¡AVISO IMPORTANTE! Algunos de los contenidos aquí publicados son para mayores de 18 años. ¡Quedáis advertidos!

Seguidores


martes, 17 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Catorce

—¿Quién crees que se encargará de tu cuidado hasta que des a luz? —preguntó con petulancia—. ¿Quién crees que fue el que supo donde te encontrabas y con quién, cuando fuiste secuestrada, y dio el aviso? —pasó la esponja por la espalda sedosa de la joven, mientras decía—: ¿Quién crees que fue el que le dio la idea a Castiel? De todas las mujeres del planeta, ¿por qué crees que te eligieron a ti para este experimento? Fui yo el que le dijo al Ángel Caído, que al ser tú el amorcito de uno de los exterminadores, el más temido por todos por cierto... Haría más daño, que si tomara a cualquier otra mujer del montón. ¿Y sabes qué? —se giró y se puso delante de ella, con la esponja todavía en la mano. Con esta, comenzó a lavarla por los hombros, mientras le sostenía la mirada—. Castiel los odia tanto, que está dispuesto hacer cualquier cosa, con tal de humillarles y darles donde más les duelan... Y es ahí dónde entras tú en la ecuación.

Jennifer se estremeció ante sus palabras. Ya no solamente era por el hecho de estar siendo lavada por ese bastardo, loco y egoísta, sino también tras asimilar lo que le acababa de decir. Prácticamente le había dejado claro que ella, además de ser un arma con el que dañar la organización de los exterminadores, era también el "amorcito" de uno de ellos... De Mitchell. Porque era a él a quién se refería, ¿no? ¿Sería eso verdad? ¿Drew, tras su espionaje, había notado eso, había llegado a esa conclusión? Entonces... algo de cierto tendría que haber ahí, si creía algo así. Eso, por un lado, le hacía bastante feliz, ya que, quisiera o no, tenía que reconocer que amaba a ese hombretón de cabellos negros, pero... Por otro lado, se sentía asustada, temerosa de que, en el caso de ser cierto, él sufriera por ella cuando descubriera lo que le habían hecho... Siempre y cuando, esa panda de lunáticos consiguieran llevar a cabo sus maléficos planes.

Ahora, más que nunca y con una mayor determinación, Jennifer tenía claro que tenía que evitar a toda costa, que eso sucediera... Ya no estaba solamente en juego su vida, su felicidad y su futuro, sino también el de Mitchell y el del resto del mundo. Por eso, haría lo que fuera, lo que hiciese falta, para que ni Castiel, ni Drew ni ninguno de esos seres malignos, se salieran con la suya...

El roce de la esponja sobre sus senos, hizo que Jennifer saliera del estado de trance en el que se había sumergido mientras cavilaba, para ser consciente de las caricias lascivas de Drew. Bajó la mirada y se encontró con que el hombre, seguía empalmado. No había más que ver cómo se alzaba una tienda de acampada en la parte delantera de sus pantalones, para ser consciente de eso.

—Puedo yo sola... —le advirtió la muchacha, cuando vio sus intenciones; acababa de abandonar sus pechos, para continuar con su lavado hacia abajo, hacia su sexo, pasando previamente por su vientre.

Nada más decirle eso, Jennifer le sujetó con fuerza de la muñeca, para detener tu descenso. Él, en respuesta, la miró con rabia, con una alarmante amenaza en la mirada. Ella tragó saliva, ahora un poco más asustada, pero no aflojó su agarre. Justo cuando Drew iba a dar una fuerte sacudida para liberarse y seguir con lo que estaba haciendo, llamaron a la puerta.

Drew blasfemó en voz baja, maldiciendo entre dientes.

—Drew, te necesitamos arriba —dijo una voz desde el otro lado de la puerta—. Vienen varios vehículos y tenemos que asegurarnos de que se trata de Castiel y sus hombres, y que no son los exterminadores que vienen a por la mujer —aclaró. Por la voz, Jennifer supo que se trataba de Austin, el vampiro asesino de su amiga Sarai, el mismo que quería beber de ella cuando se encontraba maniatada en la otra habitación.

—Voy, un segundo —gruñó el hombre, mientras se ponía en pie; no le había costado liberarse del agarre de la mujer, pues Jennifer, le había soltado nada más escuchar la voz amortiguada de Austin. Termina de lavarte —le ordenó—. Toda —le aclaró, mientras se secaba las manos con la toalla que estaba preparada para el uso de ella y que se encontraba sobre la silla, refiriéndose al cabello— Ahí tienes un albornoz y un cepillo para el pelo.  

—¿Y qué me pongo? El vestido está inservible...

—Nena, para lo que tiene en mente Castiel hacer contigo, no necesitas ropa... —y sin añadir nada más, cogió del suelo la prenda medio destrozada y la ropa interior color roja de Jennifer, y salió de la instancia. Una vez fuera, cerró la puerta con llave, dejándola sola... A su suerte...

<<Y ahora... ¿Qué?>>, se preguntó la mujer mientras suspiraba de manera cansina y se sumergía en las profundidades del agua.

***

A Mitchell estaba que se lo llevaban los demonios. Bueno, no exactamente, pues en la base no había ninguno de esos seres al rededor. Igualmente, estaba de tan mal humor, que daba miedo. ¡Hasta Ezequiel, el más antiguo y "jefe" de todos ellos, por precaución, se mantenía lejos de él! ¡Y eso que él no estaba en condiciones de poder ir a ningún lado!

—Cuando lo pille, lo mato —escupió el exterminador, mientras se retorcía en la camilla donde se encontraba maniatado—. Le voy a hacer papilla, al igual que al Drew ese y a Castiel. ¡No voy a dejarle ni un hueso sano! —bramó sin parar de intentar liberarse.

—¿A quién piensas triturar, amigo? —preguntó con sorna Dylan, cuando hizo acto de presencia en la sala de recuperación; se había echado a un lado para que su superior, Ezequiel, pudiera salir, dejándolos a los dos a solas.

—¡A ti, hijo de puta! gritó Mitchell, todo desesperado.

—Como sigas moviéndote así, vas a conseguir que tu recuperación se demore —le advirtió el recién llegado.

—¡Vete a la mierda Dylan! Por tu culpa, estoy aquí atrapado, sin poder salir a por Jennifer —renegó el morenazo, con los dientes apretados.

—Escucha mamón enamorado —le dijo el otro exterminador, sin perderse ningún detalle de la mueca de sorpresa que puso el herido, tras sus palabras—. Mientras tú estabas aquí reponiéndote y quejándote como un marica, yo he estado haciendo mis deberes —acercó la silla que encontró junto a la puerta, a la camilla donde despotricaba Mitchell—. Estuve en el piso de Drew, lo revisé de cabo a rabo y...

—¿Qué encontraste? ¿Estaba Jennifer allí? —preguntó el exterminador interrumpiéndole a su amigo; ahora, más que verse enfadado, se le veía nervioso y preocupado.

—Déjame terminar —le pidió el rubio, mientras se sacaba su petaca y le daba un largo trago a su contenido—. Encontré un portátil. Los de informática lo han estado analizando y hemos encontrado que el tal Drew ese, había estado buscando almacenes y/o fábricas en desuso, que estuvieran en alquiler.

Mitchell lo miró, y sin que los dos mediara palabra alguna, se entendieron. Ambos pensaban en lo mismo: Drew había estado buscando algún lugar donde ocultar a la mujer... Y seguramente... !A todo un ejército de vampiros y demonios! 

El humano ha alquilado en total, cinco naves —Mitchell resopló—. Tenemos la dirección de todas ellas... El problema, es que cada una de ellas están en diferentes lugares... Cada una en una punta de la ciudad...

Eso era un problema... ¿Cómo les iba a dar tiempo a registrarlas todas, antes de que hicieran algo "malo" con Jennifer, si es que no se lo habían hecho ya? 

