Sin pensárselo dos veces, Mitchell abrió el grifo del lavamanos y se
echó agua en el rostro, para despejarse e intentar borrar esa fea
expresión que lo acompañaba. Luego se amasó su larga cabellera morena
hacía atrás, dejando la cara totalmente despejada. Ahora tenía mejor
pinta, pero seguía preocupado y, para qué negarlo, desesperado por echar
un buen polvo.
Poco después, cuando creyó que ya estaba más presentable, salió de los servicios y se reunió con Jennifer.
Poco después, cuando creyó que ya estaba más presentable, salió de los servicios y se reunió con Jennifer.
La
mujer lo había estado esperando pacientemente y al verlo salir con ese
pose sexy, ésta, sintió un torbellino de mariposas revoloteando en su
estómago. Las palabras susurradas por él antes de la reunión acudieron a
su mente... <<Pero esto no se va a quedar así, en casa retomaremos el asunto por donde lo hemos dejado...>>.
¿Lo decía en serio? Y en ese caso... ¿Podría ella rechazarlo? ¿Sería
capaz? Jennifer no estaba segura y eso era lo que más temía.
Mientras iba pensando distraída sobre todo eso, ambos habían retomado la marcha hacia el garaje. No tardaron en llegar y subir al auto. Un incómodo silencio les acompañó durante un buen rato. Cada uno de ellos estaban enfrascados en sus propios pensamientos; Jennifer planeaba la manera de escaparse de lo inevitable y Mitchell solo pensaba la opción más eficaz para seducirla.
—¿Nos vamos a casa directamente? —preguntó Jennifer, rompiendo el perturbador silencio.
—Ese era el plan —contestó él desviando por un momento la vista de la carretera— ¿Es que quieres que vayamos a otro lugar? —inquirió alzando una ceja.
—Bueno... —comenzó a balbucear ella—. La verdad es que no me apetece para nada encerrarme de nuevo allí —confesó al fin, sin delatarle que en parte era debido a que no quería estar a solas con él—. Había pensado que ya que vamos bien arreglados, podríamos salir un rato a tomar algo... ¿No te apetece?
Mitchell se quedó pensativo, sopesando si aquella sugerencia era una buena idea. Se dijo que aunque no estarían a solas, podría seducirla igualmente. De hecho, él era un experto en conquistar mujeres en esos lares.
—Está bien, si te apetece, eso haremos —volvió a dedicarle una de esas miradas intensas que lograban derretirla, acompañada de una brillante sonrisa—. Sé de una discoteca que no está muy lejos de aquí donde ponen buena música... ¿O tienes en mente otro sitio?
—No, tranquilo. Donde me lleves me parecerá bien —le devolvió la sonrisa, pero la suya era de satisfacción. Había logrado salirse con la suya, ahora sólo era cuestión de buscar la manera de mantenerse alejada de él lo máximo posible.
El silencio volvió a apoderarse de ellos y de nuevo ambos sumidos en sus pensamientos, se dirigieron hacía el local en cuestión. A penas tardaron diez minutos en llegar, aparcar el coche y bajarse del mismo. Nada más alcanzar la puerta del establecimiento, Mitchell saludó al portero con una inclinación de cabeza y éste le devolvió el gesto. Los dos pasaron con prioridad sin tener que esperar para hacer cola.
—Se nota que eres un cliente habitual —se mofó ella, en vista de lo ocurrido—. ¿Vienes muy a menudo por aquí?
—Si, pero no es el único sitio que frecuento —le confesó mientras se hacían paso entre la multitud—. Conozco un par de locales que no están nada mal, quizás algún día te lleve por allí —le dijo alzando la voz para hacerse oír entre toda esa música estridente.
Ella asintió con la cabeza y aceptó la mano que él le ofreció. No quería perderse en aquél lugar desconocido y lleno de posibles peligros. Ya había pasado por una mala experiencia similar y no quería repetir de nuevo. Le siguió el paso, con bastante dificultad ya que él iba andando con grandes zancadas y ella, una vez más, calzaba zapatos de tacón. Finalmente llegaron hasta la barra del local y tomaron asiento. No habían ni pedido aún sus bebidas, cuando apareció ante ellos una pelirroja despampanante. Ésta, sin ni si quiera mirarla, se arrojó a los brazos del hombre.
