el camino que tenía antes en mente.
Diez minutos después salía al pasillo con intenciones de ir a la cocina, vestida con un vestido de tirantes de color azul y la larga melena rubia suelta.
—¿Mitchell? —preguntó nada más ingresar al lugar al hombre que le daba las espaldas. El mismo estaba sentado en la mesa. Este se giró con lentitud a la vez que negaba con la cabeza—. ¡Ah, perdón! Lo he confundido —comentó algo avergonzada.
La verdad era que el tipo se le parecía bastante. Era también moreno, con la misma media melena, vestimentas oscuras similares y constitución musculosa parecida. Sin embargo, sus ojos eran verdes y no negros como los que tenía él.
—Buenos días, gatita —susurró una voz ronca a sus espaldas, mientras unos fuertes brazos la abrazaban por detrás.
En cuanto ella reconoció al dueño que pronunciaba esas palabras, se giró sin romper el abrazo para quedar de cara a él.
—¡Mitchell! —exclamó eufórica al comprobar que seguía con vida. Empero, cuando vio su cara magullada, su mirada ilusionada cambió a una preocupada a la vez que tierna— Eso debe de doler...
El exterminado soltó una carcajada. Cuando volvió a clavar su oscura mirada en ella, un destello especial brillaban en ellos.
—Veo que ya conoces a mi hermano... —Ella frunció el ceño. Hasta así estaba linda, pensó el hombre— Mamonazo, ¿no te has presentado todavía?
—¡Ni tiempo me ha dado! No has tardado en ponerle las zarpas encima de ella en cuanto la has visto —Sin dejar de sonreír, se puso de pie y le extendió una mano a la estupefacta mujer—. Elijah para servirle, Jennifer...
—Veo que de mí a ti si te han hablado —dijo ella a la vez que se la tomaba y se la estrechaba.
Una vez rota la conexión, la joven se giró para mirar a Mitchell con una ceja inquisitiva.
—Ha llegado esta mañana desde Escocia —le informó—. En el mundillo paranormal las noticias corren que vuelan —comenzó a decirle sin dejar de abrazarla. El tipo se sentía muy a gusto así, y a ella no parecía incomodarle—. Nada más enterarse de la muerte de Castiel, vino a todo gas a celebrarlo conmigo.
¿Castiel estaba muerto?, se preguntó mentalmente Jennifer. Su corazón pegó un brinco ante tal maravillosa noticia.
—Entonces, ¿sois hermanos de armas o de sangre? —sentía bastante curiosidad.
—En realidad somos medio hermanos. Compartimos padre —Antes de que ella dijera o preguntara algo más, añadió—: Y no, no hay más hermanos. El cabrón murió antes de engendrar a más.
En un principio Jennifer se extrañó de que se dirigiera así, de esa forma al hablar de su padre. Luego recordó que el tipo fue un Ángel Caído que andaba embarazando a humanas, probablemente tras violarlas, y lo comprendió. Luego, cayendo en un detalle, preguntó:
—¿Dónde está Angus y el resto? —Sin dejarle responder, lanzó otra pregunta—: ¿Y se puede saber porqué nadie me avisó de vuestras llegadas?
—Nena, ¿te he dicho alguna vez que haces demasiadas preguntas? —Ella hizo un mohín en respuesta. Así también estaba preciosa la jodida— Ya estando fuera de peligro, no era necesario que continuaran aquí, además, ellos también necesitaban descansar tras una noche en vela —Aquello tenía sentido, pensó la mujer—. Angus comentó algo de ir a buscarte para anunciarte sobre mi llegada, pero lo detuve. Le dije que te dejara descansar un poco más.
Jennifer no podía negar que aquello fue todo un gesto de su parte. El macho que la tenía retenida entre sus brazos era, además de sexy, apuesto, un héroe y un tipo atractivo, era un hombre considerado.
Caer en la cuenta de que seguía pegada a aquel caliente cuerpo, la hizo estremecer de deseo. Inconscientemente, comenzó a frotarse contra él. Aquello le robó a Mitchell un ahogado gemido.
—Bueno, hermano, veo que vas a estar ocupado en las siguientes horas —Con una amplia y pícara sonrisa, comenzó a recoger de la mesa el resto de su desayuno—. Aprovecharé para acercarme a la central a visitar a los demás. A parte, he de cobrar una apuesta que tengo pendiente con Dylan...
Mitchell sabía a qué tipo de apuesta se refería. Años atrás, Elijah apostó contra su amigo, que antes de que él, Mitchell, cumpliera los cuatro siglos de edad, acabaría emparejado y ligado a una única mujer. A Dylan aquello le pareció algo imposible. Todos conocían y sabían lo mucho que a él le gustaban las mujeres y lo poco que le agradaban las ataduras.
Si su hermano creía ser el ganador, era porque sospechaba que al fin él había caído en las redes del amor. A pesar de que le fastidiaba reconocerlo, era la pura verdad. Y por como se estaba comportando Jennifer, era muy probable que ella también sintiera algo por él.
—Así es, hermano, no lo dudes —dijo Elijah encaminándose hacia ellos—. Aprovecha ahora que está caliente —le susurró cuando pasó al lado de ellos antes de marcharse.
—¿Qué ha sido eso? —De nuevo, sin dejar que respondiera a su primera pregunta, soltó la segunda—: Mitchell, ¿cuál es el don de tu hermano?
—Leer la mente —respondió él con una mirada seductora, a la vez que la pegaba más a él para que notase su excitación sin dejar de sonreír.
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