—¡Mierda! ¿Y cómo vamos a saber en qué nave se encuentra ella encerrada? —preguntó con preocupación—. A todo esto... ¿Cuánto tiempo hace que se la llevaron de mi lado?

—Calculo que un par de horas o así —respondió su amigo a la vez que se guardaba la petaca en el bolsillo interior de su chupa de cuero—. No te preocupes por la localización de Jennifer. Hemos enviado cinco perros infernales a cada nave, para rastrear a Drew —Mitchell lo miró con el ceño fruncido—. De su casa, tomé prestado una gorra. Los perros la han olfateado y ahora saben la pista que han de seguir... Los hemos mandado con sus respectivos amos. Cada uno de ellos, tienen la orden de llamarnos si cuando lleguen a su lugar de destino, resulta ser la que nos interesa. Sin necesidad de entrar y de ponerse en peligro, sabrán si la nave que tienen ante ellos, es la correcta o no. Eso se los dirá sus mascotas. La que ladre y reconozca la esencia fresca de Drew en el ambiente, será la que buscamos.

<<Buen plan>>, reconoció Mitchell. Al final, iba a ser verdad que su fiel amigo, aquél al que tantas ganas tenía de descuartizar por haberle golpeado en la cabeza y haberle dejado caos, impidiéndole así que fuera a la búsqueda de Jennifer, había hecho los deberes y encima, ¡bien hechos! Yendo solamente cinco de sus hombres a la expedición, no exponían en peligro a un gran número de ellos. Con esa cifra bastaba, cada uno para cada nave alquilada por Drew. Irían acompañados, y por lo tanto, protegidos, por sus mascotas. Cuando llegaran cada uno de ellos a su respectiva nave, no tendrían ni que entrar, ni dar la cara siquiera. Solamente tendrían que esperar a ver la reacción de sus perros infernales. Si alguno daba muestra de que era allí donde se encontraba el humano, su dueño, el exterminador a cargo de la bestia, llamaría a la base dando el aviso.

—Esto tiene buena pinta —dijo Dylan, tras examinar su pierna desnuda, sacándole de sus pensamientos—. En unos quince minutos o así, estarás bien del todo y podremos...

Un teléfono móvil sonando, interrumpió la diatriba del hombre. Dylan miró la pantalla del aparato durante unos segundos, antes de aceptar la llamada.

—Ajá —dijo tras unos segundos—. Estaremos allí lo antes posible. Llama a Ezequiel para que envié el mayor número posible de exterminador, a esa dirección —escuchó lo que le decía el exterminador que estaba al otro lado de la línea, antes de despedirse y colgar.

—Deduzco que no dispongo de esos quince minutos —bromeó Mitchell, algo más relajado al saber que las cosas comenzaban a mejorar y que, seguramente, pronto darían con el paradero de Jennifer.

Dylan asintió, mientras comenzaba a liberar a su compañero de sus ataduras...  

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Trece

Jennifer agudizó el oído, para poder captar mejor la conversación que su captor, Drew, estaba manteniendo con quién estuviera al otro lado de la línea de su teléfono móvil.

—De acuerdo, eso haré. La voy a preparar para que esté lista para cuando estés de regreso y puedas realizar el ritual —le dijo el hombre, mientras se amasaba sus cabellos castaños, a su locutor—. También le diré a Austin, que vaya avisando a los demás, para que vengan y se preparen por si los exterminadores dan con este sitio y deciden venir a rescatarla —comentó Drew, mientras seguía paseándose con impaciencia por la estancia de un lado a otro—. ¡Joder!, ¡vaya puñeta! —exclamó de repente, tras bufar. Luego, tras aguantar el sermón que le estaban echando desde la otra línea, dijo—: Está bien, disculpa mi ataque de ira, señor. Haré lo que me ha ordenado, mantendré mi polla lejos de ella, tiene mi palabra.

Acto seguido, cortó la llamada con semblante serio. Se guardó de nuevo su teléfono móvil en el bolsillo de sus pantalones y se giró en dirección a donde Jennifer esperaba expectante.

—Ahora regreso —le dijo. Luego, se alejó y salió por la puerta, dejándola entreabierta.

Jennifer giró la cabeza en aquella dirección, mientras la observaba curiosa. <<¿Con quién había estado hablando? ¿Qué preparación tenía que sufrir para estar lista? ¿Lista para qué? ¿A qué misterioso ritual se refería?>>. Se preguntó mientras fruncía el ceño, toda extrañada, y se decía, que no quería conocer las respuestas. Su único y ferviente deseo en esos instantes, era el de salir ilesa de allí, y si podía ser, ¡ya mismo!

Como unos veinte minutos después, apareció Drew, todavía malhumorado. Se acercó a ella y se arrodilló enfrente suya.

—En cuanto Castiel acabe contigo, serás mía —le aclaró, mientras deslizaba su ardiente y lujuriosa mirada, por el pecho semidesnudo de ella—. Es una lástima que no tenga autorización para gozar contigo antes, pero tranquila, cuando pueda hacerlo, lo haré con creces como recompensa —alzó las manos y manoseó sus pechos por encima de la tela del sujetador rojo que llevaba puesto—. Ahora, es el momento de tu preparación.

—Pero... ¿Qué pensáis hacer conmigo? —preguntó asustada, mientras observaba como Drew comenzaba a desatarla.

—Yo, una vez que ambos seamos vampiros y vayamos a compartir la inmortalidad durante la eternidad, pienso follarte sin descanso —respondió, tras haberle liberado los tobillos. Luego, se levantó y se posicionó detrás suya, para liberarle también las muñecas.

—Eso está por ver —renegó ella, mordiéndose el labio de la rabia e impotencia—. Pero, lo que más me inquieta, son los planes que tiene Castiel conmigo...

Drew soltó una sonora carcajada, que retumbó entre las cuatro frías y sombrías paredes de la estancia, antes de ayudarla a que se pusiera en pie; la había vuelto a maniatar, pero esta vez, no la había atado a la silla, como estaba segundos antes.

—Nena, después de que el Ángel Caído y señor de las tinieblas en la Tierra, siembre su semilla en tu útero, te convertirá en vampira con la ayuda de Austin —le confesó con burla, mientras tiraba de ella y la instaba a que lo acompañase fuera de aquél húmedo agujero.

—¡¿Qué piensa hacer qué?! ¡¿Preñarme?! —preguntó ella incrédula, atemorizada y atónita— Pero... ¿Con qué intención? ¿Y para qué me va a convertir después? —estaba tan nerviosa mientras era guiada por aquél pasillo apenas iluminado, que lo único que se le ocurría hacer era soltar una sarta de preguntas, sin esperar primero las correspondientes respuestas— Y a todo esto... ¿Desde cuando una vampira puede estar preñada?

—Preguntas mucho —refunfuñó el hombre, que no paraba de tirar de ella. Pronto alcanzaron otra puerta. Sacó una llave y con ella, la abrió.

Ante los dos, apareció un dormitorio amplio, con una única cama tamaño King, una enorme bañera, de esas antiguas de cuatro patas, y una silla de madera junto a esta, con varias cosas apoyadas encima, como único mobiliario. No había ventanas allí tampoco, pero gracias al aire acondicionado, no hacía frío y la temperatura era agradable, algo caldeada de más, pero soportable al fin de cuentas.

—¿No piensas responderme? —preguntó ella a su vez, cuando ambos ingresaron en la habitación y la puerta fue cerrada con llave.

—Hagamos un trato. Si prometes comportarte y dejarte hacer, sin causarme problema alguno, por mi parte, prometo responderte a cualquier pregunta que me plantees.

Jennifer lo miró con atención. ¿Qué hacer? ¿aceptar? En cierto modo, no le quedaba otra que dejarse hacer. Pusiera o no resistencia, el hombre acabaría saliéndose con la suya y ella, en el caso de no ponerle las cosas fáciles, acabaría encima malherida... No había otra opción, aceptaría.

