*Nota: no apto para menores de 18 años.
Desde ese ángulo, Julen tenía una muy buena vista de sus voluminosos pechos que casi se salían del vestido. Era tan pronunciado el escote, que apenas ocultaban las aureolas de los oscuros pezones. Un latigazo de deseo nacido desde sus entrañas le recordó que llevaba casi dos días en abstinencia, sin catar a una mujer. Algo muy inusual en él. Bastante. Demasiado para su paz mental y carnal.
Realmente no deseaba en concreto a esa moza lozana, que trabajaba en silencio y con sumo cuidado para no herirse con los afilados trozos astillados, pero puesto que no podía en esos momentos tirarse a la verdadera fuente de su excitación, decidió apagar su fuego con ella.
En esos momentos, donde por sus venas corría más alcohol que sangre, su raciocinio era totalmente nulo y, por ende, era su miembro el que cobraba todo el control de su persona.
—Venid aquí, preciosa —la llamó con voz pastosa e inestable debido a su más que evidente estado de embriaguez—, atended a este pobre desdichado a quien nadie quiere —se quejó como un niño pequeño, mientras le tendía una mano.
La sirvienta de casi treinta años no dudó en complacer a su señor y aceptó la amplia mano que le tendía. Y cuando fue a darse cuenta, estaba sentada sobre su regazo, notando la dura erección de su amo bajo sus nalgas mientras este devoraba sus pechos prácticamente expuestos para su disfrute.
***
—Lady Diana, tomad un panecillo mientras esperáis a que esté la comida servida —le sugirió la moza mientras le acercaba la cesta para que tomara uno.
En cuanto la joven aceptó su ofrecimiento y le dio las gracias, Rose le dedicó una genuina sonrisa y continuó con lo suyo.
Diana no tardó en comenzar a devorar ese pequeño manjar, mientras reanudaba la búsqueda y se decía mentalmente que estaba más hambrienta de lo que pensaba.
Solamente le quedaba el último mordisco por comer, cuando encontró lo que parecía ser la cocina. Nada más darse cuenta de que había encontrado aquel santuario, sonrió feliz pensando que allí encontraría algo más con lo que llenar su estómago. Pretendía estar saciada antes de continuar con el objetivo que se había propuesto, ya que no tenía pensamiento alguno de reunirse para comer con aquellas seis lobas y, mucho menos, con Lord Braine.
Pero pronto su sonrisa cayó al suelo en picado, al igual que el libro que sostenía entre sus manos, cuando al otro lado de la enorme estancia se encontró a Julen sentado en una silla, devorando con avaricia unos enormes pechos.
Tal fue el grito ahogado el que se le escapó de entre los labios, junto con el sonido del libro al impactar contra el piso, que ambos ruidos lograron captar de inmediato la atención del hombre sobre su persona. Y este, en cuanto la vio allí plantada mirándolo con los ojos abiertos como platos, apartó a la criada sin delicadeza alguna, y se puso en pie.
Diana quedó totalmente petrificada cuando lo vio levantarse y dirigirse hacia ella con paso inestable. Aunque se tambaleaba de vez en cuando, el hombre no llegó a tropezar ni una sola vez. Y cada vez estaba más cerca. Peligrosamente cerca.
A Diana no le quedó otra que huir una vez más, como últimamente venía siendo una costumbre en ella. Sin embargo, no llegó muy lejos ya que, nada más dar dos pasos hacia la misma puerta por donde instantes antes había entrado, Lord Braine se abalanzó sobre ella acorralándola contra la pared.
—¡Salid todos de aquí! —exigió con voz ronca debido al alcohol ingerido, mientras se aseguraba de que Diana no pudiera escapar de su presa—. ¡Ahora mismo!
No hizo falta decir nada más, pues en cuestión de dos minutos la cocina fue evacuada completamente cuando todos los sirvientes salieron escopetados de allí, dejando a Diana sola y a merced suyo… de su dueño.
En cuanto salió de la cocina la última de las criadas que estaba allí trabajando en esos instantes, Lord Braine prestó de nuevo toda su atención en Diana, que temblaba contra su cuerpo musculoso mientras evitaba mirarlo a la cara a toda costa.
La chica todavía estaba algo avergonzada por el bofetón que le había arreado unas pocas horas atrás, pues ella nunca había hecho tal cosa así antes. Cierto era que jamás se había encontrado en esa tesitura, o sea, en una situación similar a la vivida esa mañana en el patio de armas. Era consciente de que él tenía razones de sobra para estar enfadado con ella. Al igual que ella también las suyas. Su impulsivo comportamiento se debía a que no estaba acostumbrada a pertenecerle a alguien, y, mucho menos de esa manera tan posesiva con la que actuaba siempre Julen hacia su persona. Solo con ella era así.
