Con mucha sutileza, Mitchell descendió desde las alturas. Mientras lo
hacía, se preparó para el combate sacando sus dos apreciadas dagas de
los bolsillos ocultos de su gabardina. Posó sus pies enfundados en sus
cómodas botas moteras, sobre el oscuro asfalto de la carretera, en
cuanto alcanzó el suelo. Luego alzó la vista para enfocarla en dirección
a donde se encontraba su mascota, mordiendo, desmembrando y devorando, a
un par de demonios.
Al lado de ellos había dos vampiros también. Habían estado
dándose un festín con una pareja de humanos, dedujo Mitchell tras ver al
par tirados en el suelo con apariencia de encontrarse ambos totalmente secos; sospechaba que había llegado demasiado
tarde, y eso no hizo sino que su malhumor aumentase.
Con una rabia mal contenida apoderándose de él, y con ganas de matar a
diestro y siniestro, se puso en acción. Se lanzó sobre los dos vampiros,
que estaban ya en posición de ataque tras verle llegar corriendo
blandiendo sus dos armas blancas.
El más
alto de los dos le lanzó una atronadora patada, pero el exterminador
logró esquivarla. No obstante, cuando el segundo le lanzó un cuchillo
hacia su pierna, no tuvo tanta suerte. El metal, frío y duro como el
hielo, se le hundió en la carne.
Tras un
rugido mezcla de dolor y rabia, Mitchell arremetió contra el
chupasangres que había logrado herirle. Imitó su ataque lanzándole él
también una de sus afiladas armas. La cual, con extrema facilidad, se
hundió en la garganta del vampiro. Éste no tardó en caer al suelo de
rodillas, mientras se desintegraba en cuestión de segundos.
Mientras
todo eso ocurría, el que todavía quedaba en pie, aprovechando que un
herido Mitchell todavía estaba recuperándose tras el ataque de su
compañero, se abalanzó sobre él. Se subió a sus espaldas y con sus
filosos colmillos, le mordió en el cuello. Sus intenciones no eran
alimentarse del exterminador, ya que gracias a la pareja de novios que
él y su amigo habían cazado, se encontraba saciado. No, lo estaba
mordiendo para debilitarlo. Necesitaba que sus fuerzas menguaran si
quería tener una oportunidad para eliminarlo.
Un dolor lacerante acaeció
a Mitchell cuando notó cómo las sauces de su contrincante, se hundían en
su garganta. Sin perder tiempo, actuó con rapidez. Alzó la mano en la
que todavía sostenía la otra daga, y por encima del hombro, la clavó en
la cabeza de su agresor; su arma letal se la había traspasado de sien a
sien.
Antes de retirar el arma para recuperarla, el cuerpo del vampiro se desintegró, convirtiéndose en polvo.
Mitchell
se puso en pie con algo de dificultad. Se sacudió el polvo grisáceo que
estropeaba su chaqueta, y luego, se entaponó las heridas con ambas
manos, para detener la hemorragia. Escaneó lo que le rodeaba y comprobó
que los dos demonios habían sido pasto de su perro infernal, el cual
esperaba sentado al lado de los dos cadáveres. Luego su mirada se clavó
en los cuerpos de los dos humanos.
Cojeando,
se acercó a ellos y comprobó sus pulsos. Comenzó con la mujer,
retirándole el pañuelo del cuello para poder tomárselo. Nada. Como había
deducido, estaba también muerta. Tenía todos los brazos llenos de
mordeduras. Sus ropas estaban desgarradas. Su falda subida hasta la
altura de sus caderas y sus bragas habían desaparecido. Como sospechaba,
los demonios previamente se divirtieron a la fuerza con ella. Con la
mandíbula firmemente apretada, Mitchell le acomodó a la desafortunada
mujer sus ropas, para que estuviera más presentable. Después, deshizo el
nudo de su pañuelo azul marino y se lo puso él en su cuello. Lo anudó
con fuerza para entaponar la herida que allí tenía.
Luego, aun teniendo la certeza de que el hombre había corrido la misma suerte que su acompañante, hizo lo mismo. Comprobó su pulso, obteniendo el mismo desafortunado resultado. De hecho, tenía la cabeza casi cercenada, de los numerosos y profundos mordiscos que tenía en lo que antes había sido su cuello. Negando con la cabeza y con mucho pesar, Mitchell se incorporó. Pero antes, se detuvo el tiempo justo para quitarle el cinturón de los pantalones al hombre. Lo utilizó para hacerse un torniquete en el muslo de su pierna izquierda herida.
Una vez que tuvo las hemorragias de ambas heridas contenidas, sacó su teléfono móvil y llamó a la central.