—De acuerdo —susurró.

Drew en respuesta, le dedicó una sonrisa de suficiencia. Se movió y se puso detrás de ella. Segundos después, Jennifer tenía de nuevo las manos libres.

—Vas a ser el conejito de Indias de Castiel —le aclaró, tras ver que, después de desatarla, se mantenía inmóvil, cumpliendo con su palabra—. Serás la primera Vampira en cinta, que tendrá en su vientre la semilla de un Ángel Caído, la de Castiel, por supuesto —añadió. A continuación, le deslizó los finos tirantes de su vestido rasgado por el frontal, por sus hombros; la prenda, resbaló hasta caer al suelo. Jennifer mantuvo el aire retenido en sus pulmones, intentando controlar los temblores de su estremecido cuerpo semidesnudo—. Por las investigaciones llevadas a cabo por un excelente grupo de científicos, a disposición de Castiel, el experimento parece factible y con un altísimo porcentaje de posibilidad, de que pueda funcionar.

Pero... ¿No se supone, que de la unión entre una humana y un Ángel Caído, nace un exterminador? preguntó la mujer, que seguía sufriendo ligeros espasmos.

Sí, eso es cierto. Pero tú, una vez embarazada, serás convertida en vampira. Entonces, cuando vayas a dar a luz, tu hijo...

¿Cómo sabes que será un varón?

Los Ángeles Caídos, siempre tienen hijos... Acaso, ¿has conocido alguna vez a una exterminadora? ella negó con la cabeza, mientras notaba en esta ocasión, cómo su raptor le abría el cierre de su sujetador, dejándole los pechos al descubierto—. ¡Qué hermosos son! Son como me los había imaginado... susurró, una vez se puso de nuevo delante suya. La devoró con la vista unos segundos, antes de alzar ambas manos para acariciarla.

Jennifer sufrió otro estremecimiento, mientras las náuseas por se manoseada por aquel loco demente, la atosigaban; a ese paso, no tardaría en vomitar la cena tan rica que había consumido horas atrás, en la base de los exterminadores.

—Entonces... ¿Qué clase de criatura engendraré? —preguntó preocupada, para tener la mente ocupada en otra cosa que no sea en el hecho de que estaba encerrada en una habitación, con un lunático sobándole los pechos, llevando únicamente, un tanga encima.

—Un exterminador-vampiro, que estará a merced de Castiel. Y si todo sale bien, entonces procreará más seres de este tipo, para crear un ejército y poder así aniquilar a todos los exterminadores existentes.

—Y hacerse así con el poder del mundo, ¿no? —dijo Jennifer con burla—. ¡Todos los villanos ansían y codician lo mismo! —exclamó furiosa.

—Exactamente —aceptó él—. Y tú y yo seremos sus siervos. Pasarás el embarazo bajo mi cargo, ya que una vez plantada la semilla de Castiel en ti, y tras ser convertida por Austin, serás de mi propiedad. Y cuando hayas dado a luz al primer exterminador-vampiro, podrás dedicarte exclusivamente a mí —le sonrió con malicia, mientras se agachaba y tiraba del borde del tanga, para bajárselos; y eso hizo, le deslizó la minúscula tela por los muslos, hasta sacársela por los tobillos y dejarla completamente desnuda.

En cuanto Drew lanzó el tanga lejos, Jennifer dio un par de pasos hacia atrás, alejándose de él mientras se cubría su feminidad con las manos.

—¡Oh, Dios! ¡Me vuelves loco, Jennifer! Mira que sabía que desnuda serías la imagen más erótica y preciosa que verían mis ojos en la vida, ¡pero mis perspectivas han sido superadas con creces! —confesó. Luego, dio varios pasos hacia ella; Jennifer, a su vez, daba nuevos pasos hacia atrás, para dejar la máxima separación posible entre los dos.

Pronto Drew acortó el espacio que les separaba, en cuanto Jennifer no pudo alejarse más, ya que se había chocado de espaldas contra la pared; se encontraba al lado del cabezal de la enorme cama.

—¡Tan suave, tan sublime! —susurró con voz ronca cuando sus curiosos dedos de su mano derecha, se posaron sobre el sexo depilado de la mujer. Jennifer jadeó asustada, y cuando un par de ellos la penetraron, se tensó como la cuerda de un arco a punto de lanzar una flecha—. ¡Ummm! ¡Y tan caliente! —añadió tras explorarla. A continuación, se pegó más a su cuerpo y la mujer, pudo notar a su pesar, que estaba excitado—. Si no fuera por que vamos con retraso, ¡te comería el coño ahora mismo! —rugió con voz ronca.

Tras soltar esa confesión, se alejó de ella. La agarró de la muñeca y la llevó hacia la tina, que estaba ya llena. Por el vapor que salía de ella, el agua tenía toda la pinta de estar caliente.

—Vamos, entra —la urgió.

Ella lo obedeció. Con mucho cuidado, levantó una de sus piernas y la metió dentro de la bañera. La otra la acompañó ipso facto. Y con el mismo cuidado para no resbalar, se sentó; el agua le llegaba a la altura de los pechos. Éstos, quedaron flotando.

—Tengo otra pregunta —dijo segundos después, mientras Drew se acercaba con una pastilla de jabón y una esponja.

—Dispara.

—En todo este maquiavélico plan, ¿Qué pintas tú?

martes, 10 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Doce

Con mucha sutileza, Mitchell descendió desde las alturas. Mientras lo hacía, se preparó para el combate sacando sus dos apreciadas dagas de los bolsillos ocultos de su gabardina. Posó sus pies enfundados en sus cómodas botas moteras, sobre el oscuro asfalto de la carretera, en cuanto alcanzó el suelo. Luego alzó la vista para enfocarla en dirección a donde se encontraba su mascota, mordiendo, desmembrando y devorando, a un par de demonios.

Al lado de ellos había dos vampiros también. Habían estado dándose un festín con una pareja de humanos, dedujo Mitchell tras ver al par tirados en el suelo con apariencia de encontrarse ambos totalmente secos; sospechaba que había llegado demasiado tarde, y eso no hizo sino que su malhumor aumentase.

Con una rabia mal contenida apoderándose de él, y con ganas de matar a diestro y siniestro, se puso en acción. Se lanzó sobre los dos vampiros, que estaban ya en posición de ataque tras verle llegar corriendo blandiendo sus dos armas blancas.

El más alto de los dos le lanzó una atronadora patada, pero el exterminador logró esquivarla. No obstante, cuando el segundo le lanzó un cuchillo hacia su pierna, no tuvo tanta suerte. El metal, frío y duro como el hielo, se le hundió en la carne.

Tras un rugido mezcla de dolor y rabia, Mitchell arremetió contra el chupasangres que había logrado herirle. Imitó su ataque lanzándole él también una de sus afiladas armas. La cual, con extrema facilidad, se hundió en la garganta del vampiro. Éste no tardó en caer al suelo de rodillas, mientras se desintegraba en cuestión de segundos.

Mientras todo eso ocurría, el que todavía quedaba en pie, aprovechando que un herido Mitchell todavía estaba recuperándose tras el ataque de su compañero, se abalanzó sobre él. Se subió a sus espaldas y con sus filosos colmillos, le mordió en el cuello. Sus intenciones no eran alimentarse del exterminador, ya que gracias a la pareja de novios que él y su amigo habían cazado, se encontraba saciado. No, lo estaba mordiendo para debilitarlo. Necesitaba que sus fuerzas menguaran si quería tener una oportunidad para eliminarlo.

Un dolor lacerante acaeció a Mitchell cuando notó cómo las sauces de su contrincante, se hundían en su garganta. Sin perder tiempo, actuó con rapidez. Alzó la mano en la que todavía sostenía la otra daga, y por encima del hombro, la clavó en la cabeza de su agresor; su arma letal se la había traspasado de sien a sien.

