En cuanto llegaron a la discoteca las dos chicas se apresuraron a entrar al atestado local. Las luces de colores que iluminaban débilmente el lugar creaban sombras y destellos en el ambiente, y la música a todo volumen retumbaba en las paredes. En ese momento estaba sonando la canción de In my eyes de Milk Inc y sin pretenderlo, Jennifer y su amiga estaban bailaban, meneando sus caderas mientras se abrían paso y avanzaban hasta la barra a pedirse unos tragos ignorando el olor a sudor.
Aquello era una misión imposible, los cuerpos se aprisionaban unos con otros, tan juntos que parecía que allí no cabría ni un alfiler. Jennifer casi cae al suelo con tantos empujones, y sus altísimos zapatos no ayudaban en absoluto en la ardua tarea de avanzar aunque fuesen un par de pasos.
Cada vez que avanzaba un poco, alguien la volvía a empujar hacia atrás y cuando fue a darse cuenta, había perdido de vista a su amiga. Intentó localizarla mirando entre todas esas cabezas que inundaba la pista, pero le fue imposible. Su querida amiga era muy bajita y con tantos hombres altos y con tanta gente, la chica pasaba desapercibida.
¿Y ahora qué?, se preguntó enfadada con toda aquella situación. Había deseado que llegara la noche del sábado para divertirse un rato y ahora se encontraba sola y atrapada entre una enorme mole de masa humana. ¡Cómo se notaba que esa noche iba a ver un show especial y que todos en la ciudad sabían sobre eso! Porque sin dudas, ¡todo Londres estaba metido allí!
Decidió apartarse a un lado, arrinconarse contra una pared y esperar a ver si tenía suerte y conseguía encontrar de una vez a su amiga.
Media hora después y entre codazos y empujones, logró sacar el teléfono móvil del bolso y con dedos temblorosos por los nervios, marcó el número de su amiga. Apenas lograba escuchar el pitido que daba el aparato cuando daba señal, así que se lo presionó más sobre la oreja para oír mejor y se tapó la otra con la mano libre. Aún así no consiguió menguar el sonido de la estridente música y el móvil continuaba con su insistente pitido. Nadie respondía y era de esperar, seguro que Eleanor no lo podría escuchar la llamada entre tanto barullo.
Resignada, decidió volver a salir al exterior. Allí no se podía estar, apenas podía respirar y necesitaba aire. Además, quizás Eleanor había opinado lo mismo y había salido también.
Sí, eso era buena idea, allí fuera podría localizarla mejor.
Y con ese pensamiento y mucho esfuerzo, logró deshacer el trayecto que había recorrido y se dirigió de nuevo hacia la puerta principal.
Una agradable y fresca ráfaga de aire acarició su rostro, dándole la bienvenida al exterior. Inspiró profundamente, sintiendo cómo sus pulmones se llenaban de oxígeno puro y observó el lugar. Todavía había una larga fila de personas que esperaban su oportunidad para poder entrar al local, no sabían que se encontrarían con un hervidero de hormigas.
Siguió inspeccionando la zona, en busca de su amiga, pero no tuvo suerte. Ya no sabía qué hacer, lo minutos continuaban pasando sin freno alguno y Eleanor seguía sin aparecer. Decidió que sería mejor ir hacia el coche de su amiga y esperarla allí, seguro que así tarde o temprano se encontrarían. Y eso hizo, giró sobre sus talones y se marchó de aquel lugar sin demora alguna.
***
Eleanor no lograba dar con su amiga, y eso que ella era alta y fácilmente podría destacar entre toda esa gente, pero aún así no consiguió encontrarla. Habían muchas cabezas rubias por allí, pero ninguna era de ella. Decidió probar suerte llamándola al móvil, así que se dispuso a sacar el suyo del bolso para hacerlo. Una gran cantidad de blasfemias surgió de su garganta cuando comprobó que se había dejado su teléfono en el coche. Maldiciendo por lo bajo, se dio la vuelta y regresó por donde habían venido. Tenía que regresar a su vehículo y coger el teléfono, era el único medio de comunicación que tenían las dos y de momento la única forma que tenía para localizarla.
