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viernes, 29 de noviembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Cinco

—¿Tienes alguna idea?

—Hombre —dijo Dylan mirando a Mitchell y su adorable carga—. Si no te la llevas tú, me la llevo yo y le doy mis cuidados.

Mitchell gruñó con aquél pensamiento. Por alguna extraña razón, la sola idea de que otro hombre tocara a esa mujer, lo carcomía por dentro.

—Ni se te ocurra —le amenazó enseñándole los dientes—. Esta hembra es cosa mía.

Dylan levantó las manos en un gesto de rendimiento.

—Pues por fin ya tenemos hogar para la dama —miró enrededor, donde se encontraban y negó con la cabeza—. Se han pasado esta vez. Lo extraño fue la cantidad de criaturas y la poca experiencia que tenían —dijo asqueado—. No sabían ni pelear, pensé que nos darían algo más. Venían a por ellas como los mosquitos a la luz.

—Cierto y eso no es algo normal en ellos —Mitchell se quedó un momento pensativo y añadió—: Es como si fueran recién convertidos. ¿No opinas lo mismo?

La chica que sujetaba entre sus brazos comenzó a despertarse. Abrió los ojos y lo miró con miedo, mientras se retorcía entre sus brazos, intentando zafarse de su agarre.

—Tranquila gatita, ya estás a salvo —le susurró para que se tranquilizara.

Luego alzó la vista y prestó atención a lo que decía su compañero.

—Sí, su sed de sangre era imparable, siquiera nos miraban, solo buscaban la sangre de las humanas —decía mientras se limpiaba los restos de sangre de las manos en la tela de sus pantalones de cuero.

—Hace años que no tenía una pelea tan de bajo rango con un montón tan grande de estos hijos de puta —convino Mitchell, mientras la rubia lo miraba en silencio sin saber qué decir o hacer.

—¡Ni qué lo digas! —afirmó Dylan, tras sacarse la petaca del bosillo interior de su chupa de cuero, una vez tuvo las manos limpias—. En fin, me voy a dar otra ronda, a ver si encuentro más diversión por ahí —miró la carga de su colega, antes de añadir—: Ya sabes, si no sabes qué hacer con ella, yo estaré encantado de encargarme de su seguridad. En casa tengo sitio más que de sobra para una preciosidad como ella.

—He dicho que yo me haré cargo de ella—dijo Mitchell con los dientes apretados, girando sobre sus talones—. Yo también me largo ya.

Llamó a su mascota con un silvido. Luego pronunció en latín las palabras necesarias para invertir el hechizo y después de un destello, en el suelo apareció su anillo, justo donde había estado antes el animal. Cómo pudo, se agachó y lo tomó de regreso y sin más desapareció con su pequeña carga en brazos.

Cuando ya no se encontraban en aquél siniestro callejón y estaban a solas, Jennifer tosió sin disimulo alguno, para llamar la atención del exterminador, que avanzaba con paso decidido.

—Pero, ¿a dónde me llevas? —preguntó, todavía en estado de shock y débil por la pérdida de tanta sangre.

—De momento, a mi casa —respondió Mitchell renegando, mientras continuaba con su caminata.

No era que no estuviese contento con la idea de tener una mujer bella en su casa, no, ese no era el problema. El problema era que hasta que no decidiera que hacer con ella, esa rubia tendría que convivir con él una temporada y él odiaba las obligaciones y los compromisos.

Pero no le quedaba otra.

—¿Y qué pasará con Saraí? —exclamó alarmada—. ¡No podemos dejarla allí tirada!

—No te preocupes, llamaré a los del servicio de limpieza y ellos se encargaran de ella.

<<¿Servicio de limpieza? ¿Qué diablos era eso?>>.

Mitchell viendo la expresión de la joven, que reflejaba confusión, se apresuró a explicarle:

—En la organización tenemos un grupo de chicos que se ocupan de limpiar la zona donde se ha producido una batalla. Se encargan de hacer desaparecer las ropas de los bastardos asesinados, de las armas o de cualquier prueba que revele lo que ha ocurrido allí.

—¿Y por qué no puedo regresar a mi apartamento?

—¿No crees que haces demasiadas preguntas?

Ella lo miró haciendo una mueca de desagrado.

—¡No faltaría más! ¡He tenido la peor noche de mi vida! Para empezar, casi me violan, por poco más me dejan sin una gota de sangre y a Saraí... —no pudo continuar hablando, las lágrimas acudieron de nuevo a la puerta de sus ojos.

¡Eso sí que no! Él no podía lidiar con eso. Lo suyo no eran las mujeres que lloraban, eso lo superaba. Y ahora tenía a una en brazos que le estaba empapando la camiseta. Pero comprendía su pena y la entendía.

Él también había perdido a muchos seres queridos a los largos de sus años de existencia. Y estos eran muchos.

—Creo que tengo derecho a saberlo —dijo finalmente, aún hipando.

Y encima, tenía razón.

—Escaparon dos vampiros y ahora ellos conocen tu identidad. Es solo cuestión de tiempo que den con tu dirección y te vuelvan a dar caza.

Jennifer se estremeció entre sus brazos, escondiendo el rostro en su musculoso pecho, cuando le escuchó decir aquello.

—A ninguno de los bandos nos interesan que los humanos queden libres conociendo nuestra existencia. Eso nos pondría en peligro a todos.

—Entonces, ¿vosotros también tenéis que encargaros de eliminarme?

<<Por favor, por favor, que diga que no. No he salido de esta para luego acabar igualmente frita>>, suplicó en silencio.

—Tranquila —le dijo, notando su inquietud—. Nosotros no somos como ellos, unos asesinos a sangre fría.

—¿Entonces...? —Jennifer dejó la pregunta en el aire.

—Aún no lo sé, pero ten por seguro, que nadie te pondrá las manos encima para lastimarte.

Y eso era una promesa que pensaba cumplir a raja tabla.

***

Media hora después, estaban ya a las puertas de su mansión, a las afueras de Londres.