—¡Oh, Mitchell! ¿Dónde diablos te has metido durante todos estos días? —exclamó ella con fingido enfado—. ¡Te he extrañado tanto! —confesó a la vez que le sostenía el rostro con ambas manos.
Al hombre apenas le dio tiempo a reaccionar ante su inesperada y descarada cercanía, y cuando fue a darse cuenta, la mujer lo besaba descaradamente, mientras le sobaba el paquete por encima de la tela de su pantalones con manos hambrientas. El gemido de sorpresa que emitió Jennifer a su lado, le hizo ser consciente de lo que estaba pasando. Con poca delicadeza, logró deshacerse de la recién llegada, y la apartó de su cuerpo.—Karen, ahora no. No es el momento adecuado —rugió con los dientes apretados, pero sin alzar demasiado la voz.
Su mirada helada y seria consiguió el efecto deseado; la pelirroja enmudeció y se limitó simplemente a asentir con la cabeza, antes de desaparecer contoneando de manera descarada sus caderas, mezclándose con las personas que bailaban en la pista, dejándoles de nuevo a los dos a solas.
—Por mí no te cortes ni te preocupes —le informó Jennifer—. Si te apetece estar con ella, tira en su búsqueda. Te prometo esperarte aquí sin irme a ningún sitio hasta que regreses —no era una idea que le agradase, pues el solo pensamiento de imaginárselo en brazos de otra, la mataba de celos, pero tampoco quería ser un estorbo para él.
—He venido contigo, y contigo me quedo —sentenció él con voz dura y apretando fuertemente la mandíbula, mientras su mirada penetrante la miraba intensamente.
No podía creer que sugiriera tal cosa, pues creía que Jennifer sentía la misma atracción que él sentía por ella. Por lo visto, estaba equivocado y eso lo enfureció. Con semblante serio, llamó al camarero por su nombre y pidió un whisky doble. Jennifer solamente se pidió un licor de mora sin alcohol.
La situación entre ellos se había vuelto tensa, apenas se miraban, ni se decían nada. Ambos observaban de manera distraída la pista de baile, pero no se atrevieron a ir hacía allí y bailar un rato. Pero aquella tensión fue rota cuando un joven atractivo se acercó a ella y le pidió bailar con él. Ésta, ansiosa por salir de aquella incómoda situación, aceptó sin pensárselo dos veces.
Mitchell tuvo que resignarse y ver como su deseable y apetecible protegida bailaba de manera sensual con aquél desconocido que no paraba de tocarla cada vez que se le presentaba la ocasión. La ira comenzó a bullir en su interior cuando éste la agarró de la cintura y la atrajo más hacía su cuerpo.
Mientras iba pensando distraída sobre todo eso, ambos habían retomado la marcha hacia el garaje. No tardaron en llegar y subir al auto. Un incómodo silencio les acompañó durante un buen rato. Cada uno de ellos estaban enfrascados en sus propios pensamientos; Jennifer planeaba la manera de escaparse de lo inevitable y Mitchell solo pensaba la opción más eficaz para seducirla.
—¿Nos vamos a casa directamente? —preguntó Jennifer, rompiendo el perturbador silencio.
—Ese era el plan —contestó él desviando por un momento la vista de la carretera— ¿Es que quieres que vayamos a otro lugar? —inquirió alzando una ceja.
—Bueno... —comenzó a balbucear ella—. La verdad es que no me apetece para nada encerrarme de nuevo allí —confesó al fin, sin delatarle que en parte era debido a que no quería estar a solas con él—. Había pensado que ya que vamos bien arreglados, podríamos salir un rato a tomar algo... ¿No te apetece?
Mitchell se quedó pensativo, sopesando si aquella sugerencia era una buena idea. Se dijo que aunque no estarían a solas, podría seducirla igualmente. De hecho, él era un experto en conquistar mujeres en esos lares.