Antes de retirar el arma para recuperarla, el cuerpo del vampiro se desintegró, convirtiéndose en polvo.

Mitchell se puso en pie con algo de dificultad. Se sacudió el polvo grisáceo que estropeaba su chaqueta, y luego, se entaponó las heridas con ambas manos, para detener la hemorragia. Escaneó lo que le rodeaba y comprobó que los dos demonios habían sido pasto de su perro infernal, el cual esperaba sentado al lado de los dos cadáveres. Luego su mirada se clavó en los cuerpos de los dos humanos.

Cojeando, se acercó a ellos y comprobó sus pulsos. Comenzó con la mujer, retirándole el pañuelo del cuello para poder tomárselo. Nada. Como había deducido, estaba también muerta. Tenía todos los brazos llenos de mordeduras. Sus ropas estaban desgarradas. Su falda subida hasta la altura de sus caderas y sus bragas habían desaparecido. Como sospechaba, los demonios previamente se divirtieron a la fuerza con ella. Con la mandíbula firmemente apretada, Mitchell le acomodó a la desafortunada mujer sus ropas, para que estuviera más presentable. Después, deshizo el nudo de su pañuelo azul marino y se lo puso él en su cuello. Lo anudó con fuerza para entaponar la herida que allí tenía.

Luego, aun teniendo la certeza de que el hombre había corrido la misma suerte que su acompañante, hizo lo mismo. Comprobó su pulso, obteniendo el mismo desafortunado resultado. De hecho, tenía la cabeza casi cercenada, de los numerosos y profundos mordiscos que tenía en lo que antes había sido su cuello. Negando con la cabeza y con mucho pesar, Mitchell se incorporó. Pero antes, se detuvo el tiempo justo para quitarle el cinturón de los pantalones al hombre. Lo utilizó para hacerse un torniquete en el muslo de su pierna izquierda herida.

Una vez que tuvo las hemorragias de ambas heridas contenidas, sacó su teléfono móvil y llamó a la central.

Pronto llegaron los del equipo de limpieza, así como su fiel amigo Dylan. Para entonces, Mitchell ya había devuelto a su mascota a su lugar de reposo: su anillo.

—Estás hecho un asco, amigo —bromeó Dylan, mientras se acercaba a él y le ayudaba a ponerse en pie; Mitchell, mientras esperaba, se había sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared—. Vamos, te llevo a la base a que te curen.

—¡No! —rugió Mitchell, zafándose del apoyo de su amigo; ahora que estaba ya en pie, no necesitaba su ayuda—. Tengo que ir en busca de Jennifer...

—¡Joder, Mitchell!, ¡si apenas puedes mantenerte en pie! —espetó su amigo.

—Dime algo que no sepa, amigo —dijo el aludido con sarcasmo—. Pero esto no me va a detener. Pienso ir ahora mismo a la dirección que el detective Steven me ha facilitado, en busca de su acosador. Y cuando lo...

—No, amigo. Tú te vienes conmigo a la base. En un par de horas estarás recuperado del todo y podrás salir de caza de nuevo...

—¡Maldición, Dylan! He dicho que no. Jennifer lleva varias horas desaparecida y puede que sea a manos de ese tal Drew, y el tiempo corre en nuestra contra —el exterminador tras un leve mareo, perdió el equilibrio por unos segundos, pero pronto se recuperó.

—No estás en condiciones de ir a ningún lado. Así lo único que conseguirás es que te maten. Y en el equipo, una baja tan valiosa como la tuya, causaría muchísimo daño —le recordó su amigo, haciéndole ver cómo estaban las cosas—. Mira, dime la dirección de ese tal Drew, y mientras tú te recuperas en la enfermería, yo me acerco a su piso a echar un vistazo.

—Quiero hacerlo yo —sentenció Mitchell, mientras se giraba y le daba la espalda, dispuesto a marcharse.

—¡Maldita esa, Mitchell! ¡Mira que eres cabezota! —refunfuñó Dylan, mientras lo seguía—. Tú me has obligado —añadió. Acto seguido, le dio en la cabeza con la culata de su pistola, dejándolo inconsciente—. Espero que cuando despiertes, no la pagues conmigo... —susurró mientras cargaba a su amigo sobre su hombro y se lo llevaba a su auto, que estaba aparcado a veinte metros.

Lo dejó recostado en el asiento trasero de su coche. Registró sus bolsillos hasta dar con el teléfono móvil. Miró el registro de llamadas, hasta que dio con la de ese tal detective Steven. Lo llamó y tras conocer la dirección de Drew, puso el motor de su coche en marcha. Se alejó del lugar, que estaba ya recogido tras la fiel labor del equipo de limpieza, después de que éstos hubieran retirado los cuatro cadáveres y hubieran saneado la zona, limpiando la sangre en el asfalto, así como retirando las ropas de los vampiros y sus armas; Mitchell ya había recogido previamente las suyas.

Cuarenta minutos después, tras haber dejado a su amigo en la enfermería de la base, se encontraba en el piso de ese tal Drew. Lo registró de arriba abajo. Lo único fuera de lo normal que encontró en el lugar, fue una habitación repleta con recortes de fotos colgadas de las paredes. En todas ellas, aparecía Jennifer. Por los distintos atuendos y peinados que llevaba la mujer, se notaba que fueron tomadas en diferentes días. El escenario de transfondo eran variados. Así que, dichas fotografías fueron robadas también en diferentes lugares.

Dylan dedujo, que el tal Drew ese, estaba realmente obsesionado con la rubia. Meneando la cabeza a modo de negación, el exterminador se acercó al portátil que se encontraba encendido. El mismo estaba sobre la repisa de la única mesa de la estancia. Se sentó en la silla y se puso a ojearlo. Miró en los últimos registros que el hombre había estado visitando. Se encontró con que Drew había estado recopilando información sobre todo lo referente a vampiros y demonios. Por lo visto, el demente, además de estar obcecado con Jennifer, también estaba muy interesado en esos seres oscuros.

<<¡Qué curioso! ¿Para qué querría saber el hombre desequilibrado sobre estos seres?>>, se preguntó el exterminador. No queriendo perder más el tiempo, desenchufó el portátil de la red, y sin apagarlo, lo cogió dispuesto a llevárselo a la base para que los informáticos que allí disponían, le echasen un vistazo más minuciosamente. ¿Quién sabe? Lo mismo sacaban alguna información de provecho.

Luego, antes de retirarse, tomó una gorra negra que encontró en el perchero que había junto a la puerta principal, y se la llevó.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Once

Sus pisadas y las de su fiel mascota eran lo único que se escuchaba en aquel oscuro callejón. Éstas resonaban con un ruido estridente que hacían eco entre las paredes de aquellos edificios viejos, rompiendo así el silencio de la noche que allí reinaba.

Estaba todo demasiado tranquilo, y eso no era buena señal. <<¿Dónde coño se habían metido todas aquellas bestias inmundas, que no estaban como siempre, atormentando a los humanos?>>, se preguntó Mitchell mientras aminoraba la velocidad y se detenía un momento, observando con determinación todo lo que le rodeaba. Su perro infernal continuó con su rastreo, ajeno a los movimientos de su amo. Su orden había sido bien explícita: rastrear y buscar a uno de esos seres. Y eso era exactamente lo que hacía.

Mitchell sacó un cigarrillo del paquete de tabaco que guardaba en su gabardina negra, y se lo encendió mientras intentaba centrarse... <<¿En qué lugar ocultaría Castiel a una humana?>> se preguntó en silencio. <<Eso siempre y cuando ese maldito Ángel Caído tuviera algo que ver con la desaparición de Jennifer...>>. Aunque no lo sabía con certeza, una corazonada le decía que así era. El teléfono móvil sonando dentro del bolsillo interior de su chaqueta, hizo que interrumpiera sus pensamientos.

