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lunes, 9 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Once

Sus pisadas y las de su fiel mascota eran lo único que se escuchaba en aquel oscuro callejón. Éstas resonaban con un ruido estridente que hacían eco entre las paredes de aquellos edificios viejos, rompiendo así el silencio de la noche que allí reinaba.

Estaba todo demasiado tranquilo, y eso no era buena señal. <<¿Dónde coño se habían metido todas aquellas bestias inmundas, que no estaban como siempre, atormentando a los humanos?>>, se preguntó Mitchell mientras aminoraba la velocidad y se detenía un momento, observando con determinación todo lo que le rodeaba. Su perro infernal continuó con su rastreo, ajeno a los movimientos de su amo. Su orden había sido bien explícita: rastrear y buscar a uno de esos seres. Y eso era exactamente lo que hacía.

Mitchell sacó un cigarrillo del paquete de tabaco que guardaba en su gabardina negra, y se lo encendió mientras intentaba centrarse... <<¿En qué lugar ocultaría Castiel a una humana?>> se preguntó en silencio. <<Eso siempre y cuando ese maldito Ángel Caído tuviera algo que ver con la desaparición de Jennifer...>>. Aunque no lo sabía con certeza, una corazonada le decía que así era. El teléfono móvil sonando dentro del bolsillo interior de su chaqueta, hizo que interrumpiera sus pensamientos.

—¡Desembucha! —exigió al interlocutor de la otra línea en un rugido, sin si quiera llegar a saludar ni comprobar de quién se trataba.

—Mitchell, soy el detective Steven —saludó un hombre con voz grabe—. Me contrató Marc en tu nombre...

—Sí, si, lo sé —gruñó de nuevo el exterminador interrumpiéndole, impaciente por saber qué tenía ese hombre que decirle—. Al grano —exigió sin más preámbulos.

—Bien, quería informarle que tengo a un posible sospechoso muy viable —dijo ese tal Steven con voz cansina—. Después de varias investigaciones y de preguntar a un par de vecinos, he llegado a la conclusión...

—¡Maldita sea! —explotó de nuevo Mitchell, que estaba con los nervios a flor de piel. Y el hombre, en ese estado, tenía muy poca paciencia... prácticamente, ninguna—. ¡Dime de una jodida vez quién es ese cabrón!

—Tranquilícese hombre —dijo en un hilo de voz el detective privado, sorprendido por el carácter de su cliente—. Creo que el acosador de Jennifer es un nuevo vecino suyo, un tal Drew Snyder, que se mudó a su edificio hace un par de meses.

<<Así que... El hijo de puta que acosaba asiduamente a Jennifer vivía en su mismo edificio. El muy cabrón, de esa manera, tenía total acceso a todo tipo de información sobre ella y su rutina diaria. Sobre las idas y venidas de la mujer. Por eso sabía tanto de ella. Cuando lo pillara, ¡lo estrangularía con sus propias manos!>>, se juró Mitchell mientras le daba la última calada a su cigarrillo y lo tiraba al suelo. Después de pisar la colilla, para que ésta se apagara, cortó la conexión con el detective y se puso en marcha.

Steven le había dado la dirección exacta donde vivía ese tal Drew, antes de que Mitchell se lo pidiese si quiera. Había notado el nerviosismo de su cliente, y antes de que éste se impacientara aún más, decidió facilitarle ese dato.

Ahora él se disponía a ir a hacerle una pequeña visita a ese bastardo, cuando el ladrido de advertencia de su mascota, le hizo cambiar de planes, nuevamente.

Decidió reunirse con el animal de la manera más rápida posible y esa era, subiéndose a lo alto del edificio más cercano e ir de tejado en tejado, ya que así su marcha sería más rápida. No sabía con lo que se podría encontrar nada más hallar a su perro infernal, pero lo que sí tenía claro era que aquellas almas corrompidas, no esperarían verlo a él aparecer cayendo desde el cielo...

Dejó que sus botas negras de motero se despegasen del suelo y se alzaran hacia arriba, levitando hasta la azotea del inmueble que tenía más a mano. Desde allí comenzó con una loca carrera en dirección a la fuente de procedencia de aquellos ladridos tan familiares y solo audibles para los seres sobrenaturales, cómo lo era él.

***

—¡Menudo gilipollas! —bufó Drew mientras se incorporaba de nuevo y se ponía en pie, sin quitar la vista de la puerta entreabierta, ahora vacía—. Cuando yo sea también un vampiro, esa sanguijuela se va a enterar de lo que soy capaz... —amenazó con la mandíbula firmemente apretada, haciendo rechinar los dientes de manera desagradable y sin mirarla siquiera mientras maldecía. Se pasó las manos por su rubia cabellera, despeinándose y demostrando un alto nivel de frustración y rabia.

Aquello no era buena señal, dedujo Jennifer. Tener a un demente como tu raptor, encerrada a solas con él y estando el mismo cabreado, no era lo más adecuado. No si una quería salir con vida e ilesa de allí. No pudo evitar estremecerse ante la posibilidad de que aquél imponente hombre, de hombros anchos y constitución corpulenta, pudiera hacer algo horrible con ella. Y cuando éste se giró y clavó su helada mirada oscura en sus ojos, supo que ahora ella era el centro de su atención. Rezó por que algo ocurriera, algún milagro que hiciera que Drew desapareciera de allí y la dejara tranquila.

