D. C. López, autora
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domingo, 29 de septiembre de 2024
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martes, 24 de septiembre de 2024
Esclavo de las Sombras - Epílogo (desenlace)
OCHO MESES DESPUÉS
Elijah se mantuvo de pie, con los brazos cruzados sobre el pecho mientras era testigo de la unión de almas entre su único hermano y la bella humana Jennifer Alderson. Vestía con su usual camiseta negra de tirantes, que realzaban las anchuras redondeadas de sus hombros, y los pantalones de cuero que tan bien se ajustaban a su anatomía.
Ezequiel era el exterminador que estaba dirigiendo la ceremonia. Sus vestimentas eran similares a la suya. La verdad, la mayoría de los exterminadores solían vestir así. Este, tras varios cánticos sagrados extraídos de los textos antiguos de los de su especie, había realizado los respectivos cortes en las muñecas de las dos personas que estaban ante él, listas para unirse la una con la otra.
Mitchell y Jennifer tenían las manos cogidas, para que las heridas recién hechas pudieran estar en contacto. Un hilo rojo, el que uniría sus destinos para siempre a partir de ese ritual, los mantenía fusionados, atados con el fin de representar la unificación entre ambas almas.
Cuando el coro de los exterminadores presentes que cantaban una antigua canción, Dylan entre ellos, cesó, Ezequiel alzó la copa que contenía la sangre de Mitchell, y tras susurrar unas palabras que Jennifer no logró entender, se la entregó a esta, que en todo momento lo miraba con expectación.
—Toma y bebe de la sangre de vuestro amado —dijo, animándola a que la alzara y le diera un buen trago—. Ahora la sangre inmortal de vuestro elegido, además de correr por vuestras venas, también lo hará por vuestras entrañas.
Si a Jennifer le disgustó la idea de beber sangre, la verdad es que lo supo disimular muy bien. Como tampoco se vio muestra alguna de que el sabor de lo que estaba ingiriendo le estuviera desagradando, ya que bebió sin inmutarse ni poner cara de asco mientras lo hacía. Eso le hizo saber a Elijah que su cuñada era una mujer de pies a la cabeza, hecha y derecha. Que nada la amedrentaba ni le echaba para atrás. Una mujer valiente, sin dudas.
Cuando Jennifer le devolvió el cáliz vacío a Ezequiel, la misma canción que habían estado cantando los allí presentes, sonó de nuevo. Esta vez, Elijah participó.
Pocos minutos después, cuando la última letra fue cantada, reinó el más absoluto de los silencios. Todos los allí presentes agacharon sus cabezas y esperaron.
La espera no se hizo de rogar. En cuestión de segundos Jennifer comenzó a convulsionar. Los ojos se le pusieron en blanco y de sus labios solo salían jadeos desesperados. Aunque las piernas le flaquearon, no llegó a derrumbarse en el suelo, pues Mitchell la había sujetado de la cintura. Ahora la mantenía pegada a su cuerpo, además de seguir con las manos entrelazadas.
El exterminador prefirió mantener los ojos cerrados, no queriendo verla sufrir. Rezaba en silencio para que la transición pasara lo antes posible y la misma fuera superada con éxito. Si en el proceso, la perdía, él también acabaría partiendo hacia el otro lado. Su hermano Elijah sería el encargado de decapitarlo cuando él se lo pidiera. Aunque en un principio este se negó a hacer tal cosa si llegara el momento, después de que Mitchell se lo rogará, le dio su palabra que acabaría cumpliendo con su deseo, por mucho que a él le pesara.
Mientras los minutos pasaban con tanta lentitud que parecían eternos, Elijah rezó a su vez para no tener que verse en la obligación de tener que cumplir su promesa. Se odiaría de por vida si llegaba a ocurrir eso.
En el momento en el que se dejó de escuchar los lamentos de la joven, todos los presentes le prestaron atención. Al menos una docena de ojos observaban ahora a la pareja. En especial, a ella.
Mitchell, conocedor de que su amada estaba inconsciente, la dejó tendida sobre el césped frondoso del prado donde se estaba llevando a cabo el ritual. Se puso de rodillas a su lado, y, tras apartarle un mechón de pelo del rostro, procedió a tomarle el pulso. Casi brinca de alegría cuando comprobó que estaba viva. ¡Lo había conseguido! A partir de ese momento, la joven había cruzado al lado de la inmortalidad. Lo único que tendría que hacer él era darle de beber de su sangre una vez al mes para que ella mantuviera esa condición.
—Enhorabuena, hermano —dijo Elijah, posando una mano sobre su hombro.
Mitchell le sonrió en respuesta a la vez que hacía una inclinación de cabeza.
El resto de exterminadores hicieron lo mismo. Luego, todos partieron de allí, dejándolos solos.
—Necesitáis intimad —confirmó Elijah, que, junto con Dylan, eran los únicos que todavía quedaban allí, en ese claro—. Os veré en otra ocasión.
—Sí, nosotros, mientras tanto, nos vamos a celebrarlo a lo grande —convino Dylan, alzando la petaca que siempre llevaba consigo encima. Tras decir eso, pasó uno de sus robustos brazos sobre los hombros de Elijah, y así, juntos, marcharon el par.
Por encima del hombro, Elijah vio como su hermano besaba el rostro de su amada. Esta, que acababa de despertar, lloraba de felicidad mientras lo abrazaba con desesperación. Él sonrió ante tal estampa, colmado de plenitud al ver a la pareja tan feliz.
Eso fue la última escena que quedó guardada en las retinas del exterminador sobre esa apreciada pareja, ya que, tras tomarse unas copas con el alocado Dylan, retornó a Escocia; allí le esperaba su gente, el grupo con el que había estado cazando y luchando por casi tres siglos. Machos de valía.
Las cosas por esos lares, como de costumbre, seguían estando feas. Tanto demonios como vampiros estaban haciendo de las suyas, y a él, como a los de su estirpe, les tocaba ponerles frenos. Era hora de dejar las celebraciones y pasar a la acción: tocaba exterminar.
Esclavo de las Sombras - Capítulo Dieciocho
Sentir el cuerpo cálido y suave de Jennifer apretado contra el suyo, era lo más cercano a estar tocando el firmamento con la yema de los dedos, pensó Mitchell. Mantuvo su oscura mirada enardecida de pasión clavada en los ojos de la joven, que lo observaba con la misma intensidad.
—Gatita... —comenzó a decir con suavidad— Son muchas las ganas las que te tengo —Ella ahogó un gemido en repuesta, pero no se apartó de él ni dejó de mantenerle la mirada—. Si no me detienes en este instante, presiento que luego no habrá marcha atrás...
Para que ella supiera a qué se estaba refiriendo, empujó las caderas hacia delante para que su endurecida erección no pasara desapercibida. Quería que ella notara qué necesitaba. Qué ansiaba. Qué era lo que tanto había estado esperando.
—Yo... —comenzó a balbucear ella, ruborizada— Hace mucho tiempo que no estoy con un hombre... —Se le subió un tono más el color de su sonrojo, si eso era posible.
—No te preocupes, al principio seré delicado —reconoció él. Alzó una mano, y con el pulgar, acarició el labio inferior de la joven mientras le aclaraba—: Pero, me temo que, cuando te hayas adaptado a mi intromisión, luego no podré contenerme y te tomaré con un hambre voraz.
Aquella confesión hizo que Jennifer se humedeciera más todavía. A ese paso, dejaría las bragas empapadas.