—¡Desembucha! —exigió al interlocutor de la otra línea en un rugido, sin si quiera llegar a saludar ni comprobar de quién se trataba.

—Mitchell, soy el detective Steven —saludó un hombre con voz grabe—. Me contrató Marc en tu nombre...

—Sí, si, lo sé —gruñó de nuevo el exterminador interrumpiéndole, impaciente por saber qué tenía ese hombre que decirle—. Al grano —exigió sin más preámbulos.

—Bien, quería informarle que tengo a un posible sospechoso muy viable —dijo ese tal Steven con voz cansina—. Después de varias investigaciones y de preguntar a un par de vecinos, he llegado a la conclusión...

—¡Maldita sea! —explotó de nuevo Mitchell, que estaba con los nervios a flor de piel. Y el hombre, en ese estado, tenía muy poca paciencia... prácticamente, ninguna—. ¡Dime de una jodida vez quién es ese cabrón!

—Tranquilícese hombre —dijo en un hilo de voz el detective privado, sorprendido por el carácter de su cliente—. Creo que el acosador de Jennifer es un nuevo vecino suyo, un tal Drew Snyder, que se mudó a su edificio hace un par de meses.

<<Así que... El hijo de puta que acosaba asiduamente a Jennifer vivía en su mismo edificio. El muy cabrón, de esa manera, tenía total acceso a todo tipo de información sobre ella y su rutina diaria. Sobre las idas y venidas de la mujer. Por eso sabía tanto de ella. Cuando lo pillara, ¡lo estrangularía con sus propias manos!>>, se juró Mitchell mientras le daba la última calada a su cigarrillo y lo tiraba al suelo. Después de pisar la colilla, para que ésta se apagara, cortó la conexión con el detective y se puso en marcha.

Steven le había dado la dirección exacta donde vivía ese tal Drew, antes de que Mitchell se lo pidiese si quiera. Había notado el nerviosismo de su cliente, y antes de que éste se impacientara aún más, decidió facilitarle ese dato.

Ahora él se disponía a ir a hacerle una pequeña visita a ese bastardo, cuando el ladrido de advertencia de su mascota, le hizo cambiar de planes, nuevamente.

Decidió reunirse con el animal de la manera más rápida posible y esa era, subiéndose a lo alto del edificio más cercano e ir de tejado en tejado, ya que así su marcha sería más rápida. No sabía con lo que se podría encontrar nada más hallar a su perro infernal, pero lo que sí tenía claro era que aquellas almas corrompidas, no esperarían verlo a él aparecer cayendo desde el cielo...

Dejó que sus botas negras de motero se despegasen del suelo y se alzaran hacia arriba, levitando hasta la azotea del inmueble que tenía más a mano. Desde allí comenzó con una loca carrera en dirección a la fuente de procedencia de aquellos ladridos tan familiares y solo audibles para los seres sobrenaturales, cómo lo era él.

***

—¡Menudo gilipollas! —bufó Drew mientras se incorporaba de nuevo y se ponía en pie, sin quitar la vista de la puerta entreabierta, ahora vacía—. Cuando yo sea también un vampiro, esa sanguijuela se va a enterar de lo que soy capaz... —amenazó con la mandíbula firmemente apretada, haciendo rechinar los dientes de manera desagradable y sin mirarla siquiera mientras maldecía. Se pasó las manos por su rubia cabellera, despeinándose y demostrando un alto nivel de frustración y rabia.

Aquello no era buena señal, dedujo Jennifer. Tener a un demente como tu raptor, encerrada a solas con él y estando el mismo cabreado, no era lo más adecuado. No si una quería salir con vida e ilesa de allí. No pudo evitar estremecerse ante la posibilidad de que aquél imponente hombre, de hombros anchos y constitución corpulenta, pudiera hacer algo horrible con ella. Y cuando éste se giró y clavó su helada mirada oscura en sus ojos, supo que ahora ella era el centro de su atención. Rezó por que algo ocurriera, algún milagro que hiciera que Drew desapareciera de allí y la dejara tranquila.

El hombre comenzó a caminar en su dirección, sin apartar aquella mirada penetrante de ella. Su rostro no reflejaba expresión alguna, carecía de emociones, y te dejaba sin saber qué era lo que realmente sentía... ¿Quizás odio? ¿Rabia? ¿Ira? ¿O quizás desesperación?

En cuanto estuvo enfrente suya, su expresión indiferente mostró una faceta bien distinta de lo que Jennifer esperaba encontrar en sus fracciones. Ahora todo en él trasmitía un inmenso deseo contenido, apunto de reventar.

Sin decir nada, Drew posó las manos sobre la parte delantera de su vestido rojo y tiró de la prenda, desgarrándola y dejando sus pechos envueltos en un sujetador de encaje del mismo color, a la vista.

Jennifer gimió sorprendida tras aquella inesperada acción, a la vez que contenía la respiración y lo miraba asustada. Intentó alejarse de él, pero estaba firmemente sujeta a aquella incómoda silla y no pudo hacerlo. Además, su lugar de descanso tenía las cuatros patas atornilladas en el suelo, y no pudo moverse del lugar ni tan siquiera un centímetro, por más que lo intentó. Se retorció en su asiento, en un vano intento por alejar de ella aquellas grandes manos que ahora sobaban sus sensibles pechos por encima de la fina tela de su sostén. Pero lo único que consiguió fue lastimarse las muñecas con aquellas cuerdas rugosas que se clavaban en su desnuda piel, como si de agujas se tratasen.

—¡No me toques, maldito! —chilló, mientras movía la cabeza de un lado hacia otro, para evitar que los labios de Drew alcanzasen nuevamente su objetivo: su boca.

El hombre ni se molestó en responderle. Simplemente, liberó una de sus manos, para sujetarla firmemente de la barbilla, obligándola a mantener la cabeza quieta y erguida. Entonces, sus labios hambrientos, se apoderaron de los suyos, exigiendo lo que él tanto ansiaba.

Cuando su lengua varonil intentó separárselos, para poder invadir su cavidad húmeda, Jennifer se resistió todo lo que puedo, hasta que reaccionó de la única manera que creyó sería la más adecuada para quitárselo de encima: mordiéndole el labio inferior.

Drew en respuesta, se incorporó nuevamente con un movimiento brusco, a la vez que se echaba mano a su boca herida, que ahora sangraba efusivamente. Cuando fue consciente de lo que había pasado, la miró con odio antes de reaccionar como un hombre desesperado y desequilibrado como él haría: Golpeándole.

Cuando la palma de aquél bruto chocó con su mejilla, Jennifer creyó ver las estrellas, mientras un doloroso calor se expandía desde esa zona hasta su sien. Los oídos le pitaban y por un momento, se había quedado sin respiración.

—¡Maldita perra! —gritó Drew, mientras se lamía el labio, intentando con la saliva detener la pequeña hemorragia—. ¡Que sea la última vez que haces algo así! —la amenazó—. ¿Qué tiene aquél grandullón de pelo moreno y largo, que con él sí te dejas besar?

Aquella pregunta le pilló desprevenida. Pero luego, recordó que estaba tratando con aquél loco demente que la espiaba día y noche y sabía casi todo de ella. Era normal que supiera de la existencia de Mitchell, pues últimamente, ella pasaba mucho tiempo con él. Entonces, en ese instante, recordó que el día que ella lo conoció, el día del ataque, su acosador estuvo presente, oculto y haciéndole fotos...

—¡Hijo de puta! —rugió ahora ella, una vez repuesta y con más valor que antes—. ¡Tú estuviste presente el mismo día que casi me dejan seca! —le echó en cara—. Permitiste que mataran a mi amiga Sarai...

El recuerdo de su amiga la dejó echa polvo, y no pudo evitar que las lágrimas corrieran libres por su rostro, ahora parcialmente hinchado tras el guantazo del hombre.