Por el camino había llamado al equipo de limpieza para que se encargaran de todo. Ellos mismo enviarían el cuerpo de Saraí a la morgue y allí tramitarían el papeleo para que procedieran con todo lo referente al funeral. El doctor que se encargaría de la autopsia era un aliado y sabría cómo actuar ante una victima asesinada a manos de vampiros. Estaba todo controlado y no habría constancia alguna para el resto de los mortales sobre lo que realmente le había pasado a la difunta; la organización sabía como cubrir sus pies.

—¿Crees que tienes fuerzas suficientes para mantenerte en pie?

Jennifer asintió con la cabeza, mientras admiraba la belleza de aquel inmueble, de estilo moderno y en perfectas condiciones. Se notaba que era una construcción nueva.

Mitchell la ayudó a ponerse en pie y la sujetó del codo para que no perdiera el equilibrio y con la otra mano libre, abrió la puerta con sus llaves.

Empujó la puerta y juntos entraron al interior de la vivienda. Jennifer se quedó con la boca abierta con la hermosura de aquél lugar, que mirases por donde mirases todo era prácticamente nuevo y de estilo moderno. Los colores blanco y negro predominaban el lugar, tanto en mobiliario como en la decoración.

Cuadros de figuras abstractas y sin sentido alguno colgaban de las blancas paredes pintadas en liso, que parecía mármol por su brillo y tacto.

Los sillones de piel eran también blancos, a juego con las cortinas de las ventanas del salón, en cambio los muebles eran negros, al igual que la gran alfombra que cubría casi todo el piso de la estancia. Hacía buen contraste con el mármol blanco del suelo.

—Ven, toma asiento mientras curo tus heridas.

Antes de que Jennifer pudiera protestar, Mitchell había ido a la cocina a por el botiquín de primeros auxilios. Después de lavar y curar los múltiples arañazos que tenía en sus piernas y manos, le indicó donde pasaría la noche.

Acordaron ir a la mañana siguiente al tanatorio a velar por su amiga y luego, después del entierro, se acercarían a la casa de ella a por sus cosas más básicas.

Cansada y agotada por aquella larga e infernal noche, Jennifer se retiró y se fue a dormir y a descansar un poco. No había hecho más que dejarse caer sobre la colcha blanca de la cama, cuando las lágrimas acudieron de nuevo a sus ojos. Cada vez que los cerraba, a su mente acudía las terribles imágenes de todo lo sucedido y sobre todo, la imagen que más la afligía era la de su amiga Saraí yaciendo en el suelo.

Finalmente, en medio de su pena, logró conciliar el sueño, lleno de pesadillas y en donde sólo encontraba consuelo entre los brazos de Mitchell.

Gracias a él estaba aún con vida.

***

La mañana del día siguiente la pasó llamando a todos los conocidos a los que podría interesarle la nefasta noticia y les avisó del lugar donde se llevaría a cabo la misa por su alma y demás.

Una hora después estaba en el tanatorio despidiéndose de Saraí. No había mucha gente en el lugar, pues tanto su amiga como ella, no tenían familiares conocidos, pero la directora del orfanato se presentó sin demora alguna. También asistieron algunas amigas que tenían en común y la mayoría de sus vecinas.

Y así avanzó el día, de manera triste y dolorosa, hasta que finalmente el ataúd de Saraí fue enterrado bajo tierra en aquél lóbrego cementerio.

En todo momento estuvo Mitchell a su lado, consolándola cuando hacía falta y guardando silencio cuando era necesario.

Otra razón más para estarle agradecida.

Eran ya casi las nueve de la noche cuando llegaron montados en una preciosa Harley Davidson a su apartamento. Mitchell se ofreció a ayudarle con la tarea de empaquetar y bajar luego el equipaje y Jennifer se lo permitió.

Nada más abrir la puerta, encontró un sobre blanco en el suelo. No llevaba nada escrito por fuera y tampoco era que lo esperase, siempre aparecía así, sin indicar quién era el remitente.

Mitchell notó como a la joven le temblaron las manos cuando tomó el sobre del piso y eso solo podía significar que no era nada bueno.

—¿Ocurre algo?

Ella simplemente se encogió de los hombros y procedió a ver su contenido. Más fotos aparecieron dentro, la primera era de ella junto a Sarai, haciendo cola en la fila para entrar en la discoteca. Pasó a la siguiente y se vio así misma sola en la puerta del local, intentando localizar a su amiga; la siguiente era de cuando había sido atacada por aquellos seres despreciables y la última era de ella tomada en brazos de Mitchell.

Alguien la había estado siguiendo, había visto el problema en el que se había metido y no hizo nada por evitarlo. Ni siquiera avisó a la policía pidiendo ayuda.

Mitchell tomó las fotos de la mano de Jennifer, al ver que se había quedado petrificada y clavada en el lugar, sin reaccionar ni nada.

Echó un vistazo al contenido y comprendió la razón de tal estado.

—¿Quién te hizo estas fotografías?

—No lo sé... —abrió la boca para decir algo más, pero luego, como si se hubiera arrepentido, la volvió a cerrar.

—¿Es la primera vez que recibes algo así?

Bueno, quizás era momento de hablar con alguien sobre eso.

—No, aquí tengo otras cartas y notas que he estado recibiendo en estas últimas semanas.

Avanzó hacía su mueble del salón y extrajo del cajón todo lo que tenía guardado sobre ese continuo acoso.

Mitchell se quedó ojeándolo mientras ella se fue a su dormitorio a preparar su equipaje. Metió en su vieja mochila lo más básico por el momento, tampoco sabía cuanto tiempo iba a estar ausente, así que decidió llevarse tres o cuatro mudas de ropa, un par de pijamas, ropa interior y su neceser de aseo.

Cuando ella regresó al lado suyo, con la pequeña mochila sobre un hombro, Mitchell la esperaba con semblante serio.

—¿Has hablado con la policía sobre esto? —preguntó, balanceando las cartas y fotografías que todavía sostenía en sus manos.

—No.

—¿No?

Jennifer bajó la cabeza y fijó su mirada en sus pies, ocultando su rostro avergonzado. Sabía que había sido una inmadura dejando ese tema tan importante de lado, pero es que temía que la persona responsable de todo eso tomase represalias con ella.