Pronto llegaron los del equipo de limpieza, así como su fiel amigo Dylan. Para entonces, Mitchell ya había devuelto a su mascota a su lugar de reposo: su anillo.
—Estás hecho un asco, amigo —bromeó Dylan, mientras se acercaba a él y le ayudaba a ponerse en pie; Mitchell, mientras esperaba, se había sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared—. Vamos, te llevo a la base a que te curen.
—¡No! —rugió Mitchell, zafándose del apoyo de su amigo; ahora que estaba ya en pie, no necesitaba su ayuda—. Tengo que ir en busca de Jennifer...
—¡Joder, Mitchell!, ¡si apenas puedes mantenerte en pie! —espetó su amigo.
—Dime algo que no sepa, amigo —dijo el aludido con sarcasmo—. Pero esto no me va a detener. Pienso ir ahora mismo a la dirección que el detective Steven me ha facilitado, en busca de su acosador. Y cuando lo...
—No, amigo. Tú te vienes conmigo a la base. En un par de horas estarás recuperado del todo y podrás salir de caza de nuevo...
—¡Maldición, Dylan! He dicho que no. Jennifer lleva varias horas desaparecida y puede que sea a manos de ese tal Drew, y el tiempo corre en nuestra contra —el exterminador tras un leve mareo, perdió el equilibrio por unos segundos, pero pronto se recuperó.
—No estás en condiciones de ir a ningún lado. Así lo único que conseguirás es que te maten. Y en el equipo, una baja tan valiosa como la tuya, causaría muchísimo daño —le recordó su amigo, haciéndole ver cómo estaban las cosas—. Mira, dime la dirección de ese tal Drew, y mientras tú te recuperas en la enfermería, yo me acerco a su piso a echar un vistazo.
—Quiero hacerlo yo —sentenció Mitchell, mientras se giraba y le daba la espalda, dispuesto a marcharse.
—¡Maldita esa, Mitchell! ¡Mira que eres cabezota! —refunfuñó Dylan, mientras lo seguía—. Tú me has obligado —añadió. Acto seguido, le dio en la cabeza con la culata de su pistola, dejándolo inconsciente—. Espero que cuando despiertes, no la pagues conmigo... —susurró mientras cargaba a su amigo sobre su hombro y se lo llevaba a su auto, que estaba aparcado a veinte metros.
Lo dejó recostado en el asiento trasero de su coche. Registró sus
bolsillos hasta dar con el teléfono móvil. Miró el registro de llamadas,
hasta que dio con la de ese tal detective Steven. Lo llamó y tras
conocer la dirección de Drew, puso el motor de su coche en marcha. Se
alejó del lugar, que estaba ya recogido tras la fiel labor del equipo de
limpieza, después de que éstos hubieran retirado los cuatro cadáveres y
hubieran saneado la zona, limpiando la sangre en el asfalto, así como
retirando las ropas de los vampiros y sus armas; Mitchell ya había
recogido previamente las suyas.
Cuarenta minutos después, tras haber dejado a su amigo en la enfermería de la base, se encontraba en el piso de ese tal Drew. Lo registró de arriba abajo. Lo único fuera de lo normal que encontró en el lugar, fue una habitación repleta con recortes de fotos colgadas de las paredes. En todas ellas, aparecía Jennifer. Por los distintos atuendos y peinados que llevaba la mujer, se notaba que fueron tomadas en diferentes días. El escenario de transfondo eran variados. Así que, dichas fotografías fueron robadas también en diferentes lugares.
Dylan dedujo, que el tal Drew ese, estaba realmente obsesionado con la rubia. Meneando la cabeza a modo de negación, el exterminador se acercó al portátil que se encontraba encendido. El mismo estaba sobre la repisa de la única mesa de la estancia. Se sentó en la silla y se puso a ojearlo. Miró en los últimos registros que el hombre había estado visitando. Se encontró con que Drew había estado recopilando información sobre todo lo referente a vampiros y demonios. Por lo visto, el demente, además de estar obcecado con Jennifer, también estaba muy interesado en esos seres oscuros.
<<¡Qué curioso! ¿Para qué querría saber el hombre desequilibrado sobre estos seres?>>, se preguntó el exterminador. No queriendo perder más el tiempo, desenchufó el portátil de la red, y sin apagarlo, lo cogió dispuesto a llevárselo a la base para que los informáticos que allí disponían, le echasen un vistazo más minuciosamente. ¿Quién sabe? Lo mismo sacaban alguna información de provecho.
Luego, antes de retirarse, tomó una gorra negra que encontró en el perchero que había junto a la puerta principal, y se la llevó.
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