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miércoles, 27 de noviembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Tres

En cuanto llegaron a la discoteca, las dos chicas se apresuraron a entrar al atestado local. Las luces de colores que iluminaban débilmente el lugar, creaban sombras y destellos en el ambiente y la música a todo volumen retumbaba en las paredes. En ese momento estaba sonando la canción de Danza Kuduro y sin pretenderlo, Jennifer y su amiga estaban bailaban, meneando sus caderas mientras se abrían paso y avanzaban hasta la barra a pedirse unos tragos.

Aquello era una misión imposible, los cuerpos se aprisionaban unos con otros, tan juntos que parecía que allí no cabría  ni un alfiler. Jennifer casi cae al suelo con tantos empujones, y sus altísimos zapatos no ayudaban en absoluto en la ardua tarea de avanzar aunque fuesen un par de pasos.

Cada vez que avanzaba un poco, alguien la volvía a empujar hacía atrás y cuando fue a darse cuenta, había perdido de vista a Sarai. Intentó localizarla mirando entre todas esas cabezas que inundaba la pista, pero le fue imposible. Su querida amiga era muy bajita y con tantos hombres altos y con tanta gente, la chica pasaba desapercibida.

<<¿Y ahora qué?>>, se preguntó enfadada con toda aquella situación. Había deseado que llegara la noche del Sábado para divertirse un rato y ahora se encontraba sola y atrapada entre una enorme mole de masa humana. ¡Cómo se notaba que esa noche iba a ver un show especial y que todos en la ciudad sabían sobre eso! Porque sin dudas, ¡todo Londres estaba metido allí!

Decidió apartarse a un lado, arrinconarse contra una pared y esperar a ver si tenía suerte y conseguía encontrar de una vez a su amiga.

Media hora después y entre codazos y empujones, logró sacar el teléfono móvil del bolso y con dedos temblorosos por los nervios, marcó el número de su amiga. Apenas lograba escuchar el pitido que daba el aparato cuando daba señal, así que se lo presionó más sobre la oreja para oír mejor y se tapó la otra con la mano libre. Aún así no consiguió menguar el sonido de la estridente música y el móvil continuaba con su insistente pitido. Nadie respondía y era de esperar, seguro que Saraí no lo podría escuchar la llamada entre tanto barullo.

Con resignación, decidió volver a salir al exterior. Allí no se podía estar, apenas podía respirar y necesitaba aire. Además, quizás Saraí había opinado lo mismo y  había salido también.

Sí, eso era buena idea, allí fuera podría localizarla mejor.

Y con ese pensamiento y con mucho esfuerzo, logró deshacer el trayecto que había recorrido y se dirigió de nuevo hacía la puerta principal.

Una agradable y fresca ráfaga de aire acarició su rostro, dándole la bienvenida al exterior. Inspiró profundamente, sintiendo cómo sus pulmones se llenaban de oxígeno puro y observó el lugar. Todavía había una larga fila de personas que esperaban su oportunidad para poder entrar al local, no sabían que se encontrarían con un hervidero de hormigas.

Siguió inspeccionando la zona, en busca de su amiga, pero no tuvo suerte. Ya no sabía que hacer, lo minutos continuaban pasando sin freno alguno y Saría seguía sin aparecer. Decidió que sería mejor ir hacía el coche de su amiga y esperarla allí, seguro que así tarde o temprano se encontrarían. Y eso hizo, giró sobre sus talones y se marchó de aquel lugar sin demora alguna.

***

Saraí no lograba dar con su amiga, y eso que ella era alta y fácilmente podría destacar entre toda esa gente, pero aún así no consiguió encontrarla. Habían muchas cabezas rubias por allí, pero ninguna era de ella. Decidió probar suerte llamándola al móvil, así que se dispuso a sacar el suyo del bolso para hacerlo. Una gran cantidad de blasfemias surgió de su garganta cuando comprobó que se había dejado su teléfono en el coche. Maldiciendo por lo bajo, se dio la vuelta y regresó por donde había venido. Tenía que regresar a su vehículo y coger el teléfono, era el único medio de comunicación que tenían las dos y de momento, la única forma que tenía para localizarla.