Cuando Mitchell vio la expresión de Jennifer, decidió no presionar más y dejarlo estar.

—Está bien, ya no hace falta que lo hagas. Yo personalmente me encargaré de este asunto —guardó las pruebas dentro del bolsillo interior de su chupa de cuero—. ¿Estás lista ya?

—Creo que de momento tengo todo lo que voy a necesitar para pasar una semana o así... ¿Cuánto tiempo calculas que tendré que estar en tu casa?

—Aún no lo sé. Cuando tenga la próxima reunión con los de la organización, que será dentro de unos días, sacaré el tema y hablaremos al respecto -tomó la mochila de la joven y la puso sobre su espaldas—. Ahora, vámonos.

Y sin perder más el tiempo, los dos montaron de nuevo en la Harley Davidson y desaparecieron en la noche.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Cuatro



Jennifer no podía dar crédito a todo lo que veía que estaba pasando a su alrededor. Hacía escasos minutos estaba atrapada entre las garras de aquel bastardo que había violado a su querida y pobre amiga Eleanor, quien yacía a pocos metros de su posición, y ahora estaba tirada en el suelo.

Eleanor parecía estar mal herida, o quizás incluso sin vida. No se movía. No se quejaba. Por lo que pudo ver a través de sus constantes lágrimas y desde donde ella se encontraba , su piel era extremadamente pálida. Y de sus brazos eran visibles las señales de marcas de mordiscos, varios de ellos, que aún estaban sangrando.

¿Qué estaban haciendo aquellos dos hombres con ella? ¿Morderla? ¿Chupándole la sangre? Pero aquello era imposible… ¿Por qué harían eso?

Y ahora un perro enorme, de apariencia espeluznante, apareció de la nada. Se aproximaba lentamente, mordiendo y destrozando a todo aquel que se le acercaba mientras iba directo hacia ellas.

Tembló de miedo y los dientes le castañearon, con la sola idea de ser devorada por aquella bestia inmunda. Pero el animal no las atacó. Todo lo contrario, parecía que las estaba protegiendo; las cosas sin dudas se ponían cada vez más extrañas.

Y cuando vio a los hombres que la habían atacado a ella y a Eleanor con largos colmillos asomando por sus bocas, comprendió que se trataban de vampiros. El de la barba era el único que no tenía, o al menos, no los mostraba.

¡Oh, Dios mío! ¡Los vampiros existían y ellas estaban allí atrapadas con ellos alrededor! Y para colmo, no paraban de aparecer más y más de esas criaturas.

Pero entre todos los recién llegados, un hombre rubio de larga cabellera destacaba entre ellos. Iba vestido todo de negro y de cuero. Por lo visto, no era muy amigo de los otros, ya que los estaba atacando. Blandía un largo látigo y con el mismo comenzó a dar diestro y siniestro a todo aquel que se atrevía a desafiarle.

¡Por fin tenían ayuda!, pero Jennifer no creía que una sola persona pudiera con toda esa horda de vampiros.

El ladrido de otro perro igual de intimidador o más que el anterior, apareció junto a ellas y al igual que el otro, parecía que no tenía intenciones de hacerles daño, sólo de protegerlas.

¿De donde salían esos extraños animales?, ¿qué estaba pasando? Jennifer no encontraba respuestas a todas sus dudas, solo sabía que al rubio lo superaban con creces en número.

El hombre la miró intensamente y le dijo con firmeza:

—No te muevas de aquí, ¿entendido?

Pero ella no quería seguir en aquel horrible lugar, esperando a que la muerte viniera a por ella.

Miró al coche de su amiga que no estaba muy lejos de donde ellas se encontraban. Quizás si logro ser lo suficientemente rápida, tal vez pueda llegar al coche y escapar de este infierno. Solamente tenía que coger las llaves que Eleanor tenía en el bolsillo, echar a correr mientras los demás peleaban y montar en el auto.

Le daría gas y se acercaría a por su amiga, la cuál sin duda necesitaba urgentemente atenciones médicas. Y si alguno se tropezaba en su camino, lo atropellaría sin dudarlo dos veces. ¡Aquellos cabrones que lastimaron a su mejor amiga, se merecían pagar por ello! Luego llamaría a la policía y a la ambulancia, les daría la dirección de aquel asqueroso lugar; la decisión estaba tomada.

Se arrastró lentamente hacia el cuerpo inerte de su amiga, con los ojos aún anegados en lágrimas.

No, no puede estar muerta. Tiene que estar viva, se repetía una y otra vez, aferrándose a la esperanza.

Cuando al fin la alcanzó, tocó su pulso con manos temblorosas, pero nada, no lo encontraba. Acercó su oreja al pecho de la muchacha, esperando encontrarse con sus latidos, aunque fuesen débiles, pero tampoco los escuchó.

Su llanto se volvió un sollozo y cuando al fin se calmó, decidió con más ahínco llevar a cabo su plan: se llevaría a todos los que pudiera por delante.

Con las llaves ya en su poder, echó a correr todo lo que sus piernas temblorosas fueron capaces, hasta que estuvo junto a la puerta del vehículo. Pero no alcanzó a abrirla. Un cuerpo pesado cayó sobre su espalda, tirándola al suelo cuando se produjo el fortuito contacto.

Intentó girarse para ver qué era lo que pasaba, pero unos colmillos clavándose en su hombro la hizo detenerse y gritar de dolor. Segundos después, otro vampiro de pelo largo y blanco se unió, mordiéndola también.

Aquello era insoportable y cuando creía que se iba a desmayar por esa horrible agonía, el que le estaba clavando los colmillos en el antebrazo la liberó.



***



Mitchell saltó al tejado del último edificio y se asomó por la cornisa del mismo; lo que vio allí abajo le hizo hervir la sangre.

Su amigo Dylan estaba allí, junto con su mascota y la suya, destrozando y mutilando a una multitud de vampiros y demonios.

