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viernes, 6 de diciembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Diez

Mitchell escaneó el lugar en su búsqueda, fijándose sobre todo en aquellas cabezas rubias que había en las proximidades, pero con horror, comprobó que ninguna de ellas correspondía a la de Jennifer. Definitivamente, ella había desaparecido.

Gritó su nombre varias veces, incluso preguntó a los presentes si sabían algo, si la habían visto marcharse y en ese caso, si lo había hecho sola o acompañada... Pero nadie sabía nada, ni habían visto nada extraño... Era como si la tierra se la hubiera tragado.

Frustrado por su fracasada búsqueda, decidió salir del local y probar suerte en la entrada. Nada más salir, le preguntó a su amigo el portero, pero éste estaba tan colocado y harto de ver entrar y salir a tanta gente, que no supo asegurarle nada de nada.

Estaba igual que al principio, sin saber nada sobre el paradero de su protegida, y encima, estaba más enfadado que antes. ¿Podría la noche ponerse peor aún? Al ritmo que avanzaba ésta, no lo ponía en duda. Sólo esperaba que, estuviera donde estuviera Jennifer, ésta se encontrara bien y fuera de peligro.

Entonces las dudas lo asaltaron de golpe... ¿Quizás ella no quería saber nada más de él y por eso había desaparecido? ¿O lo mismo ésta había escapado de sus garras porque aún seguía ofendida por haber tratado de mala manera a su pretendiente? <<No>>, se dijo. Ella había respondido con pasión a sus besos y caricias. Ella no se fue y huyó por voluntad propia, algo le había pasado y él tenía el deber de averiguarlo y dar con ella.

Entonces, la imagen de Castiel burlandose de él desde la otra punta de la pista de baile, le dio en qué reflexionar... ¿Qué hacía aquel Ángel caído allí? ¿A qué había ido a ese lugar? ¿Quizás para comprobar que su maléfico plan se estaba llevando acabo con éxito?. <<Eso es. Seguro que tiene algo en mente y de algún modo, Jennifer es necesaria para sus maléficos plantes>>, se dijo una vez más Mitchell. Ese bastardo tramaba algo y Jennifer era parte de sus maquinaciones... Castiel estaba detrás de su desaparición. Él estaba casi seguro de que era así, ahora faltaba comprobar si estaba en lo cierto o no. Pero... ¿Cómo?

Un clic sonó en su cabeza, muy similar al sonido que hacen las piezas de un puzzle cuando acaban encajando, recordándole lo que él era y lo que mejor se le daba hacer... Cazar seres malignos.

<<Bien. Por lo que veo, es hora de sacar al perro>>, se dijo mentalmente con una sonrisa en los labios mientras se adentraba en un callejón oscuro, lejos de posibles miradas indeseadas.

Se sacó del dedo su anillo de oro y después de lanzarlo al suelo y pronunciar las palabras adecuadas, apareció ante él su querida mascota infernal envuelto en una neblina grisácea.

Acarició la cabeza morena del animal, segundos antes de darle la orden de búsqueda. El perro de ojos rojos, obedeció al instante; se puso en funcionamiento a toda velocidad, cogiendo impulso con sus cuartos traseros y lanzándose hacia el interior del callejón, corriendo frenéticamente hacía esa dirección.

Mitchell comenzó a correr a la par del mismo, sabiendo que pronto daría con uno de esos seres y, quizás, con la respuesta que tanto ansiaba conocer: el paradero de Jennifer.

***

La cabeza le dolía horrores, todo le daba vueltas y tenía en la garganta el regusto amargo de un sabor extraño y nuevo para ella. La habían anestesiado con cloroformo, estaba casi seguro de ello. No es que antes hubiera probado esa experiencia, pero lo que sí sabía cierto, era que alguien le había cubierto la boca con un trapo húmedo; ese era el último recuerdo que tenía antes de que la oscuridad se apoderara de ella. Por eso, había llegado a esa conclusión.