—Está bien, si te apetece, eso haremos —volvió a dedicarle una de esas miradas intensas que lograban derretirla, acompañada de una brillante sonrisa—. Sé de una discoteca que no está muy lejos de aquí donde ponen buena música... ¿O tienes en mente otro sitio?
—No, tranquilo. Donde me lleves me parecerá bien —le devolvió la sonrisa, pero la suya era de satisfacción. Había logrado salirse con la suya, ahora sólo era cuestión de buscar la manera de mantenerse alejada de él lo máximo posible.
El silencio volvió a apoderarse de ellos y de nuevo ambos sumidos en sus pensamientos, se dirigieron hacía el local en cuestión. A penas tardaron diez minutos en llegar, aparcar el coche y bajarse del mismo. Nada más alcanzar la puerta del establecimiento, Mitchell saludó al portero con una inclinación de cabeza y éste le devolvió el gesto. Los dos pasaron con prioridad sin tener que esperar para hacer cola.
—Se nota que eres un cliente habitual —se mofó ella, en vista de lo ocurrido—. ¿Vienes muy a menudo por aquí?
—Si, pero no es el único sitio que frecuento —le confesó mientras se hacían paso entre la multitud—. Conozco un par de locales que no están nada mal, quizás algún día te lleve por allí —le dijo alzando la voz para hacerse oír entre toda esa música estridente.
Ella asintió con la cabeza y aceptó la mano que él le ofreció. No quería perderse en aquél lugar desconocido y lleno de posibles peligros. Ya había pasado por una mala experiencia similar y no quería repetir de nuevo. Le siguió el paso, con bastante dificultad ya que él iba andando con grandes zancadas y ella, una vez más, calzaba zapatos de tacón. Finalmente llegaron hasta la barra del local y tomaron asiento. No habían ni pedido aún sus bebidas, cuando apareció ante ellos una pelirroja despampanante. Ésta, sin ni si quiera mirarla, se arrojó a los brazos del hombre.
—¡Oh, Mitchell! ¿Dónde diablos te has metido durante todos estos días? —exclamó ella con fingido enfado—. ¡Te he extrañado tanto! —confesó a la vez que le sostenía el rostro con ambas manos.
Al hombre apenas le dio tiempo a reaccionar ante su inesperada y descarada cercanía, y cuando fue a darse cuenta, la mujer lo besaba descaradamente, mientras le sobaba el paquete por encima de la tela de su pantalones con manos hambrientas. El gemido de sorpresa que emitió Jennifer a su lado, le hizo ser consciente de lo que estaba pasando. Con poca delicadeza, logró deshacerse de la recién llegada, y la apartó de su cuerpo.—Karen, ahora no. No es el momento adecuado —rugió con los dientes apretados, pero sin alzar demasiado la voz.
Su mirada helada y seria consiguió el efecto deseado; la pelirroja enmudeció y se limitó simplemente a asentir con la cabeza, antes de desaparecer contoneando de manera descarada sus caderas, mezclándose con las personas que bailaban en la pista, dejándoles de nuevo a los dos a solas.
—Por mí no te cortes ni te preocupes —le informó Jennifer—. Si te apetece estar con ella, tira en su búsqueda. Te prometo esperarte aquí sin irme a ningún sitio hasta que regreses —no era una idea que le agradase, pues el solo pensamiento de imaginárselo en brazos de otra, la mataba de celos, pero tampoco quería ser un estorbo para él.
—He venido contigo, y contigo me quedo —sentenció él con voz dura y apretando fuertemente la mandíbula, mientras su mirada penetrante la miraba intensamente.
No podía creer que sugiriera tal cosa, pues creía que Jennifer sentía la misma atracción que él sentía por ella. Por lo visto, estaba equivocado y eso lo enfureció. Con semblante serio, llamó al camarero por su nombre y pidió un whisky doble. Jennifer solamente se pidió un licor de mora sin alcohol.
La situación entre ellos se había vuelto tensa, apenas se miraban, ni se decían nada. Ambos observaban de manera distraída la pista de baile, pero no se atrevieron a ir hacía allí y bailar un rato. Pero aquella tensión fue rota cuando un joven atractivo se acercó a ella y le pidió bailar con él. Ésta, ansiosa por salir de aquella incómoda situación, aceptó sin pensárselo dos veces.
