"Incluso en Navidad los chicos rebeldes se pueden enamorar"
El aire helado de la noche impactaba con bastante ferocidad contra el rostro enrojecido de Raúl. Llevaba adrede la visera del casco levantada. Quería sentir el frío del invierno en la cara para mantenerlo despejado mientras dirigía su nena de dos ruedas en dirección al almacén principal. Allí lo estaban esperando los miembros de su pandilla, Las fieras callejeras, para festejar la Noche Buena.
Todos los años hacían lo mismo tras la cena de rigor con los respectivos familiares. Quedaban siempre en ese punto de encuentro, que estaba asignado para las reuniones y fiestas de la panda, ya que dicho almacén estaba decorado como si de un pub se tratase. Tenía una larga barra, varios sofás y mesitas de centro, alcohol para alicatar una habitación entera y un fabuloso equipo de música con unos altavoces tremendos. Dos aseos, uno para cada sexo, y un pequeño cuartucho que hacía de despensa, cerraban el conjunto.
Raúl estaba seguro de que su mejor amigo, Leo alías Rey, estaría allí con su chica. Y, probablemente, el resto de su círculo íntimo de amigos compuesto por Richard, Iván y Jorge, también lo estarían. Lo que dudaba era que su melliza Laura, estuviera ya allí. Lo último que supo de ella tras cenar juntos en compañía de sus padres, fue que Sara y Eva, o sea, las inseparables amigas de su hermana, iban a pasar a recogerla. Como él nada más terminar se fue a ducharse y al salir no se topó con ella, no supo si ya se había marchado o no…
Encogiéndose de hombros restándole importancia a ese detalle, volvió a darle más gas a la moto. Estaba deseando llegar, beber unos tragos hasta coger una cogorza de miedo, fumarse un par de porros de marihuana y olvidarse de todo… Sobre todo, de su soledad… Ahora más que nunca echaba de menos tener pareja. Aunque jamás había tenido problemas para ligar, de hecho, lo hacía muy a menudo e incluso llegó a tener un par de relaciones serias de esas que duraban más de un mes, le apetecía echarse novia. Sí, así era, ¡¿quién lo iba a decir?! Él, un morenazo mujeriego de metro ochenta, ansiaba con ganas atarse a una mujer… La culpa la teína su colega Leo. Ambos habían sido unos vividores, unos picaflores sin remordimientos, que en la vida habían querido ataduras. Sin embargo, uno ya había caído en las redes del amor, y ahora estaba él, el guapetón de la perilla, más solo que el número uno.
Así se sentía él, un lobo solitario. Ahora que Andrea le había robado a su compadre, su compañero de aventuras era consciente de lo que era estar soltero. Y no molaba nada. Y más si teníamos en cuenta que él también había cortejado a la chica. Sin éxito, obvio; la muchacha de cabello cobrizo había logrado conquistar el corazón del rubio más sexy, duro y rebelde de la pandilla, que era además el jefe de esta.
En cuanto llegó a su destino, y estacionó la moto de cualquier manera sin necesidad de poner la cadena de seguridad ya que todos sabía a quién pertenecía esa Derbi GPR 125, se dijo para darse ánimos que estar libre tenía también sus ventajas. Podría liarse con quien quisiera sin remordimientos ni rendirle cuentas a nadie.
Puso el caballete, agarró las llaves y se las guardó en uno de los bolsillos de la chaqueta de cuero de motero, y fue directo a la puerta principal. Nada más abrirla, la música estridente del interior le envolvió. Sin más preámbulos, ingresó en el lugar.
Hizo una mueca cuando cayó en la cuenta de que el lugar estaba decorado con adornos navideños. Eran las primeras Navidades en la que los de la pandilla hacían algo así. Dedujo que Andrea estaba detrás de aquello.
Restándole importancia, y tras dejar la chaqueta y el casco en uno de los percheros que había en la entrada, se fue directo a la barra a pillar algo para beber.