Con lentitud, abrió los párpados. Tuvo que parpadear un par de veces para que sus ojos se adaptasen a la luz tenue. Aunque ésta era escasa, y apenas iluminaba la habitación oscura en la que se encontraba, la tenía justo encima de ella.

Alguien -o algo-, la tenía allí, maniatada, en una silla y debajo de la única bombilla que había en toda la estancia. Aún con los ojos sensibles por la repentina luz, Jennifer intentó visualizar todo lo que la rodeaba entrecerrandolos, que no era mucho, según dedujo por lo poco que pudo ver.

La habitación donde se encontraba encerrada, carecía de muebles, ya que, según parecía ser y pudo comprobar, estaba completamente vacía, a excepción de la silla donde ella estaba sentada a la fuerza, observándolo todo.

Un ruido casi inaudible procedente del fondo del cuarto, le hizo ser consciente de que no estaba sola. Intentó ver quien era el causante, pero fuese quien fuese, estaba oculto entre las sombras de aquél lugar.

Se fijó bien, centrando su vista todo lo que puedo, y lo único que logró ver en la distancia fue una lucecita roja, que llameaba y de vez en cuando, perdía intensidad. Fuese quien fuese el que estaba allí con ella, estaba fumando.

Reconoció entonces que, el sonido que antes había escuchado y el mismo que le había alertado de que tenía compañía, era el del aire exhalando humo de los pulmones. 

De repente, la luz roja que desprendía el cigarrillo encendido, voló por el aire cuando fue lanzada al suelo y al caer sobre éste, aquél desconocido la pisoteó con un pie hasta que ésta, se extinguió.

Ese alguien, comenzó a desplazarse hacia donde Jennifer se encontraba sentada, atada de manos y pies, y observándolo todo. 

Y se dejó ver. 

La luz amarillenta resplandeció sobre su sombrío rostro, mostrando apenas el mismo, pues la caprichosa luminosidad, jugaba a crear sombras en sus duras fracciones.

Por un momento, la mujer se quedó confusa, desconcertada porque no reconocía aquella cara seria, ni aquellos ojos negros que la penetraban con la mirada... Hasta que éste habló.

—Al fin eres mía —dijo el desconocido, mientras una sonrisa sarcástica se formaba en la comisura de sus labios finos—. Corrijo, cuando Castiel acabe contigo, serás mía.

Nada más acabar de hablar, Jennifer comprendió dos cosas: Una, que Castiel, el malvado Ángel Caído, era el responsable de todo aquello; y dos, que a ese hombre lo conocía de algo, pues su voz le era vagamente familiar.

—¿Nos conocemos, verdad? —atinó a preguntar, mientras le mantenía la mirada. No quería que el hombre pensara que ella estaba asustada o se sentía amenazada al estar así, indefensa ante él.

—¿Realmente te acuerdas de mí? —preguntó incrédulo éste, respondiéndole con otro pregunta—. Apenas hemos coincidido dos veces en todo este tiempo. Creí que nunca te fijaste en mí.

Jennifer cerró un momento los ojos, reflexionando en silencio. Tenía que centrarse para saber quien era ese loco y donde lo había visto antes... Entonces cayó en la cuenta.

—Tú —le dijo, acusándole—. Tú eres mi vecino nuevo, el que se mudó hace un par de meses, ¿no? —Él le respondió asintiendo con la cabeza, mientras continuaba sonriéndole de aquella manera tan fría—. Recuerdo que una vez coincidimos los dos en el portal de nuestro edificio. Estabas maldiciendo por que el ascensor estaba averiado. Lo que no recuerdo es haberte visto de nuevo, después de aquél encuentro casual.

—Pero en cambio yo a ti sí, y más de una vez —le confesó—. De hecho, tengo varias fotografías tuyas de recuerdo...

Guardó silencio por un momento, mientras se acercaba más a ella y con una de sus fuertes manos, jaló de su pelo, obligándola a alzar la vista.

