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martes, 24 de septiembre de 2024

Esclavo de las Sombras - Epílogo (desenlace)

OCHO MESES DESPUÉS

Elijah se mantuvo de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras era testigo de la unión de almas entre su único hermano y la bella humana Jennifer Alderson. Vestía con su usual camiseta negra de tirantes, que realzaban las anchuras redondeadas de sus hombros, y los pantalones de cuero que tan bien se ajustaban a su anatomía.

Ezequiel era el exterminador que estaba dirigiendo la ceremonia. Sus vestimentas eran similares a la suya. La verdad, la mayoría de los exterminadores solían vestir así. Este, tras varios cánticos sagrados extraídos de los textos antiguos de los de su especie, había realizado los respectivos cortes en las muñecas de las dos personas que estaban ante él, listas para unirse la una con la otra.

Mitchell y Jennifer tenían las manos cogidas, para que las heridas recién hechas pudieran estar en contacto. Un hilo rojo, el que uniría sus destinos para siempre a partir de ese ritual, los mantenía fusionados, atados con el fin de representar la unificación entre ambas almas.

Cuando el coro de los exterminadores presentes que cantaban una antigua canción, Dylan entre ellos, cesó, Ezequiel alzó la copa que contenía la sangre de Mitchell, y tras susurrar unas palabras que Jennifer no logró entender, se la entregó a esta, que en todo momento lo miraba con expectación.

—Toma y bebe de la sangre de vuestro amado —dijo, animándola a que la alzara y le diera un buen trago—. Ahora la sangre inmortal de vuestro elegido, además de correr por vuestras venas, también lo hará por vuestras entrañas.

Si a Jennifer le disgustó la idea de beber sangre, la verdad es que lo supo disimular muy bien. Como tampoco se vio muestra alguna de que el sabor de lo que estaba ingiriendo le estuviera desagradando, ya que bebió sin inmutarse ni poner cara de asco mientras lo hacía. Eso le hizo saber a Elijah que su cuñada era una mujer de pies a la cabeza, hecha y derecha. Que nada la amedrentaba ni le echaba para atrás. Una mujer valiente, sin dudas.

Cuando Jennifer le devolvió el cáliz vacío a Ezequiel, la misma canción que habían estado cantando los allí presentes, sonó de nuevo. Esta vez, Elijah participó.

Pocos minutos después, cuando la última letra fue cantada, reinó el más absoluto de los silencios. Todos los allí presentes agacharon sus cabezas y esperaron.

La espera no se hizo de rogar. En cuestión de segundos Jennifer comenzó a convulsionar. Los ojos se le pusieron en blanco y de sus labios solo salían jadeos desesperados. Aunque las piernas le flaquearon, no llegó a derrumbarse en el suelo, pues Mitchell la había sujetado de la cintura. Ahora la mantenía pegada a su cuerpo, además de seguir con las manos entrelazadas.

El exterminador prefirió mantener los ojos cerrados, no queriendo verla sufrir. Rezaba en silencio para que la transición pasara lo antes posible y la misma fuera superada con éxito. Si en el proceso, la perdía, él también acabaría partiendo hacia el otro lado. Su hermano Elijah sería el encargado de decapitarlo cuando él se lo pidiera. Aunque en un principio este se negó a hacer tal cosa si llegara el momento, después de que Mitchell se lo rogará, le dio su palabra que acabaría cumpliendo con su deseo, por mucho que a él le pesara.

Mientras los minutos pasaban con tanta lentitud que parecían eternos, Elijah rezó a su vez para no tener que verse en la obligación de tener que cumplir su promesa. Se odiaría de por vida si llegaba a ocurrir eso.

En el momento en el que se dejó de escuchar los lamentos de la joven, todos los presentes le prestaron atención. Al menos una docena de ojos observaban ahora a la pareja. En especial, a ella.

Mitchell, conocedor de que su amada estaba inconsciente, la dejó tendida sobre el césped frondoso del prado donde se estaba llevando a cabo el ritual. Se puso de rodillas a su lado, y, tras apartarle un mechón de pelo del rostro, procedió a tomarle el pulso. Casi brinca de alegría cuando comprobó que estaba viva. ¡Lo había conseguido! A partir de ese momento, la joven había cruzado al lado de la inmortalidad. Lo único que tendría que hacer él era darle de beber de su sangre una vez al mes para que ella mantuviera esa condición.

—Enhorabuena, hermano —dijo Elijah, posando una mano sobre su hombro.

Mitchell le sonrió en respuesta a la vez que hacía una inclinación de cabeza.

El resto de exterminadores hicieron lo mismo. Luego, todos partieron de allí, dejándolos solos.

—Necesitáis intimad —confirmó Elijah, que, junto con Dylan, eran los únicos que todavía quedaban allí, en ese claro—. Os veré en otra ocasión.

—Sí, nosotros, mientras tanto, nos vamos a celebrarlo a lo grande —convino Dylan, alzando la petaca que siempre llevaba consigo encima. Tras decir eso, pasó uno de sus robustos brazos sobre los hombros de Elijah, y así, juntos, marcharon el par.

Por encima del hombro, Elijah vio como su hermano besaba el rostro de su amada. Esta, que acababa de despertar, lloraba de felicidad mientras lo abrazaba con desesperación. Él sonrió ante tal estampa, colmado de plenitud al ver a la pareja tan feliz.

Eso fue la última escena que quedó guardada en las retinas del exterminador sobre esa apreciada pareja, ya que, tras tomarse unas copas con el alocado Dylan, retornó a Escocia; allí le esperaba su gente, el grupo con el que había estado cazando y luchando por casi tres siglos. Machos de valía.

Las cosas por esos lares, como de costumbre, seguían estando feas. Tanto demonios como vampiros estaban haciendo de las suyas, y a él, como a los de su estirpe, les tocaba ponerles frenos. Era hora de dejar las celebraciones y pasar a la acción: tocaba exterminar.

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