—Sabía que no te pasaría nada —explotó él—. Castiel, a quién conocí justamente esa noche, me lo prometió —juró solemnemente, mientras se paseaba de un lado a otro, con nerviosismo—. Íbamos a intervenir para evitar que aquél estúpido vampiro te drenara, pero ese moreno que vuela, apareció en ese instante, caído del cielo. Y ambos tuvimos que ocultarnos de nuevo entre las sombras.

—Y entonces, te dedicaste a echarnos fotos para tu absurda colección —escupió ella con sarcasmo.

Tras esas hirientes palabras, el hombre se lanzó sobre ella, con intenciones de golpearla de nuevo por su atrevimiento, cuando la melodía de su teléfono móvil sonando, lo interrumpió.

Estaba esperando una llamada muy importante, y ésta, no se podía hacer esperar. Antes de descolgar, la miró fijamente, como desafiándola a que dijera algo más. Pero Jennifer no pensaba hacerlo, estaba demasiado ocupada pensando en la manera de salir de allí y al mismo tiempo, agradecida de que su cuerpo semidesnudo ya no fuese el centro de atención de aquél cabrón.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Diez

Mitchell escaneó el lugar en su búsqueda, fijándose sobre todo en aquellas cabezas rubias que había en las proximidades, pero con horror, comprobó que ninguna de ellas correspondía a la de Jennifer. Definitivamente, ella había desaparecido.

Gritó su nombre varias veces, incluso preguntó a los presentes si sabían algo, si la habían visto marcharse y en ese caso, si lo había hecho sola o acompañada... Pero nadie sabía nada, ni habían visto nada extraño... Era como si la tierra se la hubiera tragado.

Frustrado por su fracasada búsqueda, decidió salir del local y probar suerte en la entrada. Nada más salir, le preguntó a su amigo el portero, pero éste estaba tan colocado y harto de ver entrar y salir a tanta gente, que no supo asegurarle nada de nada.

Estaba igual que al principio, sin saber nada sobre el paradero de su protegida, y encima, estaba más enfadado que antes. ¿Podría la noche ponerse peor aún? Al ritmo que avanzaba ésta, no lo ponía en duda. Sólo esperaba que, estuviera donde estuviera Jennifer, ésta se encontrara bien y fuera de peligro.

Entonces las dudas lo asaltaron de golpe... ¿Quizás ella no quería saber nada más de él y por eso había desaparecido? ¿O lo mismo ésta había escapado de sus garras porque aún seguía ofendida por haber tratado de mala manera a su pretendiente? <<No>>, se dijo. Ella había respondido con pasión a sus besos y caricias. Ella no se fue y huyó por voluntad propia, algo le había pasado y él tenía el deber de averiguarlo y dar con ella.

Entonces, la imagen de Castiel burlandose de él desde la otra punta de la pista de baile, le dio en qué reflexionar... ¿Qué hacía aquel Ángel caído allí? ¿A qué había ido a ese lugar? ¿Quizás para comprobar que su maléfico plan se estaba llevando acabo con éxito?. <<Eso es. Seguro que tiene algo en mente y de algún modo, Jennifer es necesaria para sus maléficos plantes>>, se dijo una vez más Mitchell. Ese bastardo tramaba algo y Jennifer era parte de sus maquinaciones... Castiel estaba detrás de su desaparición. Él estaba casi seguro de que era así, ahora faltaba comprobar si estaba en lo cierto o no. Pero... ¿Cómo?

Un clic sonó en su cabeza, muy similar al sonido que hacen las piezas de un puzzle cuando acaban encajando, recordándole lo que él era y lo que mejor se le daba hacer... Cazar seres malignos.

<<Bien. Por lo que veo, es hora de sacar al perro>>, se dijo mentalmente con una sonrisa en los labios mientras se adentraba en un callejón oscuro, lejos de posibles miradas indeseadas.

Se sacó del dedo su anillo de oro y después de lanzarlo al suelo y pronunciar las palabras adecuadas, apareció ante él su querida mascota infernal envuelto en una neblina grisácea.

Acarició la cabeza morena del animal, segundos antes de darle la orden de búsqueda. El perro de ojos rojos, obedeció al instante; se puso en funcionamiento a toda velocidad, cogiendo impulso con sus cuartos traseros y lanzándose hacia el interior del callejón, corriendo frenéticamente hacía esa dirección.

Mitchell comenzó a correr a la par del mismo, sabiendo que pronto daría con uno de esos seres y, quizás, con la respuesta que tanto ansiaba conocer: el paradero de Jennifer.

***

La cabeza le dolía horrores, todo le daba vueltas y tenía en la garganta el regusto amargo de un sabor extraño y nuevo para ella. La habían anestesiado con cloroformo, estaba casi seguro de ello. No es que antes hubiera probado esa experiencia, pero lo que sí sabía cierto, era que alguien le había cubierto la boca con un trapo húmedo; ese era el último recuerdo que tenía antes de que la oscuridad se apoderara de ella. Por eso, había llegado a esa conclusión.

Con lentitud, abrió los párpados. Tuvo que parpadear un par de veces para que sus ojos se adaptasen a la luz tenue. Aunque ésta era escasa, y apenas iluminaba la habitación oscura en la que se encontraba, la tenía justo encima de ella.

Alguien -o algo-, la tenía allí, maniatada, en una silla y debajo de la única bombilla que había en toda la estancia. Aún con los ojos sensibles por la repentina luz, Jennifer intentó visualizar todo lo que la rodeaba entrecerrandolos, que no era mucho, según dedujo por lo poco que pudo ver.

La habitación donde se encontraba encerrada, carecía de muebles, ya que, según parecía ser y pudo comprobar, estaba completamente vacía, a excepción de la silla donde ella estaba sentada a la fuerza, observándolo todo.

Un ruido casi inaudible procedente del fondo del cuarto, le hizo ser consciente de que no estaba sola. Intentó ver quien era el causante, pero fuese quien fuese, estaba oculto entre las sombras de aquél lugar.

Se fijó bien, centrando su vista todo lo que puedo, y lo único que logró ver en la distancia fue una lucecita roja, que llameaba y de vez en cuando, perdía intensidad. Fuese quien fuese el que estaba allí con ella, estaba fumando.

Reconoció entonces que, el sonido que antes había escuchado y el mismo que le había alertado de que tenía compañía, era el del aire exhalando humo de los pulmones. 

De repente, la luz roja que desprendía el cigarrillo encendido, voló por el aire cuando fue lanzada al suelo y al caer sobre éste, aquél desconocido la pisoteó con un pie hasta que ésta, se extinguió.

Ese alguien, comenzó a desplazarse hacia donde Jennifer se encontraba sentada, atada de manos y pies, y observándolo todo. 

Y se dejó ver. 

La luz amarillenta resplandeció sobre su sombrío rostro, mostrando apenas el mismo, pues la caprichosa luminosidad, jugaba a crear sombras en sus duras fracciones.

Por un momento, la mujer se quedó confusa, desconcertada porque no reconocía aquella cara seria, ni aquellos ojos negros que la penetraban con la mirada... Hasta que éste habló.

—Al fin eres mía —dijo el desconocido, mientras una sonrisa sarcástica se formaba en la comisura de sus labios finos—. Corrijo, cuando Castiel acabe contigo, serás mía.

Nada más acabar de hablar, Jennifer comprendió dos cosas: Una, que Castiel, el malvado Ángel Caído, era el responsable de todo aquello; y dos, que a ese hombre lo conocía de algo, pues su voz le era vagamente familiar.

—¿Nos conocemos, verdad? —atinó a preguntar, mientras le mantenía la mirada. No quería que el hombre pensara que ella estaba asustada o se sentía amenazada al estar así, indefensa ante él.

—¿Realmente te acuerdas de mí? —preguntó incrédulo éste, respondiéndole con otro pregunta—. Apenas hemos coincidido dos veces en todo este tiempo. Creí que nunca te fijaste en mí.

