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martes, 24 de septiembre de 2024

Esclavo de las Sombras - Capítulo Dieciocho

 Sentir el cuerpo cálido y suave de Jennifer apretado contra el suyo, era lo más cercano a estar tocando el firmamento con la yema de los dedos, pensó Mitchell. Mantuvo su oscura mirada enardecida de pasión clavada en los ojos de la joven, que lo observaba con la misma intensidad.

—Gatita... —comenzó a decir con suavidad— Son muchas las ganas las que te tengo —Ella ahogó un gemido en repuesta, pero no se apartó de él ni dejó de mantenerle la mirada—. Si no me detienes en este instante, presiento que luego no habrá marcha atrás...

Para que ella supiera a qué se estaba refiriendo, empujó las caderas hacia delante para que su endurecida erección no pasara desapercibida. Quería que ella notara qué necesitaba. Qué ansiaba. Qué era lo que tanto había estado esperando.

—Yo... —comenzó a balbucear ella, ruborizada— Hace mucho tiempo que no estoy con un hombre... —Se le subió un tono más el color de su sonrojo, si eso era posible.

—No te preocupes, al principio seré delicado —reconoció él. Alzó una mano, y con el pulgar, acarició el labio inferior de la joven mientras le aclaraba—: Pero, me temo que, cuando te hayas adaptado a mi intromisión, luego no podré contenerme y te tomaré con un hambre voraz.

Aquella confesión hizo que Jennifer se humedeciera más todavía. A ese paso, dejaría las bragas empapadas.

—Un hambre que lleva carcomiendo por dentro desde el mismo día que te conocí —Detuvo su exploración labial para liberar la otra mano que había estado aferrada sobre la cintura de la mujer, y con ambas manos, sujetarle con firmeza el rostro—. Es la última vez que te lo repito —Su penetrante mirada era esta vez más intensa—. ¿Quieres que me detenga?

Como no podía articular palabra alguna, Jennifer se limitó a negar con la cabeza.

Tras darle luz verde, Mitchell se inclinó lo suficiente para poder atrapar aquellos apetecibles labios con los suyos. Mordisqueó el inferior, lo succionó con avidez y luego se centró en devorar la lengua sonrojada y resbaladiza de su amada.

El gemido que emitió Jennifer mientras estaba siendo besada por el exterminador, sonó a música celestial para el hombre. Este dejó que una de sus manos fuera la encargada de sujetarle del mentón, y que la otra, la recién liberada, se posicionara ahora en su trasero. Se deleitó con aquella caricia. Rugiendo en su boca, la apretujó contra él.

La joven, que tenía las palmas de las manos apoyadas sobre los pectorales del inmortal, notó como los músculos que se encontraban allí se habían contraído con ese movimiento. Sin romper aquel beso apasionado donde ambas lenguas se enroscaban una y otra vez, se frotó contra aquella dureza palpitante para darse placer. La fricción que sentía sobre el clítoris la estaba volviendo loca de placer.

Como si Mitchell hubiera olido su excitación, la tomó en brazos con intenciones de llevarla a la habitación de invitados que ella estaba usando. Ella no sabía que el hombre no quería poseerla por primera vez sobre su cama, una que guardaba demasiados recuerdos de otros encuentros sexuales con mil y una desconocidas. No quería que ella pasara a formar parte de la lista de amantes que habían gozado allí, entre sus sábanas. Quería que esa primera vez lo fuera en muchos sentidos. Y una buena manera de empezar era estrenando la que ella utilizaba para dormir.

Jennifer se aferraba al cuello de Mitchell mientras era llevada de vuelta a su dormitorio. Tenía apoyada la cabeza sobre el pecho del macho. Fue así como supo que él estaba tan alterado como lo estaba ella al escuchar el frenético palpitar de su corazón masculino. Con mucha suavidad, el exterminador la depositó sobre la colcha.

El exterminador, tras incorporarse, y sin dejar de mirarla con lujuria, procedió a desnudarse con lentitud. Quería que ella fuera consciente de lo que estaba a punto de ocurrir. Que se fuera haciendo a la idea. Que lo asimilara.

Después de sentarse sobre la cama, Jennifer lo imitó, quedándose también en cueros.