Comprendía que él se creyera con todo el derecho del mundo para comportarse con ella de esa forma, ya que era lo que se acostumbraba en esa época, y más después de haberla comprado. Empero eso no desquitaba que ella se sintiera utilizada, como un objeto sexual, como un juguetito más de su amplia colección... Pues no pertenecía a ese tiempo y, por lo tanto, tenía otra visión de la vida.
Pero ¿cómo hacérselo ver? ¿Cómo hacerle entender que ella no había sido educada igual que las otras mujeres que él conocía? Seguro que en esos instantes sería misión imposible hablar siquiera con él, pues parecía estar bastante ebrio. Al menos, eso supuso al olerle el aliento apestando a alcohol. Cuando la sujetó del mentón obligándola a que levantara la cabeza para que lo pudiese mirar de frente, le llegó el tufo.
—Chiquilla, ¿qué me habéis hecho? —le preguntó, mientras la miraba con los ojos vidriosos e inyectados en sangre a causa de la bebida, y le soltaba la barbilla—. ¿Qué hechizo habéis obrado en mí para mantenerme tan obsesionado con vos?
Diana no respondió, pues no sabía qué decir. Solo quería desaparecer de allí y así no sentir en su pecho el calor que desprendía el torso de Julen al presionarse contra el suyo, pues aquél simple acercamiento le estaba demostrando a Diana cuán traicionero era su cuerpo. La leve humedad que se estaba instalando entre sus piernas, era una fiel prueba de ello. Todas aquellas sensaciones eran nuevas para ella, pero no podía negar que le gustaba sentir aquella opresión en la parte baja de su vientre, ni ese cosquilleo de miles mariposas revoloteando allí dentro.
—Sois una bruja, miladi —la acusó, mientras comenzaba a mover de manera ascendente las manos que tenía apoyadas sobre las caderas femeninas bien delineadas, hasta depositarlas justo sobre el erguido busto, causando que la piel de Diana se erizara bajo su tacto—. No hay otra explicación a esta locura que siento por vos.
Para demostrarle que sus palabras eran ciertas, se inclinó sobre ella para capturar sus labios, a la vez que comenzaba a sobarle los pechos por encima de la tela del vestido azul sopesando su peso y tamaño. Aquello provocó que la temperatura entre ambos subiera unos cuantos grados.
Aunque una vez más Diana quiso resistirse y no verse sometida nuevamente bajo su hipnótico dominio, no encontró la fuerza de voluntad suficiente para llevarlo a cabo. De hecho, sin darse cuenta siquiera, se encontró separando los labios, dejándole total acceso a su boca sedienta.
Julen, a pesar del estado de embriaguez, no desaprovechó la invitación e invadió la cavidad húmeda con la lengua, barriendo todo a su paso y derrumbando así las barreras que Diana había intentado levantar entre los dos desde que se conocieron.
Jugó con su lengua, entrelazándola con la suya de tal manera, que parecían fundirse las dos y pasar a ser una sola. Su sabor era exquisito, igual que toda ella. Nada más pensar en lo sabrosa que le parecía su saliva, su miembro palpitó anticipando la gloria que sentiría en su boca al degustar también su esencia íntima, confiado en que la misma tendría un sabor sublime, como el mejor manjar que pudiera existir.
—Deliciosa... —confesó entre sus labios con voz ronca, sin parar de besarla—. Me muero por probaros entera, lady Diana... —añadió entre susurros, mientras seguía bebiendo de sus labios.
Pero ella apenas lo escuchaba, estaba tan centrada en la sensación que le producía tener la dura erección de Julen presionando contra su vientre, que solo era consciente de lo bien que se sentía entre sus brazos. Esas nuevas sensaciones que experimentaba por primera vez, le confirmaba que, a pesar de todo, lo deseaba.
Su mente se negaba a creer tal cosa, pero su cuerpo le decía otra bien distinta. Por mucho que pensara que aquello no estaba bien, que ella realmente no sentía nada por él que no fuese odio por haber aparecido en su vida de manera forzosa, no dejó de corresponder al apasionado beso que le estaba dando, mientras seguía humedeciéndose inevitablemente. Lo quisiera así o no, estaba disfrutándolo. No podía negarlo. A pesar de que Julen desprendía un sabor mayoritariamente a cerveza, el fuerte sabor no logró echarla para atrás... Todo lo contrario, le era más adictivo todavía.
Aunque por su cabeza no paraban de desfilar imágenes dolorosas de Julen fornicando con sus otras mujeres o sobándole los pechos a cualquiera de las dispuestas sirvientas, Diana no puedo evitar arquear la espalda en un provocativo ángulo. De esa manera, estaba dándole un mejor acceso a Julen sobre sus pechos, que estaban ya listos para ser degustados.
Estaba envuelta en tal neblina de deseo, mezclada con pasión y lujuria, que solo era consciente en lo bien que se sentía el tener la habilidosa lengua de Julen lamiendo unos de sus pezones recién liberados. Y este, cuando hubo terminado de saborearlo a conciencia, prestó la misma atención al otro que esperaba ansioso a que también fuera devorado.