¡Al fin algo de diversión!, pensó para sí mismo, a la vez que sonreía deleitándose con la idea de machacar y hacer sangrar a esos bastardos, pero cuando su mirada cayó sobre una mujer que estaba allí atrapada, en medio de esa sangrienta batalla, su expresión cambió de golpe. La rubia se encontraba tirada en el suelo junto a un auto, con un vampiro sobre su espalda y otro inclinado sobre ella a la vez que la mordía en un brazo, gritando de dolor; los vampiros la estaban drenando.

Hora de trabajar —susurró, para luego lanzarse al vacío.

Nada más tocar el suelo con sus pies, agarró del pelo a uno de los atacantes de la rubia. Tiró de él fuerte, lazándolo lejos de la muchacha. Con los ojos chispeando de rabia, se lanzó de nuevo sobre él, blandiendo sus dagas.

En ese momento, el otro vampiro que la estaba atacando junto con un segundo, aprovecharon la ocasión para salir corriendo de allí, huyendo como dos perros asustados con el rabo entre las piernas. Pero él no podía ahora encargarse de ellos, tenía un asunto pendiente con el vampiro de melena blanquecina que había mordido a aquella pobre muchacha.

Si llega a demorarse un poco más, la hubieran dejado seca. De eso estaba seguro.

Lo golpeó duramente con la pierna, dándole patadas en el pecho y en la cara. Por último, dio un giro en el aire y cuando cayó sobre el vampiro, sus dagas se clavaron profundamente en su garganta. Giró las muñecas con un movimiento calculado y el cuello cedió, quebrándose y dejando la cabeza colgando en un ángulo doloroso.

Finalmente el cuerpo se desintegró en pocos segundos.

Aún no había terminado de observar como aquel vampiro se evaporaba, cuando notó la presencia de un demonio barbudo que venía por detrás. Sin darse la vuelta, lanzó el brazo hacia atrás y le golpeó los morros con el codo. El hombre gritó de dolor, pero no le dio tiempo a más, Mitchell se encargó de silenciarlo para siempre. Hundió sus armas una y otra vez sobre su pecho, a la altura del corazón del engendro, hasta que este desapareció también.

Mientras avanzaba hacia la hermosa rubia que estaba semi inconsciente en el suelo, machacó, desmembró, mutiló hasta la muerte, a toda criatura que osaba a desafiarle.

Al fin llegó a ella, la tomó en sus fuertes brazos y se acercó a su colega. Aquel temible exterminador había hecho un buen trabajo, a pesar de haber bebido; las manchas de sus ropas y todo el caos que reinaba en el lugar, daba constancia de ello.

¡Ey, Mitchell! —le saludó, Dylan.

¿Estabas de fiesta y no pensabas invitarme? —preguntó irónicamente.

Siempre te apuntas a última hora... ¿Para qué molestarme en avisarte antes? —dijo en broma, mientras le estrechaba la mano, en cuanto lo tuvo a su lado.

Luego los dos hicieron un recuento de daños: sus mascotas estaban bien, algo jadeantes y agotados, pero sin daño alguno aparente; y la chica que transportaba Mitchell en las manos, aunque estaba herida, seguía con vida. La pelirroja, no había tenido tanta suerte.

Mitchell miró de nuevo a la mujer que llevaba entre sus brazos y comprobó que sus constantes vitales eran correctas. Todo bien con ella.

Dylan, dos de ellos lograron escapar —le dijo con voz seria—. ¿Sabes lo que eso significa?

Que la rubia que sujetas, está en peligro y no puede regresar a su casa —susurró Dylan, siendo consciente de la gravedad de sus palabras.

—¿Y ahora qué? —preguntó Mitchell— ¿Qué hacemos con ella?

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Tres

En cuanto llegaron a la discoteca las dos chicas se apresuraron a entrar al atestado local. Las luces de colores que iluminaban débilmente el lugar creaban sombras y destellos en el ambiente, y la música a todo volumen retumbaba en las paredes. En ese momento estaba sonando la canción de In my eyes de Milk Inc y sin pretenderlo, Jennifer y su amiga estaban bailaban, meneando sus caderas mientras se abrían paso y avanzaban hasta la barra a pedirse unos tragos ignorando el olor a sudor.

Aquello era una misión imposible, los cuerpos se aprisionaban unos con otros, tan juntos que parecía que allí no cabría ni un alfiler. Jennifer casi cae al suelo con tantos empujones, y sus altísimos zapatos no ayudaban en absoluto en la ardua tarea de avanzar aunque fuesen un par de pasos.

Cada vez que avanzaba un poco, alguien la volvía a empujar hacia atrás y cuando fue a darse cuenta, había perdido de vista a su amiga. Intentó localizarla mirando entre todas esas cabezas que inundaba la pista, pero le fue imposible. Su querida amiga era muy bajita y con tantos hombres altos y con tanta gente, la chica pasaba desapercibida.

¿Y ahora qué?, se preguntó enfadada con toda aquella situación. Había deseado que llegara la noche del sábado para divertirse un rato y ahora se encontraba sola y atrapada entre una enorme mole de masa humana. ¡Cómo se notaba que esa noche iba a ver un show especial y que todos en la ciudad sabían sobre eso! Porque sin dudas, ¡todo Londres estaba metido allí!

Decidió apartarse a un lado, arrinconarse contra una pared y esperar a ver si tenía suerte y conseguía encontrar de una vez a su amiga.

Media hora después y entre codazos y empujones, logró sacar el teléfono móvil del bolso y con dedos temblorosos por los nervios, marcó el número de su amiga. Apenas lograba escuchar el pitido que daba el aparato cuando daba señal, así que se lo presionó más sobre la oreja para oír mejor y se tapó la otra con la mano libre. Aún así no consiguió menguar el sonido de la estridente música y el móvil continuaba con su insistente pitido. Nadie respondía y era de esperar, seguro que Eleanor no lo podría escuchar la llamada entre tanto barullo.

Resignada, decidió volver a salir al exterior. Allí no se podía estar, apenas podía respirar y necesitaba aire. Además, quizás Eleanor había opinado lo mismo y había salido también.

Sí, eso era buena idea, allí fuera podría localizarla mejor.

Y con ese pensamiento y mucho esfuerzo, logró deshacer el trayecto que había recorrido y se dirigió de nuevo hacia la puerta principal.