Durante unos segundos, que parecieron eternos, ambos se estudiaron. La mirada oscura de él no perdió detalle alguno. Se recreó viendo aquellos labios tan sabrosos húmedos e hinchados tras gozarlos con maestría durante unos minutos. Deslizó la mirada hacia aquellos montes erizados, tan inhiestos, reclamando atención. Se relamió los labios anticipando lo que sentiría tras devorarlos. Tras ese fugaz escrutinio, se enfocó ahora en aquel vientre plano. No era necesario tocarlo para saber que el tacto sobre esa cremosa piel iba a ser suave, aterciopelado. Por último, se centró en aquel pubis depilado, con una raja que le estaba pidiendo a gritos que la explorara.

Así mismo, la mirada vidriosa de la mujer lo examinaba con la misma curiosidad. A pesar de las magulladuras de aquel fibroso cuerpo varonil, había que reconocer que estaba ante un hombre con una anatomía perfecta. Hombros y muslos anchos. Musculosos brazos, espalda y abdomen. Fijarse en esa tableta de chocolate despertó en ella un anhelo que hacía muchos años no sentía. Al ver ese miembro de alarmantes dimensiones tapando el ombligo, no hizo sino alimentar más esas ganas intensas de ser poseída. Aunque la diferencia de tamaño entre Castiel y él era apenas perceptible, Jennifer supo que con la de él no se iba a sentir como si la partieran por la mitad. Con él ella iba a estar preparada, lista para su estocada. No había más que ver lo lubricada que estaba ya. ¡Y eso que él todavía no la había tocado!

Esa condición enseguida fue resuelta. Con mucha destreza, Mitchell se subió a la cama, colocándose encima de ella. Utilizó los brazos para sostener parte de su peso en ellos y no aplastarla. Sus miradas se volvieron a encontrar, quedando la una anclada en la del otro. Sus respiraciones también eran trabajosas.

Mitchell volvió a acariciar el labio inferior de la mujer. Con movimientos delicados, adoró aquella parte. Sacó la lengua y dejó que esta sustituyera su dedo pulgar. Con la misma atención, acarició el mentón, luego el largo cuello de cisne, se entretuvo en una de las clavículas, para después detenerse sobre el pecho que tenía más a mano. Se apartó lo justo para poder mirar lo que su mano juguetona estaba haciendo. Pellizcó el pezón. Este se puso duro bajo su caricia. Le encantaba ver el efecto que ejercía en él. Sentirlo fruncido a más no poder, lo enardeció más todavía. Sin poderlo evitar, lo atrapó con la boca. Le dio varios toquecitos con la lengua. Lo mordisqueó, tirando del botón hasta donde pudo para evitar hacerle demasiado daño. Cuando lo hubo dejado enrojecido y mojado gracias a su saliva, prestó la misma atención al otro seno. Hundió su cara ahí, saboreando, lamiendo, gozando, mamando, dejando la aureola y la tetilla igual de apretada y colorada que la otra. Se apartó para ver el resultado de su trabajo, y rugió de satisfacción con lo que se encontró. Antes de ir más abajo con su inspección, sobó, sopesó, y acarició aquellos globos pesados que se amoldaban a sus manos. El tacto bajo sus yemas de aquella piel sedosa, provocó que de su glande emanara un gota de líquido preseminal.

—Quiero lamerte —Un ramalazo embargó a la joven, que se arqueó en un acto reflejo—. ¿Me dejarás?

Ella asintió.

Él soltó una inesperada carcajada.

—Gatita, ni si quiera te he dicho dónde quiero afianzar mi lengua —Ella lo miró con una mirada anhelante debajo de unas largas y rizadas pestañas—. Quizás me refería a lamarte aquí —deslizó una mano sobre el estómago de la agitada mujer—. O puede que me estuviera refiriendo a esta otra parte de tu preciosa anatomía —Ahora le acariciaba uno de sus muslos por la cara interna—. Aunque es más que probable que quiera hundir mi lengua aquí —Sus dedos expertos la penetraron sin aviso previo. Ella gimió tanto por la sorpresa como de placer. Los dedos del hombre no eran precisamente finos ni delgados—. A ver... —retiró los dedos que habían estados enterrados en aquella cavidad húmeda para llevárselos a la boca y poder así saborearlos—. Sí, definitivamente es aquí donde te pedía permiso.