Jennifer cerró un momento los ojos, reflexionando en silencio. Tenía que centrarse para saber quien era ese loco y donde lo había visto antes... Entonces cayó en la cuenta.

—Tú —le dijo, acusándole—. Tú eres mi vecino nuevo, el que se mudó hace un par de meses, ¿no? —Él le respondió asintiendo con la cabeza, mientras continuaba sonriéndole de aquella manera tan fría—. Recuerdo que una vez coincidimos los dos en el portal de nuestro edificio. Estabas maldiciendo por que el ascensor estaba averiado. Lo que no recuerdo es haberte visto de nuevo, después de aquél encuentro casual.

—Pero en cambio yo a ti sí, y más de una vez —le confesó—. De hecho, tengo varias fotografías tuyas de recuerdo...

Guardó silencio por un momento, mientras se acercaba más a ella y con una de sus fuertes manos, jaló de su pelo, obligándola a alzar la vista.

—¿Qué te parecieron mis cartas?, ¿te gustaron? —ella no le respondió, no le dio el gusto. Simplemente lo miró con rabia y odio—. He de confesar que al principio todo era una simple obsesión y capricho por ti. Te quería exclusivamente para mí, y estaba esperando el momento para hacerte mía... Hasta que apareció Castiel y éste, hizo un trato conmigo.

Jennifer lo miró sin entender, no comprendía qué podía querer aquél ser malvado de ella, ni qué pudo haberle ofrecido a ese hombre como para hacerle cambiar de idea, pese a su obsesión para con ella...

—Pero... ¿Qué tiene que ver Castiel en todo esto? —preguntó al fin, mientras hacía lo posible por soportar el dolor que sentía en su cuero cabelludo. Aquél mal nacido, no le soltaba el cabello.

—Mucho —le contestó a la vez que se inclinaba más hacía ella, de manera alarmante. Con la otra mano libre, la sujetó firmemente de la barbilla, inmovilizándola. Entonces, la besó con fervor, de manera brusca—. Y en cuanto él cumpla su palabra, los dos estaremos juntos por toda la eternidad —Le dijo nada más separar sus labios de los de ella. Dejándola más confusa todavía y asqueada por aquél beso fortuito.

<<¿Por toda la eternidad?>>, se preguntó mientras observaba como él se alejaba de ella y se encendía nuevamente otro cigarrillo. <<¿Acaso aquel demente tenía planeado transformarlos a ambos en vampiros?>>. Jennifer no daba crédito a la conclusión que su mente estaba llegando... No podía ser cierto que aquella descabellada idea fuera parte de los planes de aquellos locos... ¡Ella no quería ser una vampira, sedienta de sangre! Tenía que escapar de allí. ¡Y lo antes posible!

La puerta abriéndose sin previo aviso, interrumpió sus pensamientos y en el marco de la misma, la luz artificial del exterior, dibujó la silueta de otro hombre, también corpulento como el que le acompañaba.
Cuando Jennifer lo reconoció como uno de los vampiros que violó, mordió y asesinó a su amiga, se quedó estupefacta, a la vez que la rabia y la ira, se apoderaban de ella. ¡Tenía unas intensas ganas de patearle a él, Austin recordó que se llamaba, el culo, al igual que a Drew!

—Drew, he pensado que, mientras esperamos a que venga Castiel, podría tomar un sorbito de esta preciosidad. No creo que a él le importe.

Ese tal Drew, lo miró con rabia contenida y se lanzó contra él, mientras le gritaba.

—¡Ella es mía! No permitiré que la toques ¡Cabrón chupasangres! —le insultó, a la vez que tiraba la colilla al suelo y se lanzaba sobre el recién llegado. Que por su comentario, Jennifer dedujo que se trataba de un vampiro—. Que la hayas raptado para mí, no te da derecho alguno sobre ella —añadió, cuando lo tuvo empotrado contra la pared.

El vampiro, con un simple gesto indiferente, logró zafarse de él, lanzándolo bruscamente al suelo, cayendo éste de culo.

—No olvides con quien estás hablando, humano insignificante —gruñó, mientras se colocaba bien la ropa—. Ésta te la voy a dejar pasar porque Castiel te quiere vivo por alguna razón que aún desconozco, o sino... —dejó la amenaza sin terminar y con las mismas, se dio media vuelta y salió por donde mismo había entrado—. Pero recuerda, no tendrás tanta suerte la próxima vez —añadió ya fuera de la estancia, mientras se alejaba.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Nueve

Sin pensárselo dos veces, Mitchell abrió el grifo del lavamanos y se echó agua en el rostro, para despejarse e intentar borrar esa fea expresión que lo acompañaba. Luego se amasó su larga cabellera morena hacía atrás, dejando la cara totalmente despejada. Ahora tenía mejor pinta, pero seguía preocupado y, para qué negarlo, desesperado por echar un buen polvo.

Poco después, cuando creyó que ya estaba más presentable, salió de los servicios y se reunió con Jennifer.

La mujer lo había estado esperando pacientemente y al verlo salir con ese pose sexy, ésta, sintió un torbellino de mariposas revoloteando en su estómago. Las palabras susurradas por él antes de la reunión acudieron a su mente... <<Pero esto no se va a quedar así, en casa retomaremos el asunto por donde lo hemos dejado...>>. ¿Lo decía en serio? Y en ese caso... ¿Podría ella rechazarlo? ¿Sería capaz? Jennifer no estaba segura y eso era lo que más temía.

Mientras iba pensando distraída sobre todo eso, ambos habían retomado la marcha hacia el garaje. No tardaron en llegar y subir al auto. Un incómodo silencio les acompañó durante un buen rato. Cada uno de ellos estaban enfrascados en sus propios pensamientos; Jennifer planeaba la manera de escaparse de lo inevitable y Mitchell solo pensaba la opción más eficaz para seducirla.

—¿Nos vamos a casa directamente? —preguntó Jennifer, rompiendo el perturbador silencio.

—Ese era el plan —contestó él desviando por un momento la vista de la carretera— ¿Es que quieres que vayamos a otro lugar? —inquirió alzando una ceja.

—Bueno... —comenzó a balbucear ella—. La verdad es que no me apetece para nada encerrarme de nuevo allí —confesó al fin, sin delatarle que en parte era debido a que no quería estar a solas con él—. Había pensado que ya que vamos bien arreglados, podríamos salir un rato a tomar algo... ¿No te apetece?

Mitchell se quedó pensativo, sopesando si aquella sugerencia era una buena idea. Se dijo que aunque no estarían a solas, podría seducirla igualmente. De hecho, él era un experto en conquistar mujeres en esos lares.

—Está bien, si te apetece, eso haremos —volvió a dedicarle una de esas miradas intensas que lograban derretirla, acompañada de una brillante sonrisa—. Sé de una discoteca que no está muy lejos de aquí donde ponen buena música... ¿O tienes en mente otro sitio?

—No, tranquilo. Donde me lleves me parecerá bien —le devolvió la sonrisa, pero la suya era de satisfacción. Había logrado salirse con la suya, ahora sólo era cuestión de buscar la manera de mantenerse alejada de él lo máximo posible.

El silencio volvió a apoderarse de ellos y de nuevo ambos sumidos en sus pensamientos, se dirigieron hacía el local en cuestión. A penas tardaron diez minutos en llegar, aparcar el coche y bajarse del mismo. Nada más alcanzar la puerta del establecimiento, Mitchell saludó al portero con una inclinación de cabeza y éste le devolvió el gesto. Los dos pasaron con prioridad sin tener que esperar para hacer cola.

—Se nota que eres un cliente habitual —se mofó ella, en vista de lo ocurrido—. ¿Vienes muy a menudo por aquí?