Mitchell tuvo que resignarse y ver como su deseable y apetecible protegida bailaba de manera sensual con aquél desconocido que no paraba de tocarla cada vez que se le presentaba la ocasión. La ira comenzó a bullir en su interior cuando éste la agarró de la cintura y la atrajo más hacía su cuerpo.
<<¡Será cabrón!>>, pensó
el exterminador cuando el hombre tomó más confianza de la cuenta y
comenzó a restregarse de manera descarada contra el trasero de Jennifer.
Con los puños fuertemente cerrados y echando chispas por los ojos, Mitchell se
acercó a ellos.
—Perdona niño del tres al cuarto —dijo a la vez que le golpeaba el hombro para llamar su atención—. ¿Podemos hablar un momento en privado?
El tipo, lo miró incrédulo, y antes de que dijera algo, Mitchell le agarró de la pechera y literalmente se lo llevó arrastras de allí, aún lugar más apartado y fuera de la vista de la mujer.
—Escucha mamón —le adviritó con voz helada—. Lárgate de mi vista y no vuelvas más por aquí.
—¿Pero, quién coño te crees que eres? —espetó este, intentando en vano librarse de su agarre.
—Soy el hijo de puta que te va a cortar las manos si vuelves a tocar a mi chica —rugió y, luego, le dedicó tal mirada ruda acompañada de su amenaza, que el hombre se amedrentó.
—Tío, no sabía que la rubia era tu novia —dijo al fin, regalándole una mirada de arrepentimiento.
Sin decir nada más, Mitchell lo soltó y se alejó de él. Nada más alzar la vista, se encontró con unos ojos acusadores que lo miraban intensamente y con rabia. Jennifer había observado la escena a distancia y por su expresión, no estaba muy contenta.
—Pero, ¿tú que te has creído? —le gritó a la vez que se lanzaba sobre él y le golpeaba el pecho con las manos cerradas en puños—. ¿Quien te crees que eres para tomarte esas libertades y espantar un posible ligue?
—Perdona niño del tres al cuarto —dijo a la vez que le golpeaba el hombro para llamar su atención—. ¿Podemos hablar un momento en privado?
El tipo, lo miró incrédulo, y antes de que dijera algo, Mitchell le agarró de la pechera y literalmente se lo llevó arrastras de allí, aún lugar más apartado y fuera de la vista de la mujer.
—Escucha mamón —le adviritó con voz helada—. Lárgate de mi vista y no vuelvas más por aquí.
—¿Pero, quién coño te crees que eres? —espetó este, intentando en vano librarse de su agarre.
—Soy el hijo de puta que te va a cortar las manos si vuelves a tocar a mi chica —rugió y, luego, le dedicó tal mirada ruda acompañada de su amenaza, que el hombre se amedrentó.
—Tío, no sabía que la rubia era tu novia —dijo al fin, regalándole una mirada de arrepentimiento.
Sin decir nada más, Mitchell lo soltó y se alejó de él. Nada más alzar la vista, se encontró con unos ojos acusadores que lo miraban intensamente y con rabia. Jennifer había observado la escena a distancia y por su expresión, no estaba muy contenta.
—Pero, ¿tú que te has creído? —le gritó a la vez que se lanzaba sobre él y le golpeaba el pecho con las manos cerradas en puños—. ¿Quien te crees que eres para tomarte esas libertades y espantar un posible ligue?
Eso mismo se preguntaba él, <<¡¿Qué
coño estaba pasando conmigo?! Si nunca antes me ha importado una mierda
que alguna de mis acompañantes tonteará con otros... ¿Por qué ahora era
diferente?. Si jamás he sentido celos, ni si quiera con Pamela... ¿Por
qué con Jennifer siento estas inmensas ganas de retorcer el pescuezo a
todo aquél que ose en mirarla?>>. No quiso detenerse en
plantearse las posibles respuestas, lo que pudiera deducir de todo eso
seguro que no le gustaba, era mejor archivarlo en el fondo de su mente.
Nuevamente, se centró otra vez en ella.