—Un hambre que lleva carcomiendo por dentro desde el mismo día que te conocí —Detuvo su exploración labial para liberar la otra mano que había estado aferrada sobre la cintura de la mujer, y con ambas manos, sujetarle con firmeza el rostro—. Es la última vez que te lo repito —Su penetrante mirada era esta vez más intensa—. ¿Quieres que me detenga?
Como no podía articular palabra alguna, Jennifer se limitó a negar con la cabeza.
Tras darle luz verde, Mitchell se inclinó lo suficiente para poder atrapar aquellos apetecibles labios con los suyos. Mordisqueó el inferior, lo succionó con avidez y luego se centró en devorar la lengua sonrojada y resbaladiza de su amada.
El gemido que emitió Jennifer mientras estaba siendo besada por el exterminador, sonó a música celestial para el hombre. Este dejó que una de sus manos fuera la encargada de sujetarle del mentón, y que la otra, la recién liberada, se posicionara ahora en su trasero. Se deleitó con aquella caricia. Rugiendo en su boca, la apretujó contra él.
La joven, que tenía las palmas de las manos apoyadas sobre los pectorales del inmortal, notó como los músculos que se encontraban allí se habían contraído con ese movimiento. Sin romper aquel beso apasionado donde ambas lenguas se enroscaban una y otra vez, se frotó contra aquella dureza palpitante para darse placer. La fricción que sentía sobre el clítoris la estaba volviendo loca de placer.
Como si Mitchell hubiera olido su excitación, la tomó en brazos con intenciones de llevarla a la habitación de invitados que ella estaba usando. Ella no sabía que el hombre no quería poseerla por primera vez sobre su cama, una que guardaba demasiados recuerdos de otros encuentros sexuales con mil y una desconocidas. No quería que ella pasara a formar parte de la lista de amantes que habían gozado allí, entre sus sábanas. Quería que esa primera vez lo fuera en muchos sentidos. Y una buena manera de empezar era estrenando la que ella utilizaba para dormir.
Jennifer se aferraba al cuello de Mitchell mientras era llevada de vuelta a su dormitorio. Tenía apoyada la cabeza sobre el pecho del macho. Fue así como supo que él estaba tan alterado como lo estaba ella al escuchar el frenético palpitar de su corazón masculino. Con mucha suavidad, el exterminador la depositó sobre la colcha.
El exterminador, tras incorporarse, y sin dejar de mirarla con lujuria, procedió a desnudarse con lentitud. Quería que ella fuera consciente de lo que estaba a punto de ocurrir. Que se fuera haciendo a la idea. Que lo asimilara.
Después de sentarse sobre la cama, Jennifer lo imitó, quedándose también en cueros.
Durante unos segundos, que parecieron eternos, ambos se estudiaron. La mirada oscura de él no perdió detalle alguno. Se recreó viendo aquellos labios tan sabrosos húmedos e hinchados tras gozarlos con maestría durante unos minutos. Deslizó la mirada hacia aquellos montes erizados, tan inhiestos, reclamando atención. Se relamió los labios anticipando lo que sentiría tras devorarlos. Tras ese fugaz escrutinio, se enfocó ahora en aquel vientre plano. No era necesario tocarlo para saber que el tacto sobre esa cremosa piel iba a ser suave, aterciopelado. Por último, se centró en aquel pubis depilado, con una raja que le estaba pidiendo a gritos que la explorara.
Así mismo, la mirada vidriosa de la mujer lo examinaba con la misma curiosidad. A pesar de las magulladuras de aquel fibroso cuerpo varonil, había que reconocer que estaba ante un hombre con una anatomía perfecta. Hombros y muslos anchos. Musculosos brazos, espalda y abdomen. Fijarse en esa tableta de chocolate despertó en ella un anhelo que hacía muchos años no sentía. Al ver ese miembro de alarmantes dimensiones tapando el ombligo, no hizo sino alimentar más esas ganas intensas de ser poseída. Aunque la diferencia de tamaño entre Castiel y él era apenas perceptible, Jennifer supo que con la de él no se iba a sentir como si la partieran por la mitad. Con él ella iba a estar preparada, lista para su estocada. No había más que ver lo lubricada que estaba ya. ¡Y eso que él todavía no la había tocado!
Esa condición enseguida fue resuelta. Con mucha destreza, Mitchell se subió a la cama, colocándose encima de ella. Utilizó los brazos para sostener parte de su peso en ellos y no aplastarla. Sus miradas se volvieron a encontrar, quedando la una anclada en la del otro. Sus respiraciones también eran trabajosas.
Mitchell volvió a acariciar el labio inferior de la mujer. Con movimientos delicados, adoró aquella parte. Sacó la lengua y dejó que esta sustituyera su dedo pulgar. Con la misma atención, acarició el mentón, luego el largo cuello de cisne, se entretuvo en una de las clavículas, para después detenerse sobre el pecho que tenía más a mano. Se apartó lo justo para poder mirar lo que su mano juguetona estaba haciendo. Pellizcó el pezón. Este se puso duro bajo su caricia. Le encantaba ver el efecto que ejercía en él. Sentirlo fruncido a más no poder, lo enardeció más todavía. Sin poderlo evitar, lo atrapó con la boca. Le dio varios toquecitos con la lengua. Lo mordisqueó, tirando del botón hasta donde pudo para evitar hacerle demasiado daño. Cuando lo hubo dejado enrojecido y mojado gracias a su saliva, prestó la misma atención al otro seno. Hundió su cara ahí, saboreando, lamiendo, gozando, mamando, dejando la aureola y la tetilla igual de apretada y colorada que la otra. Se apartó para ver el resultado de su trabajo, y rugió de satisfacción con lo que se encontró. Antes de ir más abajo con su inspección, sobó, sopesó, y acarició aquellos globos pesados que se amoldaban a sus manos. El tacto bajo sus yemas de aquella piel sedosa, provocó que de su glande emanara un gota de líquido preseminal.
—Quiero lamerte —Un ramalazo embargó a la joven, que se arqueó en un acto reflejo—. ¿Me dejarás?
Ella asintió.
Él soltó una inesperada carcajada.
—Gatita, ni si quiera te he dicho dónde quiero afianzar mi lengua —Ella lo miró con una mirada anhelante debajo de unas largas y rizadas pestañas—. Quizás me refería a lamarte aquí —deslizó una mano sobre el estómago de la agitada mujer—. O puede que me estuviera refiriendo a esta otra parte de tu preciosa anatomía —Ahora le acariciaba uno de sus muslos por la cara interna—. Aunque es más que probable que quiera hundir mi lengua aquí —Sus dedos expertos la penetraron sin aviso previo. Ella gimió tanto por la sorpresa como de placer. Los dedos del hombre no eran precisamente finos ni delgados—. A ver... —retiró los dedos que habían estados enterrados en aquella cavidad húmeda para llevárselos a la boca y poder así saborearlos—. Sí, definitivamente es aquí donde te pedía permiso.
—¿Y a qué esperas, mi hombre? —consiguió ella pronunciar mientras se retorcía bajo su cuerpo, ansiando más y más. Adoraba sus atenciones.
Escuchar la forma con que la que se había referido a él, le hizo perder el control. Sus intenciones eran la de ir despacio, pero no pudo contenerse. Con una velocidad que delataba su naturaleza inhumana, se posicionó entre las piernas abiertas de Jennifer. Sin darle tiempo a asimilar lo que pensaba hacer, barrió con la lengua todos los fluidos cremosos que se encontraban en el excitado sexo que devoraba con avaricia.