Abrió la puerta principal con andares apresurados, le había costado mucho abrirse paso entre toda esa multitud y por lo que pudo comprobar, a fuera no esta mucho mejor la cosa. Se alejó del lugar y fue en busca de su coche, gracias a Dios estaba cerca, a un par de calles.
Cuando giró en la primera esquina, notó que la estaban siguiendo. Miró por encima del hombro y comprobó que un grupo de ocho hombres corpulentos y de negro, la observaban fijamente y avanzaban hacia ella. Eso provocó que sintiera ansiedad además de miedo. Se giró y se concentró de nuevo en acortar la distancia que la separaba de su vehículo, pronto lo tendría a mano y se podría refugiar en él. Apresuró el paso y casi corriendo, giró en la siguiente esquina, la que daba al callejón donde había estacionado.
Los numerosos pasos de aquellos desconocidos se hicieron más urgentes, más amenazantes, sin dudas ellos también habían apretado el paso como ella. Con un horroroso miedo en el cuerpo, que le helaba la sangre en las venas, Eleanor continuó con su carrera sin volver la vista atrás. Un palpito le indicaba que corría peligro y que lo mejor que podía hacer era largarse de allí lo antes posible.
Ya faltaba menos para llegar a su destino, ahora podía divisarlo entre las sombras ya que el blanco de su carrocería resplandecía con la luz de la luna. Sintió alivio al ver que pronto lo alcanzaría. No sabía que querían esos tipos y si realmente la estaban persiguiendo a ella o no, pero lo que sí tenía claro era que no iba a quedarse ahí para preguntárselo.
Cuando tenía la mano sobre la manivela de la puerta, a punto de abrirla para montarse en el Ford, una mano robusta y grande la agarró de la muñeca, deteniéndola. No lo había escuchado aproximarse, quizás los fuertes latidos de su corazón que bombeaban tan violentamente y que palpitaban en sus oídos la habían dejado sorda momentáneamente. Tembló al sentirse acorralada.
—¿A dónde vas con tanta prisa, conejita? —le preguntó el desconocido a la vez que la viraba para ponerla de cara a él y contra el coche.
Intentó zafarse de su agarre, pero le era totalmente imposible, estaba atrapada y el cuerpo fornido del hombre, que la presionaba cada vez más, apenas la dejaba respirar.
—¡Suélteme! —exigió, con una voz tan extraña que ni Eleanor la reconocía—. No llevo nada de valor encima...
—Pero tienes otros atributos que realmente merecen la pena —le dijo, interrumpiendo su balbuceo.
La miraba con lujuria contenida, con una sonrisa ladeada y malvada bien perceptible a pesar de la barba. Y sus ojos, brillaban tan intensamente que parecían no pertenecer a este mundo.
—No necesitamos nada material —le informó, mientras dejaba que su lasciva mirada se deslizase por su pronunciado escote—. Con tu hermoso cuerpo y espesa sangre nos bastará, ¿verdad, chicos?
Se giró un segundo para mirar a sus colegas e intercambiar con ellos algunas carcajadas y risas malévolas.
La idea de ser violada o de algo peor a manos de ese puñado de desconocidos, le provocó a Eleanor unas intensas ganas de vomitar. Estaba muy asustada, tenía mucho miedo y su cuerpo traicionero la delataba. El agresor volvió a centrar su atención en ella.
—¡Mirar, chicos!, la pobre está temblando como un conejito asustado... ¿No os parece gracioso? —preguntó en voz alta para que los demás pudieran oírlo, ya que él seguía mirándola fijamente a los ojos—. Y es que tiene sobradas razones para estarlo.
De alguna manera, se las apañó para sujetar los dos brazos de la muchacha con una mano sola. Tiró de ellos y los dejó apoyados sobre el frío techo del vehículo, por encima de su pelirroja cabeza. Y con la mano libre, acarició lentamente su mejilla húmeda por las lágrimas que comenzaban a emanar de sus ojos y luego descendió hasta el cuello. Allí se demoró un poco, jugando y sintiendo la palpitante vena que allí se encontraba y al cabo de unos segundos, la mano acabó acunando uno de aquellos adorables pechos.