—¿Y a qué esperas, mi hombre? —consiguió ella pronunciar mientras se retorcía bajo su cuerpo, ansiando más y más. Adoraba sus atenciones.

Escuchar la forma con que la que se había referido a él, le hizo perder el control. Sus intenciones eran la de ir despacio, pero no pudo contenerse. Con una velocidad que delataba su naturaleza inhumana, se posicionó entre las piernas abiertas de Jennifer. Sin darle tiempo a asimilar lo que pensaba hacer, barrió con la lengua todos los fluidos cremosos que se encontraban en el excitado sexo que devoraba con avaricia.

Sentir la lengua masculina lamiendo y penetrando su parte más íntima, la hizo jadear. Su cabeza se movía frenéticamente sobre la almohada, mientras se mordía el labio inferior intentando acallar sus grititos y gemidos de placer. Aquello se sentía tan bien, tan endemoniadamente bien, que no tardó en venirse. La corriente eléctrica que le recorrió la columna vertebral hasta estallar en su coño, la teletransportó al paraíso como nunca antes.

—Tu sabor, mientras te probaba me había parecido lo más sabroso del mundo —Se había separado de su sexo los justo para poder mirarla mientras le hablaba—. Pero estaba equivocado... —Entre la neblina que todavía la mantenía anestesiada, Jennifer pudo entender lo que le había confesado, por eso, frunció el ceño—. Es más delicioso cuando tu esencia personal se mezcla con los flujos de tu orgasmo —Jennifer jamás pensó con unas palabras pudieran provocar uno. Comprendió que aquello sí era posible al estallar en otro tras escucharle reconocer tal excitante cosa.

Mitchell, que se estaba percatando de lo que estaba ocurriendo, no perdió el tiempo. Volvió a hundir su rostro para inundar su paladar con el flujo denso y suculento de la mujer, mientras sus anchos hombros le mantenían separadas las piernas.

—Creo que jamás me cansaré de saborearte —Tragó saliva y continuó con su degustación, a pesar de sentir un intenso dolor en los testículos.

Jennifer comenzaba a sentir otra vez la llegada de otro orgasmo, uno que se acercaba, que se dejaba entrever, que estaba a punto de estallar, que...

Cuando Mitchell se detuvo, la mujer sintió un vacío, como si le faltara algo... frustrada, lo miró con una mirada suplicante. No necesitó rogar más, pues, con un movimiento ágil, el hombre se posicionó con toda su envergadura encima de ella. Tras agarrarse el miembro, la envistió con deliberada lentitud, pero sin pausa.

Justo en el momento en que ambos sexos se unieron en uno mismo, Jennifer explotó, liberando la culminación que había estado brevemente frenada.

El exterminador bombeó con lentitud, sintiendo como las paredes internas de la mujer apresaban apretando con fuerza su verga. Cuando los espasmos de Jennifer cesaron, y sin dejar de mirarla fijamente, comenzó a arremeter con más velocidad. Cada vez se hundía en ella con más urgencia, más profundo, más rápido. Sus embestidas eran ahora más duras, más exigentes.

Mientras que en la alcoba solo se oía el chocar de las carnes, los gemidos de los amantes y sus respectivas agitadas respiraciones, el tiempo pareció detenerse. Lo único que parecía existir era lo que estaban haciendo, lo que sentían, lo que estaban compartiendo. Solo ellos existían. Nada más.

Tras varios minutos así, donde los dos se fundían en uno solo, en un solo ser, con ese vaivén de caderas, de brazos y manos inquietas que recorrían cada tramo de piel expuesta, de sudores entremezclados y oxígeno compartido, llegaron al éxtasis al unísono.

Tras recuperar el control de los latidos de su corazón y de su respiración, Jennifer cayó en la cuenta que era la primera vez en su vida que tenía tantos orgasmos seguidos en una misma cópula sexual. Sin dudas, había sido el mejor coito de tu vida, ¡y esperaba repetir en incontables ocasiones!