Una agradable y fresca ráfaga de aire acarició su rostro, dándole la bienvenida al exterior. Inspiró profundamente, sintiendo cómo sus pulmones se llenaban de oxígeno puro y observó el lugar. Todavía había una larga fila de personas que esperaban su oportunidad para poder entrar al local, no sabían que se encontrarían con un hervidero de hormigas.

Siguió inspeccionando la zona, en busca de su amiga, pero no tuvo suerte. Ya no sabía qué hacer, lo minutos continuaban pasando sin freno alguno y Eleanor seguía sin aparecer. Decidió que sería mejor ir hacia el coche de su amiga y esperarla allí, seguro que así tarde o temprano se encontrarían. Y eso hizo, giró sobre sus talones y se marchó de aquel lugar sin demora alguna.



***



Eleanor no lograba dar con su amiga, y eso que ella era alta y fácilmente podría destacar entre toda esa gente, pero aún así no consiguió encontrarla. Habían muchas cabezas rubias por allí, pero ninguna era de ella. Decidió probar suerte llamándola al móvil, así que se dispuso a sacar el suyo del bolso para hacerlo. Una gran cantidad de blasfemias surgió de su garganta cuando comprobó que se había dejado su teléfono en el coche. Maldiciendo por lo bajo, se dio la vuelta y regresó por donde habían venido. Tenía que regresar a su vehículo y coger el teléfono, era el único medio de comunicación que tenían las dos y de momento la única forma que tenía para localizarla.

Abrió la puerta principal con andares apresurados, le había costado mucho abrirse paso entre toda esa multitud y por lo que pudo comprobar, a fuera no esta mucho mejor la cosa. Se alejó del lugar y fue en busca de su coche, gracias a Dios estaba cerca, a un par de calles.

Cuando giró en la primera esquina, notó que la estaban siguiendo. Miró por encima del hombro y comprobó que un grupo de ocho hombres corpulentos y de negro, la observaban fijamente y avanzaban hacia ella. Eso provocó que sintiera ansiedad además de miedo. Se giró y se concentró de nuevo en acortar la distancia que la separaba de su vehículo, pronto lo tendría a mano y se podría refugiar en él. Apresuró el paso y casi corriendo, giró en la siguiente esquina, la que daba al callejón donde había estacionado.

Los numerosos pasos de aquellos desconocidos se hicieron más urgentes, más amenazantes, sin dudas ellos también habían apretado el paso como ella. Con un horroroso miedo en el cuerpo, que le helaba la sangre en las venas, Eleanor continuó con su carrera sin volver la vista atrás. Un palpito le indicaba que corría peligro y que lo mejor que podía hacer era largarse de allí lo antes posible.

Ya faltaba menos para llegar a su destino, ahora podía divisarlo entre las sombras ya que el blanco de su carrocería resplandecía con la luz de la luna. Sintió alivio al ver que pronto lo alcanzaría. No sabía que querían esos tipos y si realmente la estaban persiguiendo a ella o no, pero lo que sí tenía claro era que no iba a quedarse ahí para preguntárselo.

Cuando tenía la mano sobre la manivela de la puerta, a punto de abrirla para montarse en el Ford, una mano robusta y grande la agarró de la muñeca, deteniéndola. No lo había escuchado aproximarse, quizás los fuertes latidos de su corazón que bombeaban tan violentamente y que palpitaban en sus oídos la habían dejado sorda momentáneamente. Tembló al sentirse acorralada.

¿A dónde vas con tanta prisa, conejita? —le preguntó el desconocido a la vez que la viraba para ponerla de cara a él y contra el coche.

Intentó zafarse de su agarre, pero le era totalmente imposible, estaba atrapada y el cuerpo fornido del hombre, que la presionaba cada vez más, apenas la dejaba respirar.

¡Suélteme! —exigió, con una voz tan extraña que ni Eleanor la reconocía—. No llevo nada de valor encima...

Pero tienes otros atributos que realmente merecen la pena —le dijo, interrumpiendo su balbuceo.

La miraba con lujuria contenida, con una sonrisa ladeada y malvada bien perceptible a pesar de la barba. Y sus ojos, brillaban tan intensamente que parecían no pertenecer a este mundo.

No necesitamos nada material —le informó, mientras dejaba que su lasciva mirada se deslizase por su pronunciado escote—. Con tu hermoso cuerpo y espesa sangre nos bastará, ¿verdad, chicos?

Se giró un segundo para mirar a sus colegas e intercambiar con ellos algunas carcajadas y risas malévolas.

La idea de ser violada o de algo peor a manos de ese puñado de desconocidos, le provocó a Eleanor unas intensas ganas de vomitar. Estaba muy asustada, tenía mucho miedo y su cuerpo traicionero la delataba. El agresor volvió a centrar su atención en ella.

¡Mirar, chicos!, la pobre está temblando como un conejito asustado... ¿No os parece gracioso? —preguntó en voz alta para que los demás pudieran oírlo, ya que él seguía mirándola fijamente a los ojos—. Y es que tiene sobradas razones para estarlo.

De alguna manera, se las apañó para sujetar los dos brazos de la muchacha con una mano sola. Tiró de ellos y los dejó apoyados sobre el frío techo del vehículo, por encima de su pelirroja cabeza. Y con la mano libre, acarició lentamente su mejilla húmeda por las lágrimas que comenzaban a emanar de sus ojos y luego descendió hasta el cuello. Allí se demoró un poco, jugando y sintiendo la palpitante vena que allí se encontraba y al cabo de unos segundos, la mano acabó acunando uno de aquellos adorables pechos.

Chicos, cuando Aaron y yo acabemos con ella, podréis dejarla seca —les informó por encima del hombro a sus amigos, que estaban vigilando y controlando que nadie pasara por allí.

—Será si dejo alguna gota en sus venas —comentó con guasa el aludido, un tipo con la cabeza rapada.

Eleanor volvió a intentar escapar de las garras de aquel bastardo barbudo, se agitó bajo su agarre, intentó golpearle con su propia cabeza, lo intentó todo, pero sin éxito. Las lágrimas continuaron saliendo sin control alguno, empapando su rostro. Ese era uno de sus menores problemas.