—Chicos, cuando Aaron y yo acabemos con ella, podréis dejarla seca —les informó por encima del hombro a sus amigos, que estaban vigilando y controlando que nadie pasara por allí.
—Será si dejo alguna gota en sus venas —comentó con guasa el aludido, un tipo con la cabeza rapada.
Eleanor volvió a intentar escapar de las garras de aquel bastardo barbudo, se agitó bajo su agarre, intentó golpearle con su propia cabeza, lo intentó todo, pero sin éxito. Las lágrimas continuaron saliendo sin control alguno, empapando su rostro. Ese era uno de sus menores problemas.
—¡Quieta, conejita! No me provoques o aparte de follarte hasta los ojos, me veré obligado a darte una paliza —rugió el hombre, que estuvo apunto de recibir un duro golpe cuando ella intentó darle con la cabeza.
***
Jennifer estaba nerviosa, no le gustaba eso de tener que ir andando sola a esas altas horas de la madrugada, pero hacía ya casi una hora que había perdido de vista a su amiga y seguía sin poder localizarla con el móvil.
Giró las dos calles que daban al callejón sin salida donde habían estacionado el coche y se quedó de piedra con lo que se encontró. Habían unos siete hombres corpulentos alrededor de un octavo que estaba dándose el lote con alguna chica.
Llevaban todos los pantalones a la altura de sus rodillas, mientras se acariciaban sus penes mirando el espectáculo que estaban dando la pareja. La mujer no parecía estar pasándolo bien, ya que más que gemir de placer, parecía que intentaba gritar pidiendo ayuda.
Ese pensamiento le hice reaccionar y darse cuenta de que quizás eso era lo que pasaba, lo mismo la pobre muchacha estaba siendo violada y la estaban forzando sin su consentimiento.
—¡Eh, vosotros! ¡Dejen en paz a esa muchacha! —dijo Jennifer sin pensar primero lo que decía o hacía.
Se enteró demasiado tarde de su grave error cuando los tipos que estaban observando el numerito, se giraron y la miraron fijamente, con un hambre atroz reflejados en sus brillantes ojos. Se arreglaron sus ropas, mientras continuaban mirándola atentamente. El otro, el que estaba ocupado enterrando su pene en la pobre muchacha, ni se molestó en mirar. Solamente les dijo a sus amigos mientras seguía bombeando y moviendo sus caderas:
—¿A qué estáis esperando?, ¡atraparla!
Cuando esas frías palabras fueron pronunciadas, Jennifer quedó paralizada por el miedo que la embargaba. No sabía que hacer, tenía que haberse largado de allí y cuando hubiera estado a una distancia prudente, haber llamado a la policía para que ellos se encargaran de esa situación. Pero no, no puedo evitarlo y tuvo que inmiscuirse y ahora pagaría por ello.
Cuando los hombres se acercaron a ella de manera amenazante, como si fueran depredadores, Jennifer reaccionó y comenzó a correr.
No llegó muy lejos, unas enormes manazas la sujetaron del pelo y tiraron de ella hacia atrás, deteniéndola en seco. Perdió el equilibrio y calló de rodillas al suelo, lastimándose. Tiraron de ella fuertemente, obligándola a rastras a que regresase junto a la pareja que seguían fornicando.
Cuando su cuerpo mal herido, debido a los arañados de haber sido arrastrada sin cuidado alguno, más el dolor de cabeza que sentía después del fuerte tirón, calló junto a ellos, pudo ver mejor a la mujer que sollozaba y se retorcía bajo aquel bastardo de pelo rapado.
Su sangre se heló cuando comprobó que se trataba de Eleanor.
Chilló tan fuerte como sus pulmones se lo permitieron, mientras los tres tipejos se reían a carcajada abierta al ver su expresión de horror.
—Tranquila, conejita, cuando Aaron acabe con ella, tú serás la siguiente...
1 comentario:
¡Oh no! Pobre Sarai... :( Ya podía haber llegado Mitchell a tiempo de salvarla... Porque al menos a Jennifer la va a salvar, verdad? (dime que sí o_O)
Estoy enganchada. Espero el siguiente pronto!! besos
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