El hombre comenzó a caminar en su dirección, sin apartar aquella mirada penetrante de ella. Su rostro no reflejaba expresión alguna, carecía de emociones, y te dejaba sin saber qué era lo que realmente sentía... ¿Quizás odio? ¿Rabia? ¿Ira? ¿O quizás desesperación?

En cuanto estuvo enfrente suya, su expresión indiferente mostró una faceta bien distinta de lo que Jennifer esperaba encontrar en sus fracciones. Ahora todo en él trasmitía un inmenso deseo contenido, apunto de reventar.

Sin decir nada, Drew posó las manos sobre la parte delantera de su vestido rojo y tiró de la prenda, desgarrándola y dejando sus pechos envueltos en un sujetador de encaje del mismo color, a la vista.

Jennifer gimió sorprendida tras aquella inesperada acción, a la vez que contenía la respiración y lo miraba asustada. Intentó alejarse de él, pero estaba firmemente sujeta a aquella incómoda silla y no pudo hacerlo. Además, su lugar de descanso tenía las cuatros patas atornilladas en el suelo, y no pudo moverse del lugar ni tan siquiera un centímetro, por más que lo intentó. Se retorció en su asiento, en un vano intento por alejar de ella aquellas grandes manos que ahora sobaban sus sensibles pechos por encima de la fina tela de su sostén. Pero lo único que consiguió fue lastimarse las muñecas con aquellas cuerdas rugosas que se clavaban en su desnuda piel, como si de agujas se tratasen.

—¡No me toques, maldito! —chilló, mientras movía la cabeza de un lado hacia otro, para evitar que los labios de Drew alcanzasen nuevamente su objetivo: su boca.

El hombre ni se molestó en responderle. Simplemente, liberó una de sus manos, para sujetarla firmemente de la barbilla, obligándola a mantener la cabeza quieta y erguida. Entonces, sus labios hambrientos, se apoderaron de los suyos, exigiendo lo que él tanto ansiaba.

Cuando su lengua varonil intentó separárselos, para poder invadir su cavidad húmeda, Jennifer se resistió todo lo que puedo, hasta que reaccionó de la única manera que creyó sería la más adecuada para quitárselo de encima: mordiéndole el labio inferior.

Drew en respuesta, se incorporó nuevamente con un movimiento brusco, a la vez que se echaba mano a su boca herida, que ahora sangraba efusivamente. Cuando fue consciente de lo que había pasado, la miró con odio antes de reaccionar como un hombre desesperado y desequilibrado como él haría: Golpeándole.

Cuando la palma de aquél bruto chocó con su mejilla, Jennifer creyó ver las estrellas, mientras un doloroso calor se expandía desde esa zona hasta su sien. Los oídos le pitaban y por un momento, se había quedado sin respiración.

—¡Maldita perra! —gritó Drew, mientras se lamía el labio, intentando con la saliva detener la pequeña hemorragia—. ¡Que sea la última vez que haces algo así! —la amenazó—. ¿Qué tiene aquél grandullón de pelo moreno y largo, que con él sí te dejas besar?

Aquella pregunta le pilló desprevenida. Pero luego, recordó que estaba tratando con aquél loco demente que la espiaba día y noche y sabía casi todo de ella. Era normal que supiera de la existencia de Mitchell, pues últimamente, ella pasaba mucho tiempo con él. Entonces, en ese instante, recordó que el día que ella lo conoció, el día del ataque, su acosador estuvo presente, oculto y haciéndole fotos...

—¡Hijo de puta! —rugió ahora ella, una vez repuesta y con más valor que antes—. ¡Tú estuviste presente el mismo día que casi me dejan seca! —le echó en cara—. Permitiste que mataran a mi amiga Sarai...

El recuerdo de su amiga la dejó echa polvo, y no pudo evitar que las lágrimas corrieran libres por su rostro, ahora parcialmente hinchado tras el guantazo del hombre.

—Sabía que no te pasaría nada —explotó él—. Castiel, a quién conocí justamente esa noche, me lo prometió —juró solemnemente, mientras se paseaba de un lado a otro, con nerviosismo—. Íbamos a intervenir para evitar que aquél estúpido vampiro te drenara, pero ese moreno que vuela, apareció en ese instante, caído del cielo. Y ambos tuvimos que ocultarnos de nuevo entre las sombras.

—Y entonces, te dedicaste a echarnos fotos para tu absurda colección —escupió ella con sarcasmo.

Tras esas hirientes palabras, el hombre se lanzó sobre ella, con intenciones de golpearla de nuevo por su atrevimiento, cuando la melodía de su teléfono móvil sonando, lo interrumpió.

Estaba esperando una llamada muy importante, y ésta, no se podía hacer esperar. Antes de descolgar, la miró fijamente, como desafiándola a que dijera algo más. Pero Jennifer no pensaba hacerlo, estaba demasiado ocupada pensando en la manera de salir de allí y al mismo tiempo, agradecida de que su cuerpo semidesnudo ya no fuese el centro de atención de aquél cabrón.

1 comentario:

vampirilla9898@gmail.com dijo...

Me encanta ,cada capitulo es mas fascinante ,estoy deseando saber como se desarrolla la historia ,gracias un beso .