Como había deducido, sus colegas más allegados estaban ya allí celebrando el comienzo de las festividades a lo grande. No había más que ver a los más delgados y altos de grupo, Richard y Jorge, con tal pedo que no se mantenían en pie. Iván, el de la melena morena, en cambio estaba más sereno, y eso que se podría decir que era una chimenea andante; era raro, muy, pero que muy raro verlo sin un petillo o un porro en la mano… o en la boca, como se quiera ver.
A Rey, o sea, a Leo, se le veía bastante bien. ¡Hay que ver lo que estaba cambiando el chico a manos de la que era ahora su chica! Ya casi ni fumaba ni bebía. Seguro que tampoco se metía coca como antes solía hacer en ocasiones como aquella, la de esa noche.
Él, sin embargo, aunque la había probado en un par de ocasiones, jamás le llamó la atención tal cosa. Es más, no le gustaba estar colocado por medio de esa mierda, pues se ponía muy melancólico y él, un tipo rudo como su mejor amigo lo era, no podía permitirse aparentar tal debilidad. Además, con un par de porros y con tres o cuatros cubatas iba lo suficientemente tomado como para pasárselo bien y olvidarse de los problemas.
Como todo adolescente pandillero de casi dieciocho años, tenía sus cosillas, y más en su mundillo donde la delincuencia era el pan de cada día.
Dejando el hecho de que era un camello, como casi todos los miembros de Las Fieras Callejeras, y contrabandista de armas, no dejaba de ser un chico con sus miedos e inseguridades, así como también con necesidades… Y ahora mismo sentía la necesidad de tener compañía, a poder ser, femenina.
—Hola, picha floja, ¿qué pasó? —Al mismo tiempo que Leo hablaba, se saludaron con las manos con unos movimientos calculados. Era una especie de código.
—¿Y tú qué tal, tronco? Veo que muy bien acompañado…
Miró a Andrea, quien agachó la vista algo azorada. A la chica todavía, a esas alturas, se ruborizada cada vez que él le decía algún cumplido.
—Espera a que regrese su amiga que está bien buena —Andrea le dio un cariñoso codazo—, entonces dirás que estoy más que en buena compañía, ¡en una inmejorable!
Raúl enarcó una ceja. ¿Quién tenía que regresar y de dónde?
No lo dio mucho tiempo en pensar en eso, pues en cuanto vio llegar a la altura donde estaban ellos charlando a una rubia despampanante, supo que se refería a ella; por la dirección que venía todo apuntaba que había estado en los aseos.
—Raúl, te presento a mi amiga Sonia —el chico le dedicó a la recién llegada, que vestía unos vaqueros de pitillo ceñidos y una blusa de botones blanca de manga larga, una sonrisa de esas que lograba derretir hasta a la más mojigata del planeta—. Sonia, él es Raúl.
—Ah, Raúl, ya veo… La verdad es que tenía ganas de conocerlo.
No solo tenía un físico de escándalo, ¡hasta su voz era espectacular!
¡Espera un momento! ¿Esa tal Sonia había oído hablar de él? Con el ceño frunció el chico se preguntó qué era exactamente lo que le habían contado… ¡Esperaba que fuese algo bueno!
—Bien, bombón, pues aquí me tienes, soy todo tuyo.
—Para el carro, don Juan. Aunque yo también me he criado en un internado de monjas como Andrea, no te confundas: yo no soy ella. A ver si me entiendes…
Raúl se quedó pasmado ante sus directas palabras. Quiso mirar la expresión de la pareja para ver qué cara tenían tras lo que había dicho la rubia, y se encontró con que el par los había dejado a solas a los dos; habían ido al encuentro de Laura y de las chicas que acababan de llegar. Nada más reunirse los cinco, se largaron ignorándolos a otro rincón del lugar.
—Pues, para serte sincero, bombón…
—Sonia. Mi nombre es Sonia —La interrumpió ella sin dejar de sonreír; no había dejado de hacerlo desde que había llegado.
—Como te decía, Sonia, no sé si te entiendo…
—Es fácil. Yo no soy tan confiada e ilusa como Andrea, conmigo tendrás que currártelo bastante más si quieres que seamos amigos.