Abrió la puerta principal con paso apresurado, le había costado mucho abrirse paso entre toda esa multitud y por lo que pudo comprobar, a fuera no esta mucho mejor la cosa. Se alejó del lugar y fue en busca de su coche, gracias a Dios estaba cerca, a un par de calles.

Cuando giró en la primera esquina, notó que la estaban siguiendo. Miró por encima del hombro y comprobó que un grupo de cuatro hombres corpulentos y de negro, la observaban fijamente y avanzaban hacía ella. Se giró y se concentró de nuevo en acortar la distancia que la separaba de su vehículo, pronto lo tendría a mano y se podría refugiar en él. Apresuró el paso y casi corriendo, giró en la siguiente esquina, la que daba al callejón donde había estacionado.

Los numerosos pasos de aquellos desconocidos se hicieron más urgentes, más amenazantes, sin dudas ellos también habían apretado el paso. Con un horroroso miedo en el cuerpo, que le helaba la sangre en las venas, Saraí continuó con su carrera, sin volver la vista atrás.

Ya faltaba menos para llegar a su destino, ahora podía divisarlo entre las sombras, el blanco de su carrocería resplandecía con la luz de la luna. No sabía que querían esos tipos y si realmente la estaban persiguiendo a ella o no, pero lo que sí tenía claro era que no iba a quedarse ahí para preguntárselo.

Cuando tenía la mano sobre la manivela de la puerta, apunto de abrirla para montarse en el Ford, una mano robusta y grande la agarró de la muñeca, deteniéndola. No lo había oído aproximarse tan cerca y no sabía la razón de ello, quizás los fuertes latidos de su corazón que bombeaban tan violentamente y que palpitaban en sus oídos, la habían dejado sorda momentáneamente.

—¿A dónde vas con tanta prisa, conejita? —le preguntó el desconocido, a la vez que la viraba y la ponía de cara a él y contra el coche.

Intentó zafarse de su agarre, pero le era totalmente imposible, estaba atrapada y el cuerpo fornido del hombre, que la presionaba cada vez más, apenas la dejaba respirar.

—¡Suélteme! —exigió, con una voz tan extraña que ni ella misma, se la reconocía—. No llevo nada de valor encima...

—Pero tienes otros atributos que realmente merecen la pena —le dijo, interrumpiendo su balbuceo.

La miraba con lujuria contenida, con una sonrisa ladeada y malvada. Y sus ojos brillaban tan intensamente, que parecían no pertenecer a este mundo.

—No necesitamos nada material —le informó, mientras dejaba que su lasciva mirada se deslizase por su pronunciado escote—. Con tu hermoso cuerpo nos bastará, ¿verdad chicos?

Se giró un segundo para mirar a sus colegas e intercambiar con ellos algunas carcajadas y risas malévolas.

La idea de ser violada o de algo peor a manos de ese puñado de desconocidos, le provocó a Saraí unas intensas ganas de vomitar. Estaba muy asustada, tenía mucho miedo y su cuerpo traicionero la delataba. El agresor volvió a centrar su atención en ella.


—¡Mirar, chicos!, la pobre está temblando como un conejito asustado... ¿No os parece gracioso? —preguntó en voz alta para que los demás pudieran oírlo, ya que él seguía mirándola fijamente a los ojos—. Y es que tiene sobradas razones para estar así.

De alguna manera, se las apañó para sujetarle los dos brazos con una sola mano. Tiró de ellos hacia arriba y los dejó apoyados sobre el frío techo del vehículo, por encima de la pelirroja cabeza de la temblorosa muchacha. Con la mano libre, acarició lentamente una de sus mejillas, que comenzaban a humedecerse por las lágrimas que emanaban de sus ojos, para luego descenderla hasta el cuello. Allí se demoró un poco, jugando con la palpitante vena que allí se encontraba. Al cabo de unos segundos, la mano juguetona acabó acunando uno de aquellos adorables pechos.