¡Quieta, conejita! No me provoques o aparte de follarte hasta los ojos, me veré obligado a darte una paliza —rugió el hombre, que estuvo apunto de recibir un duro golpe cuando ella intentó darle con la cabeza.



***



Jennifer estaba nerviosa, no le gustaba eso de tener que ir andando sola a esas altas horas de la madrugada, pero hacía ya casi una hora que había perdido de vista a su amiga y seguía sin poder localizarla con el móvil.

Giró las dos calles que daban al callejón sin salida donde habían estacionado el coche y se quedó de piedra con lo que se encontró. Habían unos siete hombres corpulentos alrededor de un octavo que estaba dándose el lote con alguna chica.

Llevaban todos los pantalones a la altura de sus rodillas, mientras se acariciaban sus penes mirando el espectáculo que estaban dando la pareja. La mujer no parecía estar pasándolo bien, ya que más que gemir de placer, parecía que intentaba gritar pidiendo ayuda.

Ese pensamiento le hice reaccionar y darse cuenta de que quizás eso era lo que pasaba, lo mismo la pobre muchacha estaba siendo violada y la estaban forzando sin su consentimiento.

¡Eh, vosotros! ¡Dejen en paz a esa muchacha! —dijo Jennifer sin pensar primero lo que decía o hacía.

Se enteró demasiado tarde de su grave error cuando los tipos que estaban observando el numerito, se giraron y la miraron fijamente, con un hambre atroz reflejados en sus brillantes ojos. Se arreglaron sus ropas, mientras continuaban mirándola atentamente. El otro, el que estaba ocupado enterrando su pene en la pobre muchacha, ni se molestó en mirar. Solamente les dijo a sus amigos mientras seguía bombeando y moviendo sus caderas:

¿A qué estáis esperando?, ¡atraparla!

Cuando esas frías palabras fueron pronunciadas, Jennifer quedó paralizada por el miedo que la embargaba. No sabía que hacer, tenía que haberse largado de allí y cuando hubiera estado a una distancia prudente, haber llamado a la policía para que ellos se encargaran de esa situación. Pero no, no puedo evitarlo y tuvo que inmiscuirse y ahora pagaría por ello.

Cuando los hombres se acercaron a ella de manera amenazante, como si fueran depredadores, Jennifer reaccionó y comenzó a correr.

No llegó muy lejos, unas enormes manazas la sujetaron del pelo y tiraron de ella hacia atrás, deteniéndola en seco. Perdió el equilibrio y calló de rodillas al suelo, lastimándose. Tiraron de ella fuertemente, obligándola a rastras a que regresase junto a la pareja que seguían fornicando.

Cuando su cuerpo mal herido, debido a los arañados de haber sido arrastrada sin cuidado alguno, más el dolor de cabeza que sentía después del fuerte tirón, calló junto a ellos, pudo ver mejor a la mujer que sollozaba y se retorcía bajo aquel bastardo de pelo rapado.

Su sangre se heló cuando comprobó que se trataba de Eleanor.

Chilló tan fuerte como sus pulmones se lo permitieron, mientras los tres tipejos se reían a carcajada abierta al ver su expresión de horror.

Tranquila, conejita, cuando Aaron acabe con ella, tú serás la siguiente...

martes, 26 de noviembre de 2013

Esclavo de las Sombras - Capítulo Dos

Ya tenía los nudillos condolidos de tanto golpear una y otra vez el viejo saco, si seguía así iba a reventarlo y entonces le costaría comprar uno nuevo. No era que eso le supusiera un problema, pero pasaba de tener que perder el tiempo encargando uno y escuchar los quejidos de los otros que se verían obligados a prescindir de ello, ya que estaría inservible.

Se secó el sudor de la frente con su antebrazo, mientras aún jadeaba por el esfuerzo del ejercicio. Distraídamente, se dirigió otra vez hacia su taquilla y dejó los guantes en su correspondiente sitio. Los pobres estaban ya hechos polvo, pidiendo ser reemplazados. Miró en el interior y tomó de nuevo sus ropas negras, una toalla verde tamaño extra grande y el gel de ducha Magno; su preferido.

La ducha estaba repleta de exterminadores, todos ellos preparándose para salir a patrullar esa noche por las peligrosas calles de Londres. Mitchell no era el único que había estado gran parte de la tarde entrenando y machacando los músculos, eso era lo normal allí.

Esa noche decidió no practicar puntería en el campo de tiro, lo dejaría para otro día. Lo suyo no eran las armas, aunque siempre llevaba un revolver encima, a él le iban más las dagas. Éstas eran de fácil uso, menos pesadas y acertaban siempre en el blanco.

Se metió en la única ducha que había disponible y dejó que el agua se encargara de eliminar todo el sudor que pringaba su fibroso cuerpo y que a su vez, calmara sus contraídos músculos.

Diez minutos más tarde, estaba vistiéndose de nuevo para comenzar con su jornada laboral de esa noche. Se acercó a la sala de armas y extrajo de la funda de piel sus dos maravillosas dagas de empuñadura negra. Eran de acero y demasiados afilados. Se las guardó estratégicamente en un lugar seguro donde pasarían desapercibidas y luego tomó su revolver e hizo lo mismo.

Por último, antes de salir listo para la acción, tenía que ponerse su anillo. Sacó del bolsillo de su pantalón de cuero una cajita pequeña de plástico y extrajo el sello de oro que había dentro. La sortija tenía la cara de un perro tallada en él. Ese era el símbolo que representaban a los perros infernales que siempre acompañaban a sus amos, los exterminadores.

Cada uno de ellos tenía una joya con ese símbolo, algunos tenían a su mascota atrapado en un brazalete o en un colgante, cualquiera de ellas eran válidas.

Los perros infernales eran de mucha utilidad, eran los mejores rastreadores para encontrar a cualquier criatura maligna. El suyo, particularmente era uno de los más peligrosos, debido a su gran tamaño. Tenía un pelaje negro para pasar desapercibido entre las sombras; sus ojos eran de un rojo intenso que delataban su naturaleza sobrenatural y sus afilados colmillos no tenían nada que invidiar a los de los vampiros. Realmente temible, como su amo.