Detuvo la agresión de
la muchacha sujetándola de las muñecas, sin tener la necesidad de
ejercer demasiada presión. Una vez que ella dejó de forcejear y se
rindió, la obligó a que lo mirase.
—¿Un posible ligue? —se burló sarcásticamente—. Si el tío es un blandengue, que no tiene lo que tiene que tener —mientras le decía eso, su mirada cargada de cólera se transformaba a otra bien distinta—. Lo que tú necesitas es un hombre de verdad...
Ella intentó decir algo, cualquier cosa con tal de llevarle la contra, pero Mitchell no le dio oportunidad alguna. Sin previo aviso, la atrajo contra su torso y poseyó su boca de manera posesiva. Jennifer se retorció entre sus brazos, intentando liberarse de su abrazo, pero a los pocos segundos desistió de la idea. Sentir los labios del hombre contra los suyos, probar su sabor masculino mezclado con whisky y devorar su experta lengua, la habían ablandado. Todos los muros que con tanto esfuerzo había logrado construir, fueron destruidos prácticamente en el instante en el que fue besada por sorpresa. Inconscientemente, se pegó más contra su duro cuerpo y suspiró de placer entre sus labios.
Él en respuesta comenzó acariciarla allí mismo, en medio de la pista y ante varias miradas curiosas. El numerito no duró mucho tiempo, una presencia maligna lo puso en alerta y rápidamente, abrió los ojos, se apartó de ella y escaneó el lugar en busca de dicha fuente.
—¿Ocurre algo? —logró preguntar la mujer cuando había bajado de la nube en la que se encontraba flotando y se dió cuenta de que Mitchell estaba en tensión.
Éste no perdió tiempo alguno en responderle, estaba muy ocupado intentando dar con aquella presencia que desprendía tanta maldad. Se quedó de piedra cuando al otro lado del local encontró al causante apoyado junto a la puerta de entrada. Éste le sonrió con una amplia sonrisa falsa y lo saludó con la mano, como si fueran grandes amigos. Se estaba mofando de él Castiel, el propio jefe de las criaturas nocturnas en persona.
—¿Un posible ligue? —se burló sarcásticamente—. Si el tío es un blandengue, que no tiene lo que tiene que tener —mientras le decía eso, su mirada cargada de cólera se transformaba a otra bien distinta—. Lo que tú necesitas es un hombre de verdad...
Ella intentó decir algo, cualquier cosa con tal de llevarle la contra, pero Mitchell no le dio oportunidad alguna. Sin previo aviso, la atrajo contra su torso y poseyó su boca de manera posesiva. Jennifer se retorció entre sus brazos, intentando liberarse de su abrazo, pero a los pocos segundos desistió de la idea. Sentir los labios del hombre contra los suyos, probar su sabor masculino mezclado con whisky y devorar su experta lengua, la habían ablandado. Todos los muros que con tanto esfuerzo había logrado construir, fueron destruidos prácticamente en el instante en el que fue besada por sorpresa. Inconscientemente, se pegó más contra su duro cuerpo y suspiró de placer entre sus labios.
Él en respuesta comenzó acariciarla allí mismo, en medio de la pista y ante varias miradas curiosas. El numerito no duró mucho tiempo, una presencia maligna lo puso en alerta y rápidamente, abrió los ojos, se apartó de ella y escaneó el lugar en busca de dicha fuente.
—¿Ocurre algo? —logró preguntar la mujer cuando había bajado de la nube en la que se encontraba flotando y se dió cuenta de que Mitchell estaba en tensión.
Éste no perdió tiempo alguno en responderle, estaba muy ocupado intentando dar con aquella presencia que desprendía tanta maldad. Se quedó de piedra cuando al otro lado del local encontró al causante apoyado junto a la puerta de entrada. Éste le sonrió con una amplia sonrisa falsa y lo saludó con la mano, como si fueran grandes amigos. Se estaba mofando de él Castiel, el propio jefe de las criaturas nocturnas en persona.
Y antes de que lograra avanzar dos pasos a toda velocidad en su dirección, el ángel caído ya se había esfumado...
Y Jennifer también había desaparecido...
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