—Chicos, cuando Austin y yo acabemos con ella, podréis dejarla seca —les informó por encima del hombro a sus amigos, que estaban vigilando y controlando que nadie pasara por allí.

Saraí volvió a intentar escapar de las garras de aquel bastardo, se agitó bajo su agarre, intentó golpearle con su propia cabeza, lo intentó todo, pero sin éxito. Las lágrimas continuaron saliendo sin control alguno, empapando su rostro; ese era uno de sus menores problemas.

—¡Quieta, conejita! No me provoques o aparte de follarte hasta los ojos, me veré obligado a darte una paliza —rugió el hombre, que estuvo apunto de recibir un duro golpe cuando ella intentó darle con la cabeza.

***

Jennifer estaba nerviosa, no le gustaba eso de tener que ir andando sola a esas altas horas de la madrugada, pero hacía ya casi una hora que había perdido de vista a su amiga y seguía sin poder localizarla con el móvil.

Giró las dos calles que daban al callejón sin salida donde habían estacionado el coche y se quedó de piedra con lo que se encontró. Habían unos tres hombres corpulentos alrededor de un cuarto que estaba dándose el lote con alguna chica. 

Llevaban todos los pantalones a la altura de sus rodillas, mientras se acariciaban sus penes mirando el espectáculo que estaban dando la pareja. La mujer no parecía estar pasándolo bien, ya que más que gemir de placer, parecía que intentaba gritar pidiendo ayuda.

Ese pensamiento le hice reaccionar y darse cuenta de que quizás eso era lo que pasaba, lo mismo la pobre muchacha estaba siendo violada y la estaban forzando sin su consentimiento.

—¡Eh, vosotros! ¡Dejen en paz a esa muchacha! —dijo Jennifer sin pensar primero lo que decía o hacía.

Se dio cuenta demasiado tarde de su grave error cuando los tres que estaban observando el numerito, se giraron y la miraron fijamente, con un hambre atroz reflejados en sus brillantes ojos. Se arreglaron sus ropas, mientras continuaban mirandola atentamente. El cuarto, el que estaba ocupado enterrando su pene en la pobre muchacha, ni se molestó en mirar. Solamente les dijo a sus amigos mientras seguía bombeando y moviendo sus caderas:

—¿A qué estáis esperando?

Cuando esas frías palabras fueron pronunciadas, Jennifer quedó paralizada por el miedo que la embargaba. No sabía que hacer, tenía que haberse largado de allí y cuando hubiera estado a una distancia prudente, haber llamado a la policía para que ellos se encargaran de esa situación. Pero no, no puedo evitarlo y tuvo que inmiscuirse y ahora pagaría por ello.

Cuando los hombres se acercaron a ella de manera amenazante, como si fueran depredadores, Jennifer reaccionó y comenzó a correr.

No llegó muy lejos, unas enormes manazas la sujetaron del pelo y tiraron de ella hacía atrás, deteniéndola en seco. Perdió el equilibrio y calló de rodillas al suelo, lastimándoselas. Tiraron de ella fuertemente, obligándola a rastras a que regresase junto a la pareja que seguían fornicando.

Cuando su cuerpo mal herido, debido a los arañados de haber sido arrastrada sin cuidado alguno, más el dolor de cabeza que sentía después del fuerte tirón, calló junto a ellos, pudo ver mejor a la mujer que sollozaba y se retorcía bajo aquél bastardo.

Su sangre se heló cuando comprobó que se trataba de Saraí.

Chilló tan fuerte como sus pulmones se lo permitieron, mientras los tres tipejos se reían a carcajada abierta al ver su expresión de horror.

—Tranquila conejita, cuando Austin acabe con ella, tú serás la siguiente...

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Oh no! Pobre Sarai... :( Ya podía haber llegado Mitchell a tiempo de salvarla... Porque al menos a Jennifer la va a salvar, verdad? (dime que sí o_O)
Estoy enganchada. Espero el siguiente pronto!! besos