Ahora ya listo y con todo lo que necesitaba para darle caza a los hijos de putas que merodeaban por las noches para atacar a sus víctimas, Mitchell salió al pasillo, con intenciones de ir al garaje a por su nena.

¡Ey, Mitchell! —le gritó Dylan desde la otra punta del pasillo—. ¿Te marchas ya?

El hombre no tardó en alcanzarlo y ponerse a su altura.

¿Para qué hacer esperar más a las bestias? —le contestó con burla—. Están deseando que le demos caza, ¿por qué demorar más lo inminente?

Cierto, hombre —convino—. Pero yo pensaba que antes te tomarías un par de tragos conmigo.

Dylan le guiñó un ojo, mientras sacaba una petaca metálica y plateada del bolsillo de su chaqueta y se lo ofrecía.

Ya sabes, como siempre solemos hacer.

Gracias, Dylan, pero hoy es sábado —le recordó, negando su ofrecimiento—. Justo cuando más movimiento hay en las calles —O al menos, eso esperaba—. Y quiero estar al cien por cien —añadió.

Vale, tío, beberé por ti —le guiñó de nuevo uno de sus negros ojos, en un gesto de complicidad.

Le dio un largo trago al whisky escocés que siempre llevaba a mano y después de despedirse, se marchó a cumplir con su deber.

Este hombre era insaciable, y lo más gracioso de todo era que aunque se bebiera dos litros de alcohol, siempre estaba sereno. ¿Cómo era eso posible?, quizás ese era su don, ¿quien sabe?

Él, como todos los demás, tenía un don que lo diferenciaba de los otros. Cuando quería, podía levitar tan alto como deseara. Prácticamente se podía decir que volaba, pero con más estilo que Superman. El de Dylan era el de borrar la memoria.

Con ese gracioso pensamiento, alcanzó la cochera. Se montó de nuevo en su Harley Davidson y la puso en marcha con rumbo hacia el destino que le había tocado en esta ocasión patrullar.

Habían vampiros y demonios que matar, y él estaba preparado de sobra para hacerlo... Y encima iba a disfrutarlo.



***



Su teléfono móvil no paraba de sonar y vibrar a la vez. Estuvo a punto de caerse de la mesilla de noche al suelo, pero en el último momento, Jennifer lo atrapó casi en el aire y se lo acercó a la oreja.

¿Sí? —respondió a la llamada con voz soñolienta.

Jenni, ¿a qué hora paso a recogerte?

Espera un momento, Eleanor, ahora te digo.

Se apartó el aparato del oído y miró la hora que indicaba en la pantalla. Eran casi las ocho de la tarde y aún no se había duchado ni acicalado. Como siempre, se le hacía tarde.

¿Qué tal si vienes a por mí a eso de las diez?

Escuchó un suspiro de resignación desde la otra línea y luego volvió a oír su voz.

Está bien, pero que conste que no espero ningún minuto más, ¿vale?

Prometo estar lista a esa hora, lo juro.

La llamada finalizó y sin demorarse más todavía, se puso en pie para comenzar con el ritual de belleza. Tenía que depilarse, hacerse las cejas, ponerse la mascarilla exfoliante y luego, pelearse con su larga melena rubia, que a veces era indomable.

Una vez más, no le dijo nada a su amiga sobre aquellos acosos del que era víctima. No quería preocuparla, además, tampoco era que ella pudiera hacer algo al respecto.

Cuando Eleanor le hizo una llamada perdida a su teléfono, Jennifer estaba casi lista. Digo casi porque aún le faltaba terminar de maquillarse. Se apresuró a terminar de ponerse rimel en sus ya de por sí largas y espesas pestañas y dedicándole una última sonrisa de satisfacción a la imagen que reflejaba el espejo, salió disparada del baño.

Cogió su diminuto bolso negro y después de asegurarse que llevaba las llaves del piso, el móvil y la cartera dentro, cerró la puerta principal y con mucho cuidado de no romperse la crisma con esos altísimos zapatos de tacón de aguja, bajó las escaleras.

El maldito ascensor estaba averiado ya dos semanas y la pobre tenía que subir y bajar esas interminables escaleras un mínimo de dos veces al día.

Cuando llegó al rellano de la entrada del bloque, estaba casi sin resuello, con la respiración agitada y con la diminuta falda del vestido negro remangada hacia arriba, mostrando gran parte de sus hermosos muslos. Antes de salir se lo ajustó bien, se aseguró de estar en condiciones, con cada mechón de pelo en su lugar correspondiente.

Abrió la puerta y vio a su amiga, montada en su auto, con el motor en marcha y tatareando la canción de To Night, I'm Loving You de Enrique Iglesias. Se acercó al vehículo y montó en él.

¿Dónde iremos a cenar esta noche?

¿Te apetece comida china?

Jennifer asintió entusiasmada.

¡Qué rico! Hace tiempo que no voy a un restaurante de esos.

Pues estamos tardando.

Le contestó Eleanor con una enorme sonrisa en su rostro lleno de pecas. La mujer no era muy agraciada, pero su carácter tan jovial y alegre, junto con su simpatía, la hacían bonita, de una manera especial y diferente.

Su pelo corto, a la altura de la barbilla, era de un color zanahoria y su tez pálida, hacía que sus innumerables pecas resaltarán más. Era bajita, pero delgada y con las suficientes curvas para considerarla muy femenina. Físicamente eran muy distintas, pero tenían muchas cosas en común.

Las dos tenían la misma edad, unos veintiséis años, les gustaban la lectura, el mismo tipo de música y ambas tenían el mismo carácter. Eran impulsivas, impacientes y desafortunadamente, se enamoraban con demasiada facilidad. Por eso aún estaban las dos solteras, siempre escogían al chico equivocado y acababan durando con ellos muy poco tiempo.

Giraron en la siguiente calle y ante ellas apareció el restaurante chino más famoso de la ciudad.

Tuvieron que dar un par de vueltas a la manzana antes de encontrar un sitio donde aparcar el vehículo. Finalmente encontraron uno que no estaba muy lejos del establecimiento.