—¿Amigos? Y si lo que pretendo es ser algo más, como un ligue de una noche, ¿qué?
—Pues más tendrás que trabajártelo.
—¿Es un reto?
—¿Tú lo ves cómo tal? No te creas que porque estemos en las fechas en las que estamos me voy a ablandar y te lo voy a poner más fácil. Me es indiferente que estemos en Navidades. Así que estaba ante una chica difícil, directa, sincera y con las cosas claras… Interesante.
—Y, bueno, ¿qué te han contado ese par de traidores que después de presentarnos se han largado?
—¿Además de que participas en carreras ilegales de motos y que trapicheas con todo lo que se te ponga a mano? No mucho más.
Raúl tragó saliva algo incómodo.
—Creo que con esa información tienes bastante.
—Puede ser… Pero me pregunto… ¿eso es todo a lo que aspiras? Quiero decir, ¿no hay nada más que quieras hacer con tu vida?
Buena pregunta.
—Bueno, pensaba llevar este ritmo mientras estudio. Luego, una vez haya cursado el ciclo formativo de grado superior de automoción, tenía pensamiento de trabajar con mis padres en el taller de coches que tienen como negocio familiar.
—Bien, eso está muy bien. Ganas puntos así, teniendo aspiraciones más allá de los negocios turbios que llevas entre manos…
—¡Vaya, parece que he superado una de tus pruebas!
—Sí, aunque no lo es todo… ¿piensas dejarte los vicios también? Ya sabes, las drogas y demás…
La conversación se estaba poniendo demasiado tensa. No conocía a la chica de nada. ¿Y ella le estaba interrogando para ver si era digno de su amistad? Pero… ¿desde cuándo él había tenido que hacer tal cosa para tal fin?
Se echó mano a la nuca y con nerviosismo se arrascó en esa zona con evidente incomodidad.
—Mira, bombón, digo Sonia—En seguida se corrigió—, lo que haga o tenga pensado hacer con mi vida es asunto mío… Además, del grupo soy el que menos consume sustancias perjudiciales. Y mientras yo no le haga daño a nadie...
Se encogió de hombros sin dejar de demostrar una sonrisa ladeada.
—¡Muy bien! Eso está mucho mejor. Un chico con personalidad que sabe lo que quiere y que es consciente de que puede hacer lo que le venga en gana sin tener que dar explicaciones a nadie. Otro punto a tu favor, bombón…
Raúl ignoró cómo se había dirigido a él. ¡La niña había salido bromista!
¡Espera! ¿Ahora resultaba ser que no bailando su son ganaba otro tanto? ¡Qué chica más rara e interesante a su vez! Ahora había despertado más aún su interés hacia ella.
—Sabes muchas cosas sobre mí, por lo que te han dicho y por lo que yo te he contado, pero yo apenas sé algo de ti… Sé que has estado estudiando con Andrea antes de que ella se viniera a vivir al barrio hace como unos tres meses, pero hasta ahí llego… ¡No tengo ni idea de porqué estás hoy aquí! Normalmente no dejan entrar a este lugar a los que no son miembros de la pandilla…
Esa es la cuestión, que pronto lo seré. Al igual que Andrea, me mudo a vivir aquí. Para ser más precisa, me voy a vivir con ella y con su abuela Antonia.
—¿Cómo?, ¿y eso?
La conversación se estaba volviendo interesante por momentos.
—Hace un par de semanas me notificaron que mis padres habían sido detenidos por robo y blanqueo de dinero.
—¡La leche! Vendrás de un colegio de monjas, pero no de una familia pulcra ni intachable.
—Por esa misma razón me mandaron lejos de niña, para que no viera a qué se dedicaban. Me querían lo más apartada posible de esa vida de delincuencia. Pero ahora, al estar presos y con las cuentas de los bancos congeladas, he tenido que cambiar de centro educativo y de estilo de vida. Andrea supo sobre mi situación y me ofreció su casa.
Por un momento, Raúl sintió pena por la muchacha. La pobre iba a tener que pasar las navidades alejada del mundo que conocía.
