En el momento en el que la puerta fue abierta abruptamente, Jennifer se encontraba recién salida de la bañera con la enorme toalla blanca envuelta alrededor del cuerpo. Debido a respingo que dio tras aquella intromisión inesperada y violenta, casi provoca que el improvisado nudo de la prenda se le deshiciera.
Tras echar un vistazo al recién llegado, la joven comprendió que el menor de sus males sería el de quedar expuesta como su madre la trajo al Mundo, pues en el vano de la puerta se encontraba un personaje de lo más peculiar. Con una melena oscura como la noche y tan larga que al hombre le rozaba las caderas, con unos ojos completamente negros sin el blanco de los globos oculares, y con unas espléndidas alas del mismo color, era el tipo todo un espectáculo.
Cuando detrás del mismo aparecieron Henry y Aaron, la joven regresó a la realidad, saliendo del estupor en el que había quedado atrapada ante tal singular visión. No podía negar que aquella extraña aparición desconcertaba a cualquiera. Sin embargo, ahora que ya había pasado la sorpresa, pasó a ser consciente de la comprometedora situación en la que se hallaba con aquellos tipos allí, con ella.
—Ahora comprendo a qué se debe tanto interés en esta mujer —habló aquel ser con una voz melodiosa, pero masculina. Ella lo miraba desafiante mientras él se le acercaba con paso decidido. Una vez la tuvo delante, jaló de la toalla para arrebatársela. Cuando sus ojos carentes de expresión la estudiaron con interés, añadió—: No me extraña que Mitchell la quiera solo para él.
Alzó una mano con intenciones de tocar uno de sus pesados senos, pero ella dio un paso hacia atrás, alejándose. Él en respuesta soltó una carcajada. Sonó tan profunda, que incluso pareció que la misma iba acompañada de varios ecos. Sin dejar de mirarla con fijeza, adelantó un paso para acortar de nuevo la distancia que los separaba.
Jennifer volvió a retroceder. A lo que él respondió con otro nuevo avance. A Castiel le encantaba jugar al gato y al ratón, y aquella belleza de cabellos rubios le estaba dando lo que él esperaba: un entretenido juego de persecución.
Cuando ya no pudo recular más, ya que topó con la pared, la joven alzó la barbilla de manera desafiante para hacerle ver que no pensaba amedrentarse.
Al tipo pareció gustarle ese gesto desafiador, pues sonrió con una sonrisa amplia que dejaba entrever sus afilados colmillos. A continuación, volvió a alargar el brazo para tocarla. Jennifer la apartó de un golpe, pero él volvió a insistir. Pareciera que no le molestaba el ataque de la joven, ni tampoco que le doliese los golpes recibidos.
Con paciencia, ese ser alado esperó a que ella se cansara y desistiera de su asalto. En ningún momento dejó de mirarla con interés, deleitándose al verla cada vez más enrojecida de la rabia y del esfuerzo.
A los pocos minutos, la mujer se hallaba resoplando y jadeando. Con los puños cerrados a los lados de los costados, se rindió al comprender que era inútil seguir golpeando aquel cuerpo tan duro como una roca. Le daba rabia saber que el tipo ni se había inmutado ni había dado señales de haber padecido algún tipo de dolor o molestia en todo el rato en el que ella había estado descargando su rabia.
En cuanto Castiel comprendió que la chica al fin se había rendido, volvió a intentar tocarla. Esta vez la joven no impidió el avance de su mano, una que acunó casi en una reverencia uno de aquellos senos turgentes y tan apetecibles. Se deleitó con aquel tacto caliente y sedoso. Disfrutó con la dureza del pezón que se endurecía cada vez más bajo su toque. Sopesó con delicadeza aquel firme pecho, uno que se acunaba a la perfección en su considerable mano.
Detrás de él escuchó al par de esbirros que le acompañaban contener la respiración. Sin dudas, estaban disfrutando del espectáculo. No hacía falta ser un espécimen sobrenatural para saber que aquellos dos estaban deseando ocupar su lugar y ser ellos los que gozaran de tal deliciosa caricia.