Mitchell, que se había desplomado encima de la mujer, se hizo a un lado, para liberarla. Quedó acostado en un lateral de aquel complaciente cuerpo sudoroso. La miró con admiración. Y cuando ella alzó la cabeza para mirarlo también, le sonrió.

—¿Sabes que, después de ti, no habrá ninguna más, verdad? —A Jennifer le dio un vuelco el corazón—. Te has metido bajo mi piel —Su mirada se volvía a encender—. Cuando desapareciste, tuve la certeza de que, si no te recuperaba, iba a ser mi fin —Ella acarició su rostro con una sonrisa tímida dibujada en el de ella—. Y ahora que te he recuperado, no pienso dejarte ir...

—Yo tampoco te lo iba a permitir —reconoció ella, que también se había girado quedando de costado para poder mirarlo de frente—. No me entrego a cualquiera... —Dejó de acariciarle el mentón para que le prestara más atención—. Si he dejado que me poseas, es porque ya eres el dueño de mi corazón...

Mitchell no dio lugar a que la mujer dijera o hiciera algo más, ya que, en el tiempo en lo que se tarda en parpadear, se encontraba nuevamente entre sus piernas penetrándola con fervor.

Media hora después, mientras Mitchell la ayudaba en su aseo, frotando una esponja jabonosa sobre el sensibilizado sexo para eliminar los restos de semen y otros fluidos, Jennifer se deleitaba con la nueva intimidad que estaban compartiendo. Allí, los dos, bajo el chorro de agua tibia de la ducha.

Cuando ya estaban los dos nuevamente vestidos, en la cocina, cocinando codo con codo, como un matrimonio tradicional, Jennifer preguntó:

—¿Qué ocurrió con Aaron y con Henry?, ¿están también muertos como Castiel?

—Así es. Ya no tienes que preocuparte más por ese obsesionado admirador tuyo, ni por el vampiro que te perseguía desde... —No quiso continuar por ahí. No le quería recordar la tragedia vivida semanas atrás, cuando Eleanor pasó al otro lado. Ahora que se le veía feliz, no la quería entristecer— En fin, que ya no tienes nada qué temer.

—Bueno, siguen habiendo vampiros y demonios sueltos por ahí, ¿no?

—Así es, tendrás que ser precavida. Eso siempre —Dejó el cuchillo con el que estaba pelando las patatas dentro del fregador. Se lavó las manos, se posicionó detrás de ella, y la agarró de la cintura. Tras apoyar la barbilla sobre su hombro, le dijo—: Aunque, después de dejarte bien saciada y extenuada tras un largo maratón de sexo, dudo que luego, cuando me vaya a ir a cazar, te encuentres con ganas de salir de paseo por las noches.

Por supuesto que ella no volvería a pisar la calle cuando la noche hubiera caído, si no es acompañada de él. Ya era más que consciente de los peligros que acechan a esas horas nocturnas.

Jennifer dejó de batir los huevos, para girarse y quedar de frente a él, todavía arropada por su abrazo.

—¿Hay más seres como él? —preguntó ella de repente— Como Castiel.

El exterminador apretó la mandíbula.

—Sí, hay más Ángeles Caídos. No aquí en Londres, de momento, pero sí que hay más. Unos cuantos.

Ella tembló ante tal realidad.

—¿Y si vuelven a intentar eso de engendrar exterminadores-vampiros?

Pensar en esa posibilidad, la aterraba.

—Creo que los únicos que sabían sobre esos planes eran Aaron y Henry, y ellos ya no están.

—¿Y si no es así? ¿Y si Castiel habló con algún otro Ángel Caído contándole lo que pensaba hacer ?

Mitchell acarició con su nariz la de ella, antes de separarse un poco para poder mirarla a los ojos mientras le decía:

—No te preocupes por eso. Si alguna vez se presenta esa posibilidad, mi gente y yo tomaremos las medidas que sean necesarias llegados el momento. Ahora, de lo único que debes de preocuparte es de que no se te quemen los filetes de lomo de cerdo.

Ambos se echaron a reír.

Aunque el futuro que les esperaba era incierto, y la lucha contra el mal continuaría durante muchos años, se tenían el uno al otro. Eso era suficiente. Por ahora...

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