—No me habían dicho nada…
—¿Y por qué iban a hacerlo? Ni si quiera sabías de mi existencia hasta ahora...
La rubia descomunal, de metro sesenta, cintura estrecha, melena kilométrica y piernas bien moldeadas, tenía razón, ¿por qué le iban a decir nada? Cierto era que Leo, al ser su mejor amigo, se lo contaba todo al igual que él hacía con él. Como también era verdad que, desde que su noviazgo con Andrea comenzó pocas semanas atrás, apenas se veían o se contaban algo…
—Tienes razón, no había motivos para que me dijeran nada… Pero ahora que estás aquí, envuelta en el aura de delincuencia que tus padres querían evitar para ti, me gustaría ofrecerme para ayudarte a adaptarte.
—Ah, ¿sí? Muy considerado por tu parte —A la rubia le gustó saber que, incluso sin apenas conocerla, se preocupara por ella. Eso le dejó claro que Andrea tenía razón: era un buen tipo— ¿Y cómo piensas hacerlo?
—Podría secuestrarte y mantenerte encerrada en mi cuarto… en mi cama… mientras te doy lecciones de cómo funciona este mundillo —Con eso ganó que Sonia le diera un puñetazo en el hombro como toque de atención por su osadía.
Nota mental se dijo la chica: no olvidar tampoco que era todo un conquistador.
—Muy gracioso. Además, ¿por qué harías algo así por mí?
—¿Y por qué no? Eres amiga de mi amiga. Se nota que eres buena gente, eso sí, con una lengua viperina y demasiado afilada, pero eres noble… Y yo no tengo nada mejor que ha…
—¿No será que lo que quieres es tener una excusa para estar más tiempo junto a mí? —Lo interrumpió ella divertida con aquella conversación tan peculiar.
—Mira que eres desconfiada…
Una profunda carcajada nació desde lo más hondo de la garganta femenina.
—Sabes de sobra que, si tengo alguna duda o problemas para adaptarme al cambio, tengo a Andrea y a su chico, así como también a tu hermana Laura y las chicas.
—Veo que ya conoces a mi melliza, y también a Sara y a Eva…
—Sí, así es, solo me faltabas tú…
—Bien, pues viendo que entonces no me necesitas, me largo—Raúl le dio la espalda listo para irse—. Si cambias de idea y aceptas mi propuesta, solo tienes que venir a decírmelo.
Viendo que aquella conversación no llevaba a ningún lado, que la chica era dura de roer y más lista que el hambre, había decidido que ya estaba bien por hoy. Cogería la moto y regresaría a casa. Seguramente, no pegaría ojo en toda la noche pensando en la extraña conversación que había mantenido con una extraña que llegó a su vida de manera tan repentina. De tal forma, que había logrado plantearse, en cuestión de minutos, su vida, su futuro… En fin, acababa de aparecer y ya había logrado cuestionarse toda su existencia.
—¿Ya te vas?
Volvió a girarse.
—Tú lo has dicho: no necesitas mi ayuda para adaptarte. Además, dudo haber aprobado tus expectativas, tus pruebas… —hizo un gesto con la mano como restándole importancia al asunto—. Así que, no soy digno de ti...
—Hasta ahora has ido acumulando puntos a tu favor … No sé qué te ha hecho opinar lo contrario… —Sin añadir nada más, se le acercó acortando la poca distancia que los separaba y le plantó un suave beso en los labios.
Sonia no sabía qué le impulsó hacer algo así. Solo era consciente de que aquel chico vestido de blanco y rojo con pintas de rapero le atraía sobremanera.
Raúl se quedó perplejo y mudo, sin saber cómo reaccionar a continuación. ¡Le había pillado desprevenido!
—Creí que en el internado de monjas no os dejaban tener tratos con chicos…
—Yo no he dicho lo contrario.
—Pero me has besado…
—¿Y? Ya te he dicho que no soy como Andrea. Y tampoco pertenezco ya a ese lugar.