Unos ruidos seguidos de golpes y pisadas procedentes del otro lado de la puerta hizo que Castiel rompiera la mirada que tenía anclada en los ojos de la asustada muchacha, para mirar por encima del hombro y decir:
—Que alguien salga al pasillo a comprobar qué coño ocurre ahora allí fuera.
Fue Aaron el que se asomó un momento a ver. Tras hablar con un demonio que tenía intenciones de llamar a la puerta, ahora abierta gracias al vampiro, que había ido en busca del Ángel Caído, ingresó de nuevo en la estancia tras cerrarla otra vez.
—Señor, los vigilantes han detectado una caravana de vehículos acercándose. Creen que se trata de los exterminadores.
Jennifer soltó un suspiro de anticipación, creyendo que en breve sería libre. No sabía que Castiel no tenía intenciones de marcharse de allí sin haber cumplido antes con su objetivo.
—Humana, vamos a tener que dejar de lado los preliminares y pasar directamente a la acción —La vio abrir completamente los ojos asombrada —Créame, a mí me duele más que a ti tener que renunciar a tocaros y a poder deleitarme con vuestro tentador cuerpo. Tendré que conformarme con ir directo al grano y follar tu codiciado coño —Antes de que la mujer asimilara el significado de sus palabras, dijo el alado dirigiéndose a sus secuaces—. Ayudadme con ella —Los dos se acercaron sin perder tiempo alguno—. Llevadla a la cama y sujetadla bien.
Sin saber cómo, Jennifer volvió a reunir fuerzas para prestar batalla otra vez. Se retorció, pataleó e hizo todo lo que tuvo a su alcance para ponerles las cosas difíciles a ese par de miserables.
Mientras ella era arrastrada a la fuerza hacia el lecho y era lanzada al mismo, para a continuación ser retenida sobre el mismo gracias a ese par de bestias, Castiel procedía a quitarse los pantalones de cuero negro y los calzoncillos. Debajo de esas prendas de las que acababa de desprenderse, asomaba una enorme virilidad que acojonaba a cualquiera, hasta al ser más valiente del Planeta. Sin dudas, era debido a su procedencia sobrenatural, porque de natural aquella verga tenía bien poco.
La joven prisionera no pudo apreciar como las venas del erecto pene eran bien notorias, ni que el tacto era caliente y sedoso, como tampoco pudo saber qué sabor tendría si llegara a saborearlo, ya que, en cuanto Henry le separó los muslos para darle acceso y vía libre a su amo, el dueño de tal monstruosidad se posicionó entre sus piernas dificultándole la visión.
Aunque Jennifer hizo todo lo posible por evitar que el bastardo que tenía intenciones de violarla se saliera con la suya, no pudo impedir que este se colara hasta rozar con su hinchado y grueso glande la entrada estrecha que ella intentaba guardar a buen recaudo.
Viendo que el tiempo se le escapaba y que en nada iba a ser empalada, la mujer optó por otra estrategia: giró la cabeza y mordió la muñeca de la mano del vampiro con la que este la estaba manteniendo agarrada del hombro.
Aaron gritó de dolor, y debido a la agresión inesperada, la soltó. Ella aprovechó para incorporarse hasta donde pudo, para a continuación recular para alejarse de los otros dos. Sabía que no iba a llegar muy lejos, pero al menos conseguiría retrasar lo que parecía inevitable. Quizás, con algo de suerte, alguien llegaría a tiempo para salvarla.
Cuando Castiel la agarró de los tobillos y tiró hacia él con fuerza para recostarla de nuevo y tenerla otra vez a su alcance, la joven comprendió que solo un milagro evitaría que el miembro hambriento de aquel Ángel Caído se insertara en ella hasta reventarla por dentro. Ella dudaba que pudiera quedar con vida tras ser poseída con tal enorme virilidad. De seguro la partería por la mitad.
Cansado de tanta tontería, Castiel agarró con una de sus manos el mástil de su miembro, para guiarlo hacia la ambicionada abertura de la elegida. Ya casi había conseguido introducir el glande en aquella cavidad húmeda y resbaladiza, cuando varios exterminadores irrumpieron en la habitación interrumpiéndoles.