Una vez que ambos endurecidos pezones fueron lamidos y chupados con maestría por la habilidosa boca de Julen, este los mordisqueó ejerciendo la presión justa para crear placer y dolor al mismo tiempo, robándole así un gemido placentero a la pobre Diana que no hacía más que derretirse bajo sus caricias. Y aunque no estaba cien por cien en forma, ya que el exceso de alcohol hacía que no se centrase todo lo que quisiera, no dejaba de ser un buen amante ansioso por complacer y ser complacido.
Sin dejar de jugar con las endurecidas cimas de color chocolate de la muchacha, Lord Braine procedió a deslizar una de sus expertas manos en dirección ascendente, hasta alcanzar el bajo del vestido. Tiró del mismo hacia arriba, arrastrando la tela por encima de las piernas suaves de la mujer, dejando al descubierto la fuente de su deseo, que se encontraba totalmente empapado y listo para su disfrute.
Ahora sí que dejó de prestarle atención a los sabrosos pechos que tanto le gustaban, dejándolos todos brillantes y bien lubricados gracias a su saliva, para poder centrarse únicamente en aquel sexo rasurado que lo llamaba a gritos.
—Toda lista para mi toque mágico —susurró mientras la miraba con tal intensidad, que parecía que se la estaba comiendo con los ojos. Y así era, porque la visión de aquella Diosa creada para dar placer a un hombre y ofreciéndose a él sin resistencia alguna, le abría el apetito como si hubiera estado toda una semana sin comer absolutamente nada.
Ante la atenta mirada de Diana, una velada por la espiral de sensaciones que en esos intensos momentos la invadían bajo su embrujo, Julen se puso de rodillas en el suelo. Depositó ambas manos sobre los tiernos y blanquecinos muslos de la mujer, ejerciendo la presión suficiente como para obligarla a separarlos, dejándole así mejor acceso a ese lugar tan codiciado por cualquier hombre... Sobre todo, para él.
Nada más visualizar aquel sexo tan hermoso y listo para su gozo, Julen gimió dolorosamente, ansioso por probarlo. Y cuando con ambas manos separó los húmedos pétalos para dejar al descubierto el pequeño botón oculto e hinchado que allí se hallaba enterrado, jadeó tras gruñir. Creyó que iba a morirse allí mismo, en ese instante, si no lo cataba ya. Eso hizo, dejó que su ávida lengua se deslizara lentamente por toda esa íntima zona, engullendo todos los jugos cremosos y sabrosos que encontró en su camino. A continuación, la hundió una y otra vez en aquél apretado orificio, repitiendo la operación varias veces más.
A pesar de que sus testículos estaban pesados y duros como dos rocas, se contuvo diciéndose que primero tenía que aplacar su apetito. Por ello, continuó ingiriendo a lametazos aquella esencia tan adictiva. Cuando acabara, se hundiría profundamente en ella y los vaciaría completamente, llenándola con su semilla caliente.
Mientras tanto, Diana enterraba sus dedos entre la melena oscura de Julen, aferrándose fuertemente a los mechones de pelo de este, como si se le fuera la vida en ello. Al mismo tiempo, se mordió el labio inferior para evitar así que se le escapara otro gemido, pues no deseaba delatar a cualquiera que transitara cerca de allí, lo que ambos amantes estaban haciendo. Pero sentir como la experta lengua del hombre se introducía y enterraba una y otra vez en su interior con certeras embestidas, no hacía que le fuese tarea fácil... En absoluto.
En el preciso momento en el que Lord Braine aceleró el ritmo, Diana, a pesar de que el collar de cuero le dificultaba la libertad de movimientos, no pudo evitar estremecerse y retorcerse como una serpiente. Frotaba su espalda contra la dura y rústica pared, arañándosela en el proceso. Sin embargo, apenas era consciente del dolor que se estaba autoinfligiendo con ese descuidado gesto, pues solo existía para ella en esos segundos, el placer grandioso que, el señor del castillo estaba profesándole, utilizando únicamente la boca.
El orgasmo no tardó en llegar y explotar dentro de su interior como si fuegos artificiales se tratase, haciéndola gozar con tanta intensidad, que no le importó gritar de placer ni que cualquiera pudiera escucharla.
En cuanto se hubo recuperado del mayor gozo que había experimentado alguna vez en su corta vida, y los espasmos del orgasmo desaparecieron, comenzó a ser consciente de lo que acaba de ocurri.. Y de que seguía teniendo a Lord Braine con la cabeza enterrada entre sus piernas.
Igualmente, no le dio tiempo a pensar en nada más, si lo que había hecho estaba bien o mal, si hacía lo correcto en entregarle la virginidad a ese imponente hombre o no, pues de manera estrepitosa, la puerta fue abierta, interrumpiéndoles a los dos.
¡PRÓXIMAMENTE A LA VENTA!
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