En eso la muchacha tenía razón. Andrea no hubiera hecho tal cosa en un primer encuentro… en una primera toma de contacto. Y como bien decía la rubia de ojos del color del chocolate, como los suyos propios, se encontraban en un sitio bien distinto. Lo opuesto podría decirse.
—Ya, pero… ¿por qué lo has hecho?
—Considéralo un regalo de navidad.
Con el ceño fruncido, sacó el móvil del bolsillo y comprobó la hora. Eran las doce y media pasadas. Efectivamente, oficialmente era ya veinticinco de diciembre.
Ante la mirada extrañada de Sonia, Raúl la agarró de la cintura para tirar de ella y estrecharla entre los brazos, para luego plantarle otro beso. Pero este era bien distinto. Venía con lengua incluida.
—¡Guau! ¿y ahora a qué ha venido eso?
—Yo también tengo derecho a hacerte un regalo, ¿no crees?
—No te creas que por haber sido el primer chico que me ha besado has conseguido ablandarme. Te lo vas a tener que seguir currando si quieres algo conmigo…
—¿Algo? ¡Vaya!, ¿ya no te importa que intente ser algo más que amigos?
—Mientras que tengas claro que conmigo o es todo o nada, que no quiero medias tintas, vamos bien.
Así que, nada de rollos esporádicos y pasajeros: o amigos o novios. A Raúl le gustaba eso. Al final iba a resultar ser que iba a encontrar a su media naranja, a su otra mitad, en un momento de bajón y en unas fechas tan señaladas… La cosa prometía.
—Por cierto, no te he preguntado si quieres beber algo…
—Un refresco sí que me tomaría, si no te importa.
—Marchando dos refrescos pues.
Se acercó a la barra y sirvió un par con bastantes cubitos; aunque en la calle hacía un frío que pelaba, en el interior del almacén había una cálida temperatura. Además, los refrescos había que tomarlos bien frescos.
Cuando regresó al lado de la chica, vio a sus colegas fumando marihuana. El familiar olor lo envolvió, y por primera vez en mucho tiempo no sintió ganas de fumar. ¿Por qué aquella chica lanzada, que tenía los pies y la mente sobre la tierra había conseguido que él quisiera dejar los malos hábitos? Sonia le hacía querer ser mejor persona… Curioso.
—Vamos a brindar por esta noche, que además de ser especial por ser la fecha que es, es también una inolvidable.
—¿En serio opinas eso después de haberte parado los pies mucho antes de que llegaras a abrir la boca si quiera? No te conocía en persona y ya estaba con la escopeta cargada… Creía haberte causado una mala impresión de mí.
A la chica le había sorprendido gratamente el carácter del chico. No era lo que en un principio creyó que sería. Su amiga no es que se lo hubiera pintado como un ogro, ¡ni mucho menos! Pero se había hecho una idea equívoca de él al saber a qué se dedicaba. ¿Quién le iba a decir que un chico rebelde, metido hasta los ojos en ese mundillo de asuntos ilegales iba a ser tan considerado, buena onda y tan tentador? Algo le decía que, tras esa fachada de tipo duro había un chico tierno rogando por amor. Y ella tenía mucho amor para dar. Además, en Navidades se le ablandaba el corazón. Sí, le había mentido en eso, pero era solo una mentirijilla.
—¿Y sigues teniéndola así, cargada?
—Me temo que has logrado desarmarme…
—Lo dicho, una noche inolvidable…
Ninguno de los dos sabía qué trayectoria llevaría el camino que iban a emprender juntos ahora que se habían conocido y habían congeniado, pero de lo que sí estaban seguros era de que esas navidades iban a ser especiales, distintas, y con posibilidades de acabar siendo ambos algo más que simples amigos...
Apenas se conocían, cierto, pero era indudable la química y atracción física que había entre los dos. Y el hecho de que la chica hubiera cambiado de parecer tras una singular charla, apuntaba a que estaba interesada en él como lo estaba él en ella.
Sin dudas, Raúl iba a dejar de envidiar a su mejor amigo; ahora él iba a tejer su propia historia de amor.
FIN
Nota: spin-off de mi próxima novela: Los Chicos Rebeldes También Se Enamoran.
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