Esa noche pidieron para cenar lo que no estaba escrito. Encima de la mesa había comida para todo un regimiento. ¡Eleanor era muy exagerada a la hora de pedir!

Cuando ya estuvieron satisfechas y dejaron casi todos los platos sin tocar, pagaron y se fueron de regreso al Ford Focus blanco de Eleanor.

Me han dicho que esta noche hay espectáculo en la disco —le informó su amiga mientras conducía—. Creo que aparte de gogós femeninos, van a ver también masculinos.

¡Fantástico! —exclamó Jennifer—. ¡Ya está bien que haya algo de diversión para nosotras!

Por lo menos una que nos alegre la vista —añadió la otra entre carcajadas.

Al poco tiempo llegaron al lugar deseado, estacionaron el Ford a dos calles de allí, en un callejón poco iluminado y en cuanto llegaron a la entrada de la discoteca, se pusieron en la cola a la espera de poder entrar. Ya eran casi las doce de la madrugada, justo la hora en la que la mayoría de la gente se aglomeraba en las entradas de las discos y de los Pub, listas para comenzar una noche de diversión.



***



Mitchell estaba aburrido, llevaba un par de horas callejeando y no había encontrado movida alguna. Solamente se había tropezado con un puñado de borrachos, que entre ellos estaban buscando pelea. Nada que a él le interesara. Las broncas entre humanos no eran asunto suyo.

Tiró al suelo la colilla del quinto o sexto cigarrillo de esa noche y con paso firme, se adentró en un callejón oscuro. Cuando comprobó que ese lugar estaba también desierto, volvió a decepcionarse. Parecía ser que iba a necesitar la ayuda de su amiguito... Era hora de sacar a pasear al perrito.

Primero se cercioró que no había moros en la costa, una vez que estaba ya seguro de su privacidad, se quitó el anillo de oro y lo lanzó al suelo a la vez que murmuraba unas palabras en latín:

¡Hellhound!

Una humeante y espesa capa de humo grisáceo surgió de la joya, y segundos después, cuando esta se había evaporado, apareció su mascota. Se trataba de un enorme perro de pelaje negro, con unos ojos tan rojos y brillantes, que resplandecían en la penumbra.

El animal se le quedó mirando fijamente, a la espera de la primera orden.

¡Busca!

No hizo falta añadir nada más, el perro giró sobre sus cuatros patas y echó a correr hacia el corazón del callejón.

Seguro que esa bestia encontraba lo que tanto él ansiaba. Era hora de divertirse un poco.

Levantó la cabeza y miró hacia arriba, a la parte superior del edificio que tenía más cerca. Sus pies comenzaron a separarse del sucio asfalto, el viento lo engulló y cuando fue a darse cuenta, ya estaba en la azotea del inmueble.

Agudizó al máximo su sentido de la visión, hasta que encontró a su mascota a unas cuantas calles más abajo. Parecía que rastreaba alguna pista importante, eso era señal de que había alguna criatura cerca.

Echó a correr, saltando de tejado en tejado, estrechando la distancia que les separaban, hasta que alcanzó el edificio que quedaba justo encima.

Descubrió que su perro infernal no estaba sólo, tenía compañía... una muy interesante.

Había un corpulento vampiro con la cabeza morena enterrada en el cuello de un desdichado vagabundo. El gruñido que emergió de la garganta canina, hizo que el vampiro interrumpiera su festín y sin soltar a su presa, le dedicó a este una mirada asesina.

Chucho, ¡lárgate de aquí! —rugió, mostrando los colmillos manchados con el valioso líquido rojo. Hileras de sangre descendían por su prominente barbilla.

El aludido simplemente esperó a que su amo le diera la orden de atacar. El animal también tenía ganas de jugar, pero no sería en ese momento. Mitchell quería para él solito a ese indeseable.

Después de escupir esas palabras, el chupasangres se concentró de nuevo en beber y dejar seco a su víctima, ignorando a su reciente espectador. No se había percatado de la presencia del exterminador que observaba toda la escena desde las alturas. Este se acercó al resquicio del tejado y se lanzó al vacío.

Mientras descendía lenta y silenciosamente, Mitchell aprovechó para sacar sus dos relucientes dagas y dejarlas listas para la acción. Justo en el momento que sus botas de motero hacían contacto con el suelo, el vampiro se giró al notar su presencia y soltó al pobre mendigo. Este cayó al suelo, laxo, sin vida.

Con un grito gutural, se lanzó sobre el recién llegado en un intento por morderle la yugular, pero fue en vano. Cuando su rostro quedó a escasos centímetros del de Mitchell, fue frenado en seco. El exterminador le dedicó una de sus temibles sonrisas, mientras observaba la reacción del vampiro. El chupasangres lo miraba con los ojos desorbitados, con una mezcla de incredulidad y sorpresa. Instintivamente se echó mano a su cuello degollado, en un intento desesperado por detener el chorro de sangre que escapaba a borbotones de su lastimado cuerpo.

Lo estaba poniendo todo perdido.

Cayó de rodillas al suelo, haciendo extraños ruidos con su garganta, hasta que finalmente cayó muerto al piso. A los pocos segundos, su cuerpo se desintegró dejando solamente sus ropas y un montón de cenizas.

Mitchell limpió la sangre vampírica con la camisa del difunto y las volvió a guardar en su lugar correspondiente. No se apresuró en echarle un vistazo al humano, sabía de sobra que le había llegado su fin. La falta de latidos de su corazón se lo confirmaba.

Después de comprobar que efectivamente no se había equivocado, rara vez lo hacía, abandonó el cuerpo del desafortunado y se dispuso a continuar con su caza.

No había dado ni cinco pasos, cuando oyó en la lejanía unos gritos femeninos pidiendo ayuda. Miró fijamente al perro infernal que lo seguía pisándole los talones.

Amiguito, parece ser que la noche solo acaba de empezar...

Y sin decir nada más, ambos echaron a correr directos a la fuente de donde procedían aquellos lamentables gritos desesperados.

Sin dudas, algunas mujeres estaban en peligro y él tenía la responsabilidad de socorrerlas.