Con un rugido de rabia, el Ángel Caído se puso en posición de ataque. Mordió y desmembró a todo aquel que tuvo la osadía de acercarse para agredirlo. Mientras todo eso se sucedía, y Castiel andaba ocupado defendiéndose de las múltiples acometidas recibidas por doquier, Mitchell tomaba en brazos a la sollozante Jennifer, y la sacaba de allí.
El exterminador, como pudo, fue abriéndose paso hasta alcanzar el exterior. Una vez fuera, alzó el vuelo con la mujer en brazos, alejándose de allí. Aunque no le hacía gracia dejar a sus compañeros de armas atrás, sin su ayuda, priorizó la seguridad de la joven ante todo. Cuando la notó temblar de frío debido al rocío de la noche sumado a que ella se encontraba desnuda, la estrechó más contra su pecho. Ella hundió su cabeza en el hueco de su cuello, buscando refugio... un lugar donde sentirse segura, arropada... Y a él le encanto tenerla así.
No tardaron mucho en llegar a la mansión de Mitchell. A diferencia de otras veces, esta vez la misma estaba protegida con varios perros infernales apostados por todo el perímetro de la propiedad.
Nada más alcanzar la puerta de la vivienda, el exterminador descendió, aterrizando en el piso con suavidad. Con la misma delicadeza la depositó a ella sobre la cama del dormitorio en el que la joven se estaba hospedando cuando la alcanzaron.
Se la veía tan agotada, tan indefensa, tan exhausta, que el hombre no pudo evitar darle una caricia en la mejilla con ternura. Ella se estremeció ante su toque. O quizás fuera que tuviera frío. Por si fuera esto último, Mitchell la arropó.
Tenía pensamiento de dejarla descansar, ya que era evidente que lo necesitaba, pero antes de hacerlo tenía que saberlo... tenía que asegurarse que todo estaba bien con ella.
—Jennifer —la aludida enfocó como pudo la mirada en él. Le pesaban tanto los párpados que apenas podía mantenerlos levantados. Había sido una noche muy larga y muy intensa, y el viaje en volandas la había relajado de tal manera, que ahora no podía mantenerse apenas despierta—. Castiel... él... ¿él llegó a conseguir su objetivo?
Le costó tanto al hombre pronunciar esas palabras, que hasta la adormilada muchacha fue consciente de ello.
Primero negó con la cabeza, con movimientos lentos, y luego dijo para que su salvador quedara tranquilo:
—No llegó a penetrarme —su voz sonó ronca y en apenas un susurro audible. Habló con los ojos cerrados, ya no solo por el agotamiento, si no también porque le daba vergüenza hablar de tal cosa. Y más si se trataba de él.
Aunque Mitchell era sabedor de que ella no se daría cuenta de su gesto, asintió con la cabeza, y antes de marcharse y cerrar la puerta tras de sí, dijo:
—Ahora descansa, gatita. Aquí nadie puede darte alcance y hacerte daño.
Ella respondió con un profundo suspiro. Segundos después, se durmió.
Mitchell se encaminó hacia el salón. Allí habían varios exterminadores de segundo grado, que eran los que se encargaban del funcionamiento y manejo de la organización ya que la caza y de la puesta en acción era cosa de los de primer grado, esperando ordenes.
—He de regresar para echar una mano a los de mi equipo —anunció—. Os dejo al cuidado de la mujer. Protegerla con vuestra propia vida si es necesario.
Los diez exterminadores de rango inferior, que estaban allí para servirle, asintieron en silencio. Aunque ellos no tenían las capacidades sobrenaturales que los de rango superior sí tenían, como la fuerza extrema, velocidad asombrosa ni ninguna de esas cualidades, sí eran inmortales y difíciles de asesinar.
Sin necesidad de añadir nada más, Mitchell regresó al exterior. Con semblante serio y con una determinación en mente, regresó en busca de Castiel.
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