Sentir la lengua masculina lamiendo y penetrando su parte más íntima, la hizo jadear. Su cabeza se movía frenéticamente sobre la almohada, mientras se mordía el labio inferior intentando acallar sus grititos y gemidos de placer. Aquello se sentía tan bien, tan endemoniadamente bien, que no tardó en venirse. La corriente eléctrica que le recorrió la columna vertebral hasta estallar en su coño, la teletransportó al paraíso como nunca antes.
—Tu sabor, mientras te probaba me había parecido lo más sabroso del mundo —Se había separado de su sexo los justo para poder mirarla mientras le hablaba—. Pero estaba equivocado... —Entre la neblina que todavía la mantenía anestesiada, Jennifer pudo entender lo que le había confesado, por eso, frunció el ceño—. Es más delicioso cuando tu esencia personal se mezcla con los flujos de tu orgasmo —Jennifer jamás pensó con unas palabras pudieran provocar uno. Comprendió que aquello sí era posible al estallar en otro tras escucharle reconocer tal excitante cosa.
Mitchell, que se estaba percatando de lo que estaba ocurriendo, no perdió el tiempo. Volvió a hundir su rostro para inundar su paladar con el flujo denso y suculento de la mujer, mientras sus anchos hombros le mantenían separadas las piernas.
—Creo que jamás me cansaré de saborearte —Tragó saliva y continuó con su degustación, a pesar de sentir un intenso dolor en los testículos.
Jennifer comenzaba a sentir otra vez la llegada de otro orgasmo, uno que se acercaba, que se dejaba entrever, que estaba a punto de estallar, que...
Cuando Mitchell se detuvo, la mujer sintió un vacío, como si le faltara algo... frustrada, lo miró con una mirada suplicante. No necesitó rogar más, pues, con un movimiento ágil, el hombre se posicionó con toda su envergadura encima de ella. Tras agarrarse el miembro, la envistió con deliberada lentitud, pero sin pausa.
Justo en el momento en que ambos sexos se unieron en uno mismo, Jennifer explotó, liberando la culminación que había estado brevemente frenada.
El exterminador bombeó con lentitud, sintiendo como las paredes internas de la mujer apresaban apretando con fuerza su verga. Cuando los espasmos de Jennifer cesaron, y sin dejar de mirarla fijamente, comenzó a arremeter con más velocidad. Cada vez se hundía en ella con más urgencia, más profundo, más rápido. Sus embestidas eran ahora más duras, más exigentes.
Mientras que en la alcoba solo se oía el chocar de las carnes, los gemidos de los amantes y sus respectivas agitadas respiraciones, el tiempo pareció detenerse. Lo único que parecía existir era lo que estaban haciendo, lo que sentían, lo que estaban compartiendo. Solo ellos existían. Nada más.
Tras varios minutos así, donde los dos se fundían en uno solo, en un solo ser, con ese vaivén de caderas, de brazos y manos inquietas que recorrían cada tramo de piel expuesta, de sudores entremezclados y oxígeno compartido, llegaron al éxtasis al unísono.
Tras recuperar el control de los latidos de su corazón y de su respiración, Jennifer cayó en la cuenta que era la primera vez en su vida que tenía tantos orgasmos seguidos en una misma cópula sexual. Sin dudas, había sido el mejor coito de tu vida, ¡y esperaba repetir en incontables ocasiones!
Mitchell, que se había desplomado encima de la mujer, se hizo a un lado, para liberarla. Quedó acostado en un lateral de aquel complaciente cuerpo sudoroso. La miró con admiración. Y cuando ella alzó la cabeza para mirarlo también, le sonrió.
—¿Sabes que, después de ti, no habrá ninguna más, verdad? —A Jennifer le dio un vuelco el corazón—. Te has metido bajo mi piel —Su mirada se volvía a encender—. Cuando desapareciste, tuve la certeza de que, si no te recuperaba, iba a ser mi fin —Ella acarició su rostro con una sonrisa tímida dibujada en el de ella—. Y ahora que te he recuperado, no pienso dejarte ir...
—Yo tampoco te lo iba a permitir —reconoció ella, que también se había girado quedando de costado para poder mirarlo de frente—. No me entrego a cualquiera... —Dejó de acariciarle el mentón para que le prestara más atención—. Si he dejado que me poseas, es porque ya eres el dueño de mi corazón...
Mitchell no dio lugar a que la mujer dijera o hiciera algo más, ya que, en el tiempo en lo que se tarda en parpadear, se encontraba nuevamente entre sus piernas penetrándola con fervor.
Media hora después, mientras Mitchell la ayudaba en su aseo, frotando una esponja jabonosa sobre el sensibilizado sexo para eliminar los restos de semen y otros fluidos, Jennifer se deleitaba con la nueva intimidad que estaban compartiendo. Allí, los dos, bajo el chorro de agua tibia de la ducha.
Cuando ya estaban los dos nuevamente vestidos, en la cocina, cocinando codo con codo, como un matrimonio tradicional, Jennifer preguntó:
—¿Qué ocurrió con Aaron y con Henry?, ¿están también muertos como Castiel?
—Así es. Ya no tienes que preocuparte más por ese obsesionado admirador tuyo, ni por el vampiro que te perseguía desde... —No quiso continuar por ahí. No le quería recordar la tragedia vivida semanas atrás, cuando Eleanor pasó al otro lado. Ahora que se le veía feliz, no la quería entristecer— En fin, que ya no tienes nada qué temer.
—Bueno, siguen habiendo vampiros y demonios sueltos por ahí, ¿no?
—Así es, tendrás que ser precavida. Eso siempre —Dejó el cuchillo con el que estaba pelando las patatas dentro del fregador. Se lavó las manos, se posicionó detrás de ella, y la agarró de la cintura. Tras apoyar la barbilla sobre su hombro, le dijo—: Aunque, después de dejarte bien saciada y extenuada tras un largo maratón de sexo, dudo que luego, cuando me vaya a ir a cazar, te encuentres con ganas de salir de paseo por las noches.
Por supuesto que ella no volvería a pisar la calle cuando la noche hubiera caído, si no es acompañada de él. Ya era más que consciente de los peligros que acechan a esas horas nocturnas.
Jennifer dejó de batir los huevos, para girarse y quedar de frente a él, todavía arropada por su abrazo.
—¿Hay más seres como él? —preguntó ella de repente— Como Castiel.
El exterminador apretó la mandíbula.
—Sí, hay más Ángeles Caídos. No aquí en Londres, de momento, pero sí que hay más. Unos cuantos.
Ella tembló ante tal realidad.
—¿Y si vuelven a intentar eso de engendrar exterminadores-vampiros?
Pensar en esa posibilidad, la aterraba.
—Creo que los únicos que sabían sobre esos planes eran Aaron y Henry, y ellos ya no están.
—¿Y si no es así? ¿Y si Castiel habló con algún otro Ángel Caído contándole lo que pensaba hacer ?
Mitchell acarició con su nariz la de ella, antes de separarse un poco para poder mirarla a los ojos mientras le decía:
—No te preocupes por eso. Si alguna vez se presenta esa posibilidad, mi gente y yo tomaremos las medidas que sean necesarias llegados el momento. Ahora, de lo único que debes de preocuparte es de que no se te quemen los filetes de lomo de cerdo.
Ambos se echaron a reír.
Aunque el futuro que les esperaba era incierto, y la lucha contra el mal continuaría durante muchos años, se tenían el uno al otro. Eso era suficiente. Por ahora...