—¿Qué te parecieron mis cartas?, ¿te gustaron? —ella no le respondió, no le dio el gusto. Simplemente lo miró con rabia y odio—. He de confesar que al principio todo era una simple obsesión y capricho por ti. Te quería exclusivamente para mí, y estaba esperando el momento para hacerte mía... Hasta que apareció Castiel y éste, hizo un trato conmigo.

Jennifer lo miró sin entender, no comprendía qué podía querer aquél ser malvado de ella, ni qué pudo haberle ofrecido a ese hombre como para hacerle cambiar de idea, pese a su obsesión para con ella...

—Pero... ¿Qué tiene que ver Castiel en todo esto? —preguntó al fin, mientras hacía lo posible por soportar el dolor que sentía en su cuero cabelludo. Aquél mal nacido, no le soltaba el cabello.

—Mucho —le contestó a la vez que se inclinaba más hacía ella, de manera alarmante. Con la otra mano libre, la sujetó firmemente de la barbilla, inmovilizándola. Entonces, la besó con fervor, de manera brusca—. Y en cuanto él cumpla su palabra, los dos estaremos juntos por toda la eternidad —Le dijo nada más separar sus labios de los de ella. Dejándola más confusa todavía y asqueada por aquél beso fortuito.

<<¿Por toda la eternidad?>>, se preguntó mientras observaba como él se alejaba de ella y se encendía nuevamente otro cigarrillo. <<¿Acaso aquel demente tenía planeado transformarlos a ambos en vampiros?>>. Jennifer no daba crédito a la conclusión que su mente estaba llegando... No podía ser cierto que aquella descabellada idea fuera parte de los planes de aquellos locos... ¡Ella no quería ser una vampira, sedienta de sangre! Tenía que escapar de allí. ¡Y lo antes posible!

La puerta abriéndose sin previo aviso, interrumpió sus pensamientos y en el marco de la misma, la luz artificial del exterior, dibujó la silueta de otro hombre, también corpulento como el que le acompañaba.
Cuando Jennifer lo reconoció como uno de los vampiros que violó, mordió y asesinó a su amiga, se quedó estupefacta, a la vez que la rabia y la ira, se apoderaban de ella. ¡Tenía unas intensas ganas de patearle a él, Austin recordó que se llamaba, el culo, al igual que a Drew!

—Drew, he pensado que, mientras esperamos a que venga Castiel, podría tomar un sorbito de esta preciosidad. No creo que a él le importe.

Ese tal Drew, lo miró con rabia contenida y se lanzó contra él, mientras le gritaba.

—¡Ella es mía! No permitiré que la toques ¡Cabrón chupasangres! —le insultó, a la vez que tiraba la colilla al suelo y se lanzaba sobre el recién llegado. Que por su comentario, Jennifer dedujo que se trataba de un vampiro—. Que la hayas raptado para mí, no te da derecho alguno sobre ella —añadió, cuando lo tuvo empotrado contra la pared.

El vampiro, con un simple gesto indiferente, logró zafarse de él, lanzándolo bruscamente al suelo, cayendo éste de culo.

—No olvides con quien estás hablando, humano insignificante —gruñó, mientras se colocaba bien la ropa—. Ésta te la voy a dejar pasar porque Castiel te quiere vivo por alguna razón que aún desconozco, o sino... —dejó la amenaza sin terminar y con las mismas, se dio media vuelta y salió por donde mismo había entrado—. Pero recuerda, no tendrás tanta suerte la próxima vez —añadió ya fuera de la estancia, mientras se alejaba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uff, espero que Mitchell llegue a tiempo... no quiero que Jennifer sea convertida en vampiro =S
¡Está muy interesante! Me encanta ;)
¡Besos!

vampirilla9898@gmail.com dijo...

TOTALMENTE DE ACUERDO ,SERIA UNA PENA .JEJE MUCHAS GRACIAS DE NUEVO ME TIENE FASCINADA ESTA NUEVO RELATO