—Si, pero no es el único sitio que frecuento —le confesó mientras se hacían paso entre la multitud—. Conozco un par de locales que no están nada mal, quizás algún día te lleve por allí —le dijo alzando la voz para hacerse oír entre toda esa música estridente.

Ella asintió con la cabeza y aceptó la mano que él le ofreció. No quería perderse en aquél lugar desconocido y lleno de posibles peligros. Ya había pasado por una mala experiencia similar y no quería repetir de nuevo. Le siguió el paso, con bastante dificultad ya que él iba andando con grandes zancadas y ella, una vez más, calzaba zapatos de tacón. Finalmente llegaron hasta la barra del local y tomaron asiento. No habían ni pedido aún sus bebidas, cuando apareció ante ellos una pelirroja despampanante. Ésta, sin ni si quiera mirarla, se arrojó a los brazos del hombre.

—¡Oh, Mitchell! ¿Dónde diablos te has metido durante todos estos días? —exclamó ella con fingido enfado—. ¡Te he extrañado tanto! —confesó a la vez que le sostenía el rostro con ambas manos.
 

Al hombre apenas le dio tiempo a reaccionar ante su inesperada y descarada cercanía, y cuando fue a darse cuenta, la mujer lo besaba descaradamente, mientras le sobaba el paquete por encima de la tela de su pantalones con manos hambrientas. El gemido de sorpresa que emitió Jennifer a su lado, le hizo ser consciente de lo que estaba pasando. Con poca delicadeza, logró deshacerse de la recién llegada, y la apartó de su cuerpo.—Karen, ahora no. No es el momento adecuado —rugió con los dientes apretados, pero sin alzar demasiado la voz.

Su mirada helada y seria consiguió el efecto deseado; la pelirroja enmudeció y se limitó simplemente a asentir con la cabeza, antes de desaparecer contoneando de manera descarada sus caderas, mezclándose con las personas que bailaban en la pista, dejándoles de nuevo a los dos a solas.


—Por mí no te cortes ni te preocupes —le informó Jennifer—. Si te apetece estar con ella, tira en su búsqueda. Te prometo esperarte aquí sin irme a ningún sitio hasta que regreses
—no era una idea que le agradase, pues el solo pensamiento de imaginárselo en brazos de otra, la mataba de celos, pero tampoco quería ser un estorbo para él.

—He venido contigo, y contigo me quedo —sentenció él con voz dura y apretando fuertemente la mandíbula, mientras su mirada penetrante la miraba intensamente.

No podía creer que sugiriera tal cosa, pues creía que Jennifer sentía la misma atracción que él sentía por ella. Por lo visto, estaba equivocado y eso lo enfureció. Con semblante serio, llamó al camarero por su nombre y pidió un whisky doble. Jennifer solamente se pidió un licor de mora sin alcohol.

La situación entre ellos se había vuelto tensa, apenas se miraban, ni se decían nada. Ambos observaban de manera distraída la pista de baile, pero no se atrevieron a ir hacía allí y bailar un rato. Pero aquella tensión fue rota cuando un joven atractivo se acercó a ella y le pidió bailar con él. Ésta, ansiosa por salir de aquella incómoda situación, aceptó sin pensárselo dos veces.

Mitchell tuvo que resignarse y ver como su deseable y apetecible protegida bailaba de manera sensual con aquél desconocido que no paraba de tocarla cada vez que se le presentaba la ocasión. La ira comenzó a bullir en su interior cuando éste la agarró de la cintura y la atrajo más hacía su cuerpo.

<<¡Será cabrón!>>, pensó el exterminador cuando el hombre tomó más confianza de la cuenta y comenzó a restregarse de manera descarada contra el trasero de Jennifer. Con los puños fuertemente cerrados y echando chispas por los ojos, Mitchell se acercó a ellos.

—Perdona niño del tres al cuarto —dijo a la vez que le golpeaba el hombro para llamar su atención—. ¿Podemos hablar un momento en privado?
 

El tipo, lo miró incrédulo, y antes de que dijera algo, Mitchell le agarró de la pechera y literalmente se lo llevó arrastras de allí, aún lugar más apartado y fuera de la vista de la mujer.

—Escucha mamón —le adviritó con voz helada—.  Lárgate de mi vista y no vuelvas más por aquí.

—¿Pero, quién coño te crees que eres? —espetó este, intentando en vano librarse de su agarre.

—Soy el hijo de puta que te va a cortar las manos si vuelves a tocar a mi chica —rugió y, luego, le dedicó tal mirada ruda acompañada de su amenaza, que el hombre se amedrentó.

—Tío, no sabía que la rubia era tu novia —dijo al fin, regalándole una mirada de arrepentimiento.

Sin decir nada más, Mitchell lo soltó y se alejó de él. Nada más alzar la vista, se encontró con unos ojos acusadores que lo miraban intensamente y con rabia. Jennifer había observado la escena a distancia y por su expresión, no estaba muy contenta.

—Pero, ¿tú que te has creído? —le gritó a la vez que se lanzaba sobre él y le golpeaba el pecho con las manos cerradas en puños—. ¿Quien te crees que eres para tomarte esas libertades y espantar un posible ligue?

Eso mismo se preguntaba él, <<¡¿Qué coño estaba pasando conmigo?! Si nunca antes me ha importado una mierda que alguna de mis acompañantes tonteará con otros... ¿Por qué ahora era diferente?. Si jamás he sentido celos, ni si quiera con Pamela... ¿Por qué con Jennifer siento estas inmensas ganas de retorcer el pescuezo a todo aquél que ose en mirarla?>>. No quiso detenerse en plantearse las posibles respuestas, lo que pudiera deducir de todo eso seguro que no le gustaba, era mejor archivarlo en el fondo de su mente. Nuevamente, se centró otra vez en ella.

Detuvo la agresión de la muchacha sujetándola de las muñecas, sin tener la necesidad de ejercer demasiada presión. Una vez que ella dejó de forcejear y se rindió, la obligó a que lo mirase.

—¿Un posible ligue? —se burló sarcásticamente—. Si el tío es un blandengue, que no tiene lo que tiene que tener —mientras le decía eso, su mirada cargada de cólera se transformaba a otra bien distinta—. Lo que tú necesitas es un hombre de verdad...

Ella intentó decir algo, cualquier cosa con tal de llevarle la contra, pero Mitchell no le dio oportunidad alguna. Sin previo aviso, la atrajo contra su torso y poseyó su boca de manera posesiva. Jennifer se retorció entre sus brazos, intentando liberarse de su abrazo, pero a los pocos segundos desistió de la idea. Sentir los labios del hombre contra los suyos, probar su sabor masculino mezclado con whisky y devorar su experta lengua, la habían ablandado. Todos los muros que con tanto esfuerzo había logrado construir, fueron destruidos prácticamente en el instante en el que fue besada por sorpresa. Inconscientemente, se pegó más contra su duro cuerpo y suspiró de placer entre sus labios.

Él en respuesta comenzó acariciarla allí mismo, en medio de la pista y ante varias miradas curiosas. El numerito no duró mucho tiempo, una presencia maligna lo puso en alerta y rápidamente, abrió los ojos, se apartó de ella y escaneó el lugar en busca de dicha fuente.

—¿Ocurre algo? —logró preguntar la mujer cuando había bajado de la nube en la que se encontraba flotando y se dió cuenta de que Mitchell estaba en tensión.

Éste no perdió tiempo alguno en responderle, estaba muy ocupado intentando dar con aquella presencia que desprendía tanta maldad. Se quedó de piedra cuando al otro lado del local encontró al causante apoyado junto a la puerta de entrada. Éste le sonrió con una amplia sonrisa falsa y lo saludó con la mano, como si fueran grandes amigos. Se estaba mofando de él Castiel, el propio jefe de las criaturas nocturnas en persona.

Y antes de que lograra avanzar dos pasos a toda velocidad en su dirección, el ángel caído ya se había esfumado...

Y Jennifer también había desaparecido...