Esclavo de las Sombras - Capítulo Diecisiete
Tras el duelo de miradas, unas cargadas de promesas sangrientas, los dos adversarios tomaron posición de ataque.
—Espero que esto no nos lleve demasiado tiempo —comenzó a decir Castiel—. Estoy ansioso por acabar contigo de una vez por todas, para poder ir de nuevo a por la chica —La mención de Jennifer enfureció más todavía al exterminador—. Pretendía preñarla y luego entregársela a ese inútil humano —continuó diciendo mientras mantenían las miradas ancladas la una en la otra—. Pero tras rozar su apetecible y cálido coñito con mi polla, creo que me la quedaré por una larga temporada...
El primero en dar el pistoletazo de salida fue Mitchell, que tras escupir un: Ni en tus mejores sueños, y con esa agilidad innata suya, se lanzó contra su oponente. Lo hizo empuñando las dagas con tal velocidad que, aunque el destinatario logró apartarse por los pelos, lo consiguió lisiar con una herida superficial en el hombro derecho. Castiel respondió alzando una pierna para darle una patada en el estómago. El golpe seco provocó que el exterminador exhalara el aire de sopetón. Cuando se hubo recuperado del impacto y pudo alzar de nuevo la vista para clavarla en el Ángel Caído, descubrió que este sonreía con suficiencia.
—¿Eso es todo lo que tienes para ofrecer? —preguntó con sorna el Ángel Caído.
Mitchell no se molestó en responder. Lo que hizo en su lugar fue cuadrarse, inspirar, y ya con los pulmones hinchados de oxígeno, arremeter otra vez. En esta ocasión, cuando se encontraba a escasos centímetros de su objetivo, se agachó para hundir los filos de sus armas en el vientre del ahora sorprendido alado.
A Castiel le había pillado tan desprevenido ese cambió inesperado de táctica, que recibió de lleno ambas puñaladas. En un acto reflejo, se echó mano al estómago en un intento de detener la hemorragia que sangraba profusamente.
—¿Mejor así pues?
No esperó repuesta alguna.
Y cuando el exterminador cogió impulso para atacar otra vez, este quedó sorprendido al encontrarse con que el herido había logrado esquivar su arremetida. Es más, tras ladearse a una velocidad inhumana hacia un lado, y antes de que Mitchell recuperase el equilibrio, Castiel levantó la rodilla para golpearle en la mandíbula. Eso lo dejó por unos instantes desorientado. Cosa de la que se aprovechó el Ángel Caído, que viéndolo aturdido, arremetió otra vez. En esta ocasión lo golpeó con el puño en la cara logrando que este echara la cabeza hacia atrás mientras rugía de dolor.
—No, mejor así —fue lo único que pronunció Castiel.
Este, que ya no sangraba ya que sus heridas comenzaban a cicatrizar, intentó aprovechar su racha de suerte para procurar golpearlo otra vez viendo que su oponente seguía recuperándose de las agresiones. No obstante, no consiguió su objetivo, puesto que Mitchell, anticipando lo que él iba a hacer, se dobló hacia atrás en una pose imposible, tipo Mátrix, para esquivar el nuevo puñetazo que iba una vez más directo a su rostro.
Ahora el que había perdido el equilibrio tras lanzar un puñetazo al aire fue Castiel. Y el que se aprovechaba en esos instantes de las circunstancias era el exterminador, que tras incorporarse con una agilidad asombrosa, se lanzó con sus queridas armas afiladas en mano hacia las alas oscuras de su ferviente rival.
El alado rugió de dolor, ya que esas extremidades eran las partes de su anatomía más susceptibles, las más frágiles. Mitchell, al darse cuenta de ese detalle, se cebó con ellas. Mientras pudo, estuvo clavando una y otra vez las dagas hasta la saciedad. Ignorando el dolor de su magullado cuerpo, continuó arremetiendo sin descanso alguno. Se encontraba con las piernas entrelazadas sobre las caderas de Castiel. Le estaba rodeando la cintura con las mismas, y así, desde atrás, se hallaba destrozándolas sin piedad alguna. Ni retorciéndose con brutalidad, el Ángel Caído lograba quitárselo de encima. No había manera de librarse de él.
Debido a las múltiples heridas recibidas en tan poco lapsus de tiempo, Castiel no pudo seguir aleteando, de ahí que ahora los dos comenzaran a caer en picado. En pocos segundos ambos cuerpos entrelazados y sangrientos impactaron contra el suelo. El golpe fue amortiguado por una montaña de cadáveres apilados. La caída produjo que el herido de gravedad lograra zafarse del exterminador. Este, que involuntariamente había rodado lejos de él, una vez recuperado del impacto comenzaba a incorporarse para retomar la pelea. No obstante, Mitchell no pudo hacerlo, puesto que él, aprovechando el momento, huyó amparándose en la oscuridad de la noche; necesitaba recuperarse de los daños sufridos. Ya otro día continuarían por donde lo habían dejado.
—¡Maldición! —bramó Mitchell mientras lo buscaba con la mirada— ¡Castiel, regresa aquí!
No obtuvo repuesta alguna. Entornó los ojos, escaneando el lugar buscando su paradero. El tipo no debía de andar muy lejos.
—Eh, amigo, ¿se te ha perdido algo? —era la voz de Dylan la que le preguntaba no muy lejos de su posición— ¿Buscabas esto? —Traía consigo a Castiel. Lo llevaba a rastras sujetándolo del cuello con el látigo. El arma se encontraba rodeándolo—. Por cierto, no tienes buen aspecto —añadió cuando se puso a su altura con su presa apreciada a cuestas.
Su compañero era un cabrón con suerte, pensó Mitchell al comprobar que continuaba con vida, además de afortunado por haber logrado atrapar al Ángel Caído.
—¡Mira quien fue a hablar! El tuyo no es mejor que el mío —repuso al mismo tiempo que clavaba sus ojos negros en el cautivo—. Y el de él menos todavía —Esto último iba dirigido a Castiel.
Arrodillado, con todo el cuerpo manchado de sangre y polvo mezclados, las alas destrozadas y medio desplumadas, intentó decir algo, pero no pudo. El látigo enroscado en su garganta oprimiéndola no se lo permitía.
—Todo tuyo —convino Dylan. Se había posicionado detrás del sometido, y tras apoyar la bota de cuero del pie derecho en la espalda del mismo, procedió a patear con fuerza para que este cayera de bruces a los pies de Mitchell.
En cuanto Castiel recuperó el equilibrio, quedando otra vez de rodillas, pudo comprobar para horror suyo que el morenazo que se la tenía jurada desde siglos atrás, blandía de nuevo con determinación sus apreciadas armas.
El destello plateado que produjeron ambas cuando un halo de luz se reflejó en ellas, fue lo último que vio el Ángel Caído antes de que Mitchell lo decapitara con un golpe certero y letal.
Una vez muerto, tanto el cuerpo como la cabeza comenzaron a arder, desintegrándose por momentos. Una pluma negra rodó hasta quedar pegada a una de las botas de Mitchell, él se la quedó mirando. Instantes después, la cogió para guardársela de recuerdo.
—Gracias, amigo, sin ti esto no hubiera sido posible.
Dylan le sonrió. Acto seguido sacó una petaca de uno de los bolsillos internos de su desgastada y ahora sangrienta gabardina oscura.
—Esta vez merezco un trago —convino Mitchell, aceptándola cuando este se la ofreció tras haberle dado previamente un largo trago. Él le dio otro, dejando que el licor le quemara la garganta con su ardor—. Bueno, es hora de hacer recuento y valoración de daños.
Su amigo asintió conforme. Luego, juntos, fueron a ver si todavía quedaban más vampiros o demonios a los que exterminar, y a comprobar el número de bajas de los suyos. Los dos exterminadores esperaban que no fueran demasiados.
***
Un rayo de luz reflejándose en su rostro fue lo que la despertó, arrancándola de los brazos de Morfeo. Parpadeando con lentitud para lograr enfocar la vista al mismo tiempo que bostezaba, Jennifer se desperezó.
Poco a poco se le fue despertando todos sus sentidos. Los sucesos de la noche anterior también acudieron en tropel a su mente. Recordar el momento en el que casi era empalada provocó que se estremeciera. Alejando esos desagradables recuerdos, cayó en la cuenta de que no sabía qué hora era. Con el ceño fruncido, miró el reloj digital que había sobre la mesilla de noche. Este marcaba las once de la mañana. Aquel dato la dejó confundida. No se esperaba que fuera tan tarde. Recrear la imagen de Mitchell abrazándola mientras levitaba con ella, y el recordatorio del olor que desprendía el hombre cuando ella acunó el rostro en su cuello, la hizo reaccionar y ser consciente de que no había vuelto a saber nada más de él.
De un brinco, se puso en pie. Cuando ya las sábanas no la cubrían, su cuerpo desnudo quedó expuesto. Eso le hizo darse cuenta de que había estado horas atrás entre los brazos de su salvador con esa guisa. Ruborizada, se dirigió al armario en busca de algo qué ponerse. Sin embargo, ver una cosa negra encima de la cómoda que se encontraba al lado de dicho mueble, la hizo detenerse en seco. Se acercó más todavía para poder verlo mejor. La mandíbula se le quedó desencajada cuando reconoció de qué se trataba.
Mientras no apartaba la vista de aquella suave pluma de color negro, la joven se preguntó cómo había llegado hasta allí. Varias posibilidades se le pasó por la cabeza: ¿habría estado el Ángel Caído ahí, en sus aposentos, mientras ella dormía? O, quizás, ¿Mitchell ya estaba de vuelta? De ser esto último, ella tendría que haberlo sabido. Solicitó se le avisara cuando el hombre estuviera de regreso. Dejando de lado el tema, retomó el camino que tenía antes en mente.
Diez minutos después salía al pasillo con intenciones de ir a la cocina, vestida con un vestido de tirantes de color azul y la larga melena rubia suelta.
—¿Mitchell? —preguntó nada más ingresar al lugar al hombre que le daba las espaldas. El mismo estaba sentado en la mesa. Este se giró con lentitud a la vez que negaba con la cabeza—. ¡Ah, perdón! Lo he confundido —comentó algo avergonzada.
La verdad era que el tipo se le parecía bastante. Era también moreno, con la misma media melena, vestimentas oscuras similares y constitución musculosa parecida. Sin embargo, sus ojos eran verdes y no negros como los que tenía él.
—Buenos días, gatita —susurró una voz ronca a sus espaldas, mientras unos fuertes brazos la abrazaban por detrás.
En cuanto ella reconoció al dueño que pronunciaba esas palabras, se giró sin romper el abrazo para quedar de cara a él.
—¡Mitchell! —exclamó eufórica al comprobar que seguía con vida. Empero, cuando vio su cara magullada, su mirada ilusionada cambió a una preocupada a la vez que tierna— Eso debe de doler...
El exterminado soltó una carcajada. Cuando volvió a clavar su oscura mirada en ella, un destello especial brillaban en ellos.
—Veo que ya conoces a mi hermano... —Ella frunció el ceño. Hasta así estaba linda, pensó el hombre— Mamonazo, ¿no te has presentado todavía?
—¡Ni tiempo me ha dado! No has tardado en ponerle las zarpas encima de ella en cuanto la has visto —Sin dejar de sonreír, se puso de pie y le extendió una mano a la estupefacta mujer—. Elijah para servirle, Jennifer...
—Veo que de mí a ti si te han hablado —dijo ella a la vez que se la tomaba y se la estrechaba.
Una vez rota la conexión, la joven se giró para mirar a Mitchell con una ceja inquisitiva.
—Ha llegado esta mañana desde Escocia —le informó—. En el mundillo paranormal las noticias corren que vuelan —comenzó a decirle sin dejar de abrazarla. El tipo se sentía muy a gusto así, y a ella no parecía incomodarle—. Nada más enterarse de la muerte de Castiel, vino a todo gas a celebrarlo conmigo.
¿Castiel estaba muerto?, se preguntó mentalmente Jennifer. Su corazón pegó un brinco ante tal maravillosa noticia.
—Entonces, ¿sois hermanos de armas o de sangre? —sentía bastante curiosidad.
—En realidad somos medio hermanos. Compartimos padre —Antes de que ella dijera o preguntara algo más, añadió—: Y no, no hay más hermanos. El cabrón murió antes de engendrar a más.
En un principio Jennifer se extrañó de que se dirigiera así, de esa forma al hablar de su padre. Luego recordó que el tipo fue un Ángel Caído que andaba embarazando a humanas, probablemente tras violarlas, y lo comprendió. Luego, cayendo en un detalle, preguntó:
—¿Dónde está Angus y el resto? —Sin dejarle responder, lanzó otra pregunta—: ¿Y se puede saber porqué nadie me avisó de vuestras llegadas?
—Nena, ¿te he dicho alguna vez que haces demasiadas preguntas? —Ella hizo un mohín en respuesta. Así también estaba preciosa la jodida— Ya estando fuera de peligro, no era necesario que continuaran aquí, además, ellos también necesitaban descansar tras una noche en vela —Aquello tenía sentido, pensó la mujer—. Angus comentó algo de ir a buscarte para anunciarte sobre mi llegada, pero lo detuve. Le dije que te dejara descansar un poco más.
Jennifer no podía negar que aquello fue todo un gesto de su parte. El macho que la tenía retenida entre sus brazos era, además de sexy, apuesto, un héroe y un tipo atractivo, era un hombre considerado.
Caer en la cuenta de que seguía pegada a aquel caliente cuerpo, la hizo estremecer de deseo. Inconscientemente, comenzó a frotarse contra él. Aquello le robó a Mitchell un ahogado gemido.
—Bueno, hermano, veo que vas a estar ocupado en las siguientes horas —Con una amplia y pícara sonrisa, comenzó a recoger de la mesa el resto de su desayuno—. Aprovecharé para acercarme a la central a visitar a los demás. A parte, he de cobrar una apuesta que tengo pendiente con Dylan...
Mitchell sabía a qué tipo de apuesta se refería. Años atrás, Elijah apostó contra su amigo, que antes de que él, Mitchell, cumpliera los cuatro siglos de edad, acabaría emparejado y ligado a una única mujer. A Dylan aquello le pareció algo imposible. Todos conocían y sabían lo mucho que a él le gustaban las mujeres y lo poco que le agradaban las ataduras.
Si su hermano creía ser el ganador, era porque sospechaba que al fin él había caído en las redes del amor. A pesar de que le fastidiaba reconocerlo, era la pura verdad. Y por como se estaba comportando Jennifer, era muy probable que ella también sintiera algo por él.
—Así es, hermano, no lo dudes —dijo Elijah encaminándose hacia ellos—. Aprovecha ahora que está caliente —le susurró cuando pasó al lado de ellos antes de marcharse.
—¿Qué ha sido eso? —De nuevo, sin dejar que respondiera a su primera pregunta, soltó la segunda—: Mitchell, ¿cuál es el don de tu hermano?
—Leer la mente —respondió él con una mirada seductora, a la vez que la pegaba más a él para que notase su excitación sin dejar de sonreír.
Esclavo de las Sombras - Capítulo Dieciséis
Ni el frío de la noche a esas altas horas de la madrugada lograron enfriar los ánimos de Mitchell. Estaba tan cabreado que los demonios se lo llevaban. Era tal la rabia contenida la que lo carcomía por dentro, que hasta los dientes le castañeaban, e incluso le dolía la mandíbula de tanto apretarla con fuerza.
Sintiendo el viento impactar contra su enrojecido rostro, con su media melena balanceándose mientras le rozaba los hombros mecida por la brisa, el exterminador fue acortando la distancia que lo separaba del causante de su enfado. En su mente no había otro pensamiento que el de eliminar al Ángel Caído de una vez por todas. Aunque era consciente de que aquel propósito le iba a resultar bastante complicado, por no decir imposible debido a la naturaleza de aquel ser vil y poderoso, él no iba a rendirse. Prestaría batalla, ¡aunque le costase la vida en el empeño! Si lograba al fin borrarlo de la faz de la Tierra, habría merecido la pena su sacrificio.
Bajo la luz de las estrellas que esa noche en especial titilaban más relucientes e intensas que nunca, y mientras pensaba los posibles métodos de hacer sufrir o incluso mejor aún matar a su más odiado enemigo, el exterminado al fin divisó el almacén donde de seguro iba a prestar combate... uno sangriento sin dudas.
Según fue acercándose, desde los metros de altura en el que se encontraba levitando, pudo ver mejor la sangría que se estaba desarrollando bajo sus pies. El brillo del metal de diferentes armas afiladas destellaban mientras eran blandidas por sus dueños. Líquido rojo bañaba el asfalto. El olor a sangre era abrumador. El sonido envolvente de gritos, gemidos, golpes y jadeos, era tan atronador que a ellos, seres con la audición tan desarrollada les era extremadamente insoportable, molesto e incluso hasta doloroso.
Era tal el despliegue de exterminadores, vampiros y demonios concentrados en el campo de batalla, que eso sorprendió al hombre, además de hacerle saber que el Ángel Caído había estado muy ocupado las últimas semanas creando a esos seres demoníacos a punta pala. Estaba claro que el ser alado estaba harto de vivir bajo la vigilancia de los de su especie y quería borrarlos del mapa de una vez para así poder controlar a la humanidad y al resto de seres del planeta a su antojo, sin límites.
El destello dorado de una melena rubia tras ser bañada por la luz de una farola cercana desveló la posición de su fiel amigo Dylan entre esa agitada masa de cuerpos que se movían al son de la guerra. Por lo que pudo comprobar, al ver tantos cadáveres y montones de restos de cenizas al alrededor del mismo, el exterminador había estado bastante entretenido mientras él había estado ausente.
Procurando no ser alcanzado por el mordaz látigo de su amigo, uno que estaba notablemente manchado de sangre, Mitchell se colocó detrás suyo. Y así, espalda con espalda, fueron acabando con las vidas de aquellos malnacidos que osaban atacarles con garras y colmillos afilados. Entre los silbidos de esa arma lacerante cuando era blandido por Dylan, el recién llegado comentó alzando la voz para poder ser escuchado entre tanto barullo y estruendos:
—Amigo, llego a venir cinco minutos más tarde y me hubiera encontrado con la fiesta finalizada.
Dylan se carcajeó sin dejar de luchar. Una vez repuesto del ataque de risas, dijo con el mismo volumen de voz por encima del hombro:
—Yo no tengo la culpa de que seas siempre el último en presentarse a una de ellas.
Mitchell sonrió mientras continuaba empuñando sus afiladas dagas sin cansarse de rajar, abrir en canal y descuartizar a todo ser maligno que se interponía en su camino y en la trayectoria de sus queridas armas.
—¿Dónde para Castiel? —preguntó poco después cuando vio que al fin menguaba el número de atacantes.
—No lo he visto en toda la noche, pero de seguro anda reduciendo nuestras filas —Esto último lo dijo en un siseo. Reconocer tal cosa en voz alta no hizo si no enfurecerlo más todavía, de ahí que sus arremetidas ahora fueran más letales.
—¿Me buscabas?
Aquella pregunta que interrumpía la conversación provenía desde el tejado del almacén que quedaba a pocos metros donde ellos se encontraban luchando. Ambos levantaron la cabeza al oír aquella voz tan conocida por ellos. Eran muchos los años, por no decir décadas, los que los tres se conocían.
Mitchell le dedicó tal mirada de rabia, que Castiel no pudo evitar regodearse de esta, por eso le devolvió el gesto con una sonrisa de suficiencia mientras le saludaba con un saludo militar.
—Dylan, si algo me pasara... —comenzó a decir. Notó como el hombre se tensaba al escucharle hablar— Prométeme que te harás cargo de Jennifer, ¿sí?
No sabía si lograría salir de esa con vida, de ahí la necesidad de saber que, aunque llegara a faltar, las necesidades de la joven estarían cubiertas, así como su protección.
—Descuida, hermano, aunque no será necesario —convino el rubio tras arrancarle de cuajo la cabeza a uno de los vampiros que les rodeaba—. Tú mismo podrás encargarte de ella. Confía.
El exterminador se giró tras deshacerse del demonio con el que había estado luchando, para a continuación apoyar una mano sobre uno de los hombros de su amigo que seguía prestando guerra, y susurrar:
—Gracias, amigo.
Acto seguido, volvió a dirigir su atención al Ángel Caído que seguía esperándolo en el mismo lugar. Y Mitchell no le hizo esperar mucho más. Con las dagas abrasándoles las manos, mirada asesina y dientes apretados, dejó que su robusto cuerpo se alzara hacia arriba en su dirección.
En cuanto Castiel lo vio acercarse de esa forma tan amenazante, prendió también el vuelo, subiendo más alto, alejándose así de aquel sangriento lugar. Mitchell salió a su encuentro, no tardando en darle alcance. Y así, a unos veinte metros del suelo, los dos seres sobrenaturales quedaron enfrentados cara a cara con apenas un par de metros de separación.
El exterminador se encontraba con las piernas ligeramente separadas, mirándolo con los brazos cruzados sobre el pecho. Parecía que se encontraba de pie, parado sobre una superficie sólida, sin ser realmente así.
Por otro lado, Castiel se hallaba ligeramente echado hacia delante, con las alas de plumas negras completamente abiertas de par en par mientras eran agitadas una y otra vez para poder mantener al dueño de las mismas suspendido en el aire.
—Al fin los dos solos...
Afirmó uno de ellos. Lo de menos era cuál. Lo que imperaba, lo que verdaderamente importaba era el hecho de que finalmente iban a enfrentarse de una vez por todas.
***
Ajena a los acontecimientos que se estaban llevando a cabo a unos cuarenta kilómetros de donde ella se encontraba acostada, Jennifer se agitó en sueños. Tras la dura experiencia vivida apenas un par de horas atrás, la mujer se encontraba algo traumatizada. De ahí que las pesadillas la abrumaran y no la dejaran descansar en condiciones. En todas ellas, la cara y la verga de Castiel aparecían. Era inevitable que el ser alado fuera el protagonista, se lo había ganado con creces.
Agitándose una vez más entre las sábana de seda, la mujer gritó un nombre:
—¡Mitchell!
Nada más salir esas palabras de su boca donde llamaba a su salvador, uno que ya la había rescatado en dos ocasiones desde que se conocieron, abrió los ojos abruptamente. Al principio no logró ver nada. Estaba a oscuras y confundida. Cuando logró enfocar algo más la vista, comprendió que se encontraba en el dormitorio que estaba usando desde hacía unos días.
No había terminado de incorporarse en la cama para quedar sentada, cuando la puerta fue abierta de manera repentina.
—¿Todo bien por aquí? —preguntó el que la había abierto.
Jennifer lo miro con el ceño fruncido. No logró reconocer a ese hombre pelirrojo de constitución robusta.
—¿Quién es usted? —fue lo único que se le ocurrió preguntar en vez de responder.
—Me llamo Angus —se presentó el hombre que seguía en el resquicio de la puerta sin entrar. Previamente había escaneado el lugar en busca de alguna posible amenaza. Le consoló saber que todo estaba bien por ahí—. Tanto yo como otros colegas estamos a cargo de vuestra protección.
La mujer acentuó más el fruncimiento de su ceño.
—¿Dónde está Mitchell? —Creía conocer la repuesta, pero tenía que asegurarse.
—Regresó al lugar donde fuiste rescatada —Viendo la preocupación reflejada en su rostro, añadió—: No debéis de preocuparos, Mitchell sabe como cuidarse.
Eso no lo ponía ella en duda. Lo que le preocupaba era que probablemente el exterminador se acabaría enfrentando con un ser superior, uno muy peligroso y letal, y por lo tanto podría sufrir daño alguno, o quizás incluso algo peor...
Agitó la cabeza queriendo apartar de ella esos lúgubres pensamientos. Él debía de estar bien. Ella necesitaba que fuese así, ya que no concedía la idea de vivir sin él. Ya no. Desde que entró en su vida para llenarle el vacío que había en ella, todo era distinto, todo era mejor. Ahora no podía perderlo. ¡No lo podría soportar! No podría aguantar la pérdida de otro ser querido... Porque así era, ella lo quería, lo amaba. Y tras volver a rescatarla poniendo en peligro su propia vida, ella había tomado la decisión de tomar de él todo lo que él pudiera ofrecerle. Se conformaría con ser una más en su larga lista de mujeres seducidas con tal de obtener algo más de su persona. Cierto era que Jennifer prefería tenerlo todo y ser la única. Pero aún con esas, se resignaría y aceptaría todo lo que el hombre le ofreciera. Aunque solo fueran polvos apasionados sin amor y sin compromisos. Menos era nada. Por Mitchell rompería su promesa de no tener sexo sin amor correspondido de por medio.
—Si no necesita nada más, me marcho para dejaros descansar —dijo Angus, que seguía plantado en el vano de la puerta.
—Por favor, avísame cuando esté de regreso.
El pelirrojo asintió con la cabeza. Tras retroceder y salir de la estancia, cerró la puerta con lentitud.
Ella se quedó mirando en esa dirección, rezando para que la próxima vez que esta se volviera abrir fuera la silueta de Mitchell la que viera.
Esclavo de las Sombras - Capítulo Quince
En el momento en el que la puerta fue abierta abruptamente, Jennifer se encontraba recién salida de la bañera con la enorme toalla blanca envuelta alrededor del cuerpo. Debido a respingo que dio tras aquella intromisión inesperada y violenta, casi provoca que el improvisado nudo de la prenda se le deshiciera.
Tras echar un vistazo al recién llegado, la joven comprendió que el menor de sus males sería el de quedar expuesta como su madre la trajo al Mundo, pues en el vano de la puerta se encontraba un personaje de lo más peculiar. Con una melena oscura como la noche y tan larga que al hombre le rozaba las caderas, con unos ojos completamente negros sin el blanco de los globos oculares, y con unas espléndidas alas del mismo color, era el tipo todo un espectáculo.
Cuando detrás del mismo aparecieron Henry y Aaron, la joven regresó a la realidad, saliendo del estupor en el que había quedado atrapada ante tal singular visión. No podía negar que aquella extraña aparición desconcertaba a cualquiera. Sin embargo, ahora que ya había pasado la sorpresa, pasó a ser consciente de la comprometedora situación en la que se hallaba con aquellos tipos allí, con ella.
—Ahora comprendo a qué se debe tanto interés en esta mujer —habló aquel ser con una voz melodiosa, pero masculina. Ella lo miraba desafiante mientras él se le acercaba con paso decidido. Una vez la tuvo delante, jaló de la toalla para arrebatársela. Cuando sus ojos carentes de expresión la estudiaron con interés, añadió—: No me extraña que Mitchell la quiera solo para él.
Alzó una mano con intenciones de tocar uno de sus pesados senos, pero ella dio un paso hacia atrás, alejándose. Él en respuesta soltó una carcajada. Sonó tan profunda, que incluso pareció que la misma iba acompañada de varios ecos. Sin dejar de mirarla con fijeza, adelantó un paso para acortar de nuevo la distancia que los separaba.
Jennifer volvió a retroceder. A lo que él respondió con otro nuevo avance. A Castiel le encantaba jugar al gato y al ratón, y aquella belleza de cabellos rubios le estaba dando lo que él esperaba: un entretenido juego de persecución.
Cuando ya no pudo recular más, ya que topó con la pared, la joven alzó la barbilla de manera desafiante para hacerle ver que no pensaba amedrentarse.
Al tipo pareció gustarle ese gesto desafiador, pues sonrió con una sonrisa amplia que dejaba entrever sus afilados colmillos. A continuación, volvió a alargar el brazo para tocarla. Jennifer la apartó de un golpe, pero él volvió a insistir. Pareciera que no le molestaba el ataque de la joven, ni tampoco que le doliese los golpes recibidos.
Con paciencia, ese ser alado esperó a que ella se cansara y desistiera de su asalto. En ningún momento dejó de mirarla con interés, deleitándose al verla cada vez más enrojecida de la rabia y del esfuerzo.
A los pocos minutos, la mujer se hallaba resoplando y jadeando. Con los puños cerrados a los lados de los costados, se rindió al comprender que era inútil seguir golpeando aquel cuerpo tan duro como una roca. Le daba rabia saber que el tipo ni se había inmutado ni había dado señales de haber padecido algún tipo de dolor o molestia en todo el rato en el que ella había estado descargando su rabia.
En cuanto Castiel comprendió que la chica al fin se había rendido, volvió a intentar tocarla. Esta vez la joven no impidió el avance de su mano, una que acunó casi en una reverencia uno de aquellos senos turgentes y tan apetecibles. Se deleitó con aquel tacto caliente y sedoso. Disfrutó con la dureza del pezón que se endurecía cada vez más bajo su toque. Sopesó con delicadeza aquel firme pecho, uno que se acunaba a la perfección en su considerable mano.
Detrás de él escuchó al par de esbirros que le acompañaban contener la respiración. Sin dudas, estaban disfrutando del espectáculo. No hacía falta ser un espécimen sobrenatural para saber que aquellos dos estaban deseando ocupar su lugar y ser ellos los que gozaran de tal deliciosa caricia.
Unos ruidos seguidos de golpes y pisadas procedentes del otro lado de la puerta hizo que Castiel rompiera la mirada que tenía anclada en los ojos de la asustada muchacha, para mirar por encima del hombro y decir:
—Que alguien salga al pasillo a comprobar qué coño ocurre ahora allí fuera.
Fue Aaron el que se asomó un momento a ver. Tras hablar con un demonio que tenía intenciones de llamar a la puerta, ahora abierta gracias al vampiro, que había ido en busca del Ángel Caído, ingresó de nuevo en la estancia tras cerrarla otra vez.
—Señor, los vigilantes han detectado una caravana de vehículos acercándose. Creen que se trata de los exterminadores.
Jennifer soltó un suspiro de anticipación, creyendo que en breve sería libre. No sabía que Castiel no tenía intenciones de marcharse de allí sin haber cumplido antes con su objetivo.
—Humana, vamos a tener que dejar de lado los preliminares y pasar directamente a la acción —La vio abrir completamente los ojos asombrada —Créame, a mí me duele más que a ti tener que renunciar a tocaros y a poder deleitarme con vuestro tentador cuerpo. Tendré que conformarme con ir directo al grano y follar tu codiciado coño —Antes de que la mujer asimilara el significado de sus palabras, dijo el alado dirigiéndose a sus secuaces—. Ayudadme con ella —Los dos se acercaron sin perder tiempo alguno—. Llevadla a la cama y sujetadla bien.
Sin saber cómo, Jennifer volvió a reunir fuerzas para prestar batalla otra vez. Se retorció, pataleó e hizo todo lo que tuvo a su alcance para ponerles las cosas difíciles a ese par de miserables.
Mientras ella era arrastrada a la fuerza hacia el lecho y era lanzada al mismo, para a continuación ser retenida sobre el mismo gracias a ese par de bestias, Castiel procedía a quitarse los pantalones de cuero negro y los calzoncillos. Debajo de esas prendas de las que acababa de desprenderse, asomaba una enorme virilidad que acojonaba a cualquiera, hasta al ser más valiente del Planeta. Sin dudas, era debido a su procedencia sobrenatural, porque de natural aquella verga tenía bien poco.
La joven prisionera no pudo apreciar como las venas del erecto pene eran bien notorias, ni que el tacto era caliente y sedoso, como tampoco pudo saber qué sabor tendría si llegara a saborearlo, ya que, en cuanto Henry le separó los muslos para darle acceso y vía libre a su amo, el dueño de tal monstruosidad se posicionó entre sus piernas dificultándole la visión.
Aunque Jennifer hizo todo lo posible por evitar que el bastardo que tenía intenciones de violarla se saliera con la suya, no pudo impedir que este se colara hasta rozar con su hinchado y grueso glande la entrada estrecha que ella intentaba guardar a buen recaudo.
Viendo que el tiempo se le escapaba y que en nada iba a ser empalada, la mujer optó por otra estrategia: giró la cabeza y mordió la muñeca de la mano del vampiro con la que este la estaba manteniendo agarrada del hombro.
Aaron gritó de dolor, y debido a la agresión inesperada, la soltó. Ella aprovechó para incorporarse hasta donde pudo, para a continuación recular para alejarse de los otros dos. Sabía que no iba a llegar muy lejos, pero al menos conseguiría retrasar lo que parecía inevitable. Quizás, con algo de suerte, alguien llegaría a tiempo para salvarla.
Cuando Castiel la agarró de los tobillos y tiró hacia él con fuerza para recostarla de nuevo y tenerla otra vez a su alcance, la joven comprendió que solo un milagro evitaría que el miembro hambriento de aquel Ángel Caído se insertara en ella hasta reventarla por dentro. Ella dudaba que pudiera quedar con vida tras ser poseída con tal enorme virilidad. De seguro la partería por la mitad.
Cansado de tanta tontería, Castiel agarró con una de sus manos el mástil de su miembro, para guiarlo hacia la ambicionada abertura de la elegida. Ya casi había conseguido introducir el glande en aquella cavidad húmeda y resbaladiza, cuando varios exterminadores irrumpieron en la habitación interrumpiéndoles.
Con un rugido de rabia, el Ángel Caído se puso en posición de ataque. Mordió y desmembró a todo aquel que tuvo la osadía de acercarse para agredirlo. Mientras todo eso se sucedía, y Castiel andaba ocupado defendiéndose de las múltiples acometidas recibidas por doquier, Mitchell tomaba en brazos a la sollozante Jennifer, y la sacaba de allí.
El exterminador, como pudo, fue abriéndose paso hasta alcanzar el exterior. Una vez fuera, alzó el vuelo con la mujer en brazos, alejándose de allí. Aunque no le hacía gracia dejar a sus compañeros de armas atrás, sin su ayuda, priorizó la seguridad de la joven ante todo. Cuando la notó temblar de frío debido al rocío de la noche sumado a que ella se encontraba desnuda, la estrechó más contra su pecho. Ella hundió su cabeza en el hueco de su cuello, buscando refugio... un lugar donde sentirse segura, arropada... Y a él le encanto tenerla así.
No tardaron mucho en llegar a la mansión de Mitchell. A diferencia de otras veces, esta vez la misma estaba protegida con varios perros infernales apostados por todo el perímetro de la propiedad.
Nada más alcanzar la puerta de la vivienda, el exterminador descendió, aterrizando en el piso con suavidad. Con la misma delicadeza la depositó a ella sobre la cama del dormitorio en el que la joven se estaba hospedando cuando la alcanzaron.
Se la veía tan agotada, tan indefensa, tan exhausta, que el hombre no pudo evitar darle una caricia en la mejilla con ternura. Ella se estremeció ante su toque. O quizás fuera que tuviera frío. Por si fuera esto último, Mitchell la arropó.
Tenía pensamiento de dejarla descansar, ya que era evidente que lo necesitaba, pero antes de hacerlo tenía que saberlo... tenía que asegurarse que todo estaba bien con ella.
—Jennifer —la aludida enfocó como pudo la mirada en él. Le pesaban tanto los párpados que apenas podía mantenerlos levantados. Había sido una noche muy larga y muy intensa, y el viaje en volandas la había relajado de tal manera, que ahora no podía mantenerse apenas despierta—. Castiel... él... ¿él llegó a conseguir su objetivo?
Le costó tanto al hombre pronunciar esas palabras, que hasta la adormilada muchacha fue consciente de ello.
Primero negó con la cabeza, con movimientos lentos, y luego dijo para que su salvador quedara tranquilo:
—No llegó a penetrarme —su voz sonó ronca y en apenas un susurro audible. Habló con los ojos cerrados, ya no solo por el agotamiento, si no también porque le daba vergüenza hablar de tal cosa. Y más si se trataba de él.
Aunque Mitchell era sabedor de que ella no se daría cuenta de su gesto, asintió con la cabeza, y antes de marcharse y cerrar la puerta tras de sí, dijo:
—Ahora descansa, gatita. Aquí nadie puede darte alcance y hacerte daño.
Ella respondió con un profundo suspiro. Segundos después, se durmió.
Mitchell se encaminó hacia el salón. Allí habían varios exterminadores de segundo grado, que eran los que se encargaban del funcionamiento y manejo de la organización ya que la caza y de la puesta en acción era cosa de los de primer grado, esperando ordenes.
—He de regresar para echar una mano a los de mi equipo —anunció—. Os dejo al cuidado de la mujer. Protegerla con vuestra propia vida si es necesario.
Los diez exterminadores de rango inferior, que estaban allí para servirle, asintieron en silencio. Aunque ellos no tenían las capacidades sobrenaturales que los de rango superior sí tenían, como la fuerza extrema, velocidad asombrosa ni ninguna de esas cualidades, sí eran inmortales y difíciles de asesinar.
Sin necesidad de añadir nada más, Mitchell regresó al exterior. Con semblante serio y con una determinación en mente